sábado, 20 de marzo de 2010

Sobre comentarios

He recibido varios comentarios sobre mis notas. Quiero destacar por la síntesis y justeza los enviados por mtreseses. Sobre mi última nota acerca de Escribir..., lo que dice me parece muy bueno. En el comentario se dice al final que va a hacer silencio para pensar. Y ello me recuerda lo que contaba Ortega y Gasset. Decía el ensayista español que cuando los discípulos preguntaron al maestro de la India cuál era la mayor sabiduría, "El maestro no respondió. Creyendo los discípulos que estaba distraído, reiteraron la pregunta. Pero el maestro calló también. Otra vez y otra insistieron los discípulos, sin obtener mejor respuesta. Cuando se hubieron cansado de preguntar, el Maestro abrió la boca y dijo: ¿Por qué habéis repetido tantas veces la pregunta, si a la primera os respondí. Sabed que la mayor sabiduría es el silencio".
El silencio es fundamental para pensar, reflexionar como dice mtreseses. Para así, luego, poder transmitir la sabiduría del silencio a través de la palabra justa. De la palabra fundante del ser.

martes, 16 de marzo de 2010

SABER ESCRIBIR LO QUE SE QUIERE DECIR
Escribe Carlos Sforza*
Es ya un lugar común decir que los hombres no se expresan con claridad ni con propiedad. Es sabido que asistimos a una lamentable deformación de nuestro idioma (el español o castellano). Que en los medios de comunicación se emplean palabras inexistentes como neologismos que luego desaparecerán como desaparecen las estrellas fugaces. Que ese lenguaje se transporta al pueblo y en las conversaciones cotidianas se distorsiona de tal manera que se comienza a vivir una nueva babel del lenguaje.
Hay que hablar con claridad, con precisión, con justeza. Y ante la duda, recordar que el hombre es el amo de sus silencios y es el esclavo de sus palabras. Y si esas palabras o la palabra, están deformadas, se convierte el que las expresa en un mal esclavo de ellas. Y cae en una especie de trampa de la cual es muy difícil salir.
EL ESCRITOR
En el caso del escritor el tema es más delicado habida cuenta que se trata de alguien que quiere transmitir una idea, crear una historia, ser hacedor de un poema en verso.
El hoy olvidado por muchos escribidores, Eduardo Mallea fue y es en su obra que lo hace perdurar entre nosotros, un intelectual preocupado por lo que es la palabra, por lo que significa la palabra en la escritura. De allí que él, como lo he hecho yo en algunas ocasiones, rescate una frase de William Faulkner que tiene gran significación y no pocas implicancias. Decía el autor de “Agosto” que lo importante no es lo que se dice sino cómo se dice. Como anota Mallea, “se trataba naturalmente de la opinión de un novelista sobre su propio arte. Pero alcanzaba al arte de escribir en general”.
El valor del verbo, de la palabra es tal en la medida en que ocupa su lugar y expresa con precisión y hasta con galanura, lo que se quiere decir. Y si tomamos el Evangelio según San Juan, el evangelista habla del Verbo que era Dios, que en el Verbo estaba la vida. Ese pasaje de San Juan que he citado muchas veces, también lo encuentro en los escritos de Eduardo Mallea. Y basado en él, el autor de “Historia de una pasión argentina” escribe: “El hombre que alguna vez se ha propuesto crear algo poéticamente, sea poesía, novela o drama, descubre, en cuanto su inteligencia se vuelve experta, que lo que ha de salvar o matar su producto dramático es precisamente aquello de estar o no la vida en el verbo”.
Para que ello suceda es necesario utilizar la palabra como debe ser usada. Escribir lo que se quiere expresar de forma tal que pueda comunicarse con el receptor. Pero no, en el caso de una obra literaria, como una simple información sino con los condimentos propios que le confiere calidad de arte a lo que se ha escrito.
Reconocemos a un verdadero creador cuando reconocemos su lenguaje. Cada escritor tiene una impronta en su lenguaje que es como el sello que lo identifica y diferencia de otros escritores. Es un estilo que debe imponerse por propio peso de la palabra dicha, de la palabra escrita.
PESSOA Y LA LITERATURA
El poeta portugués Fernando Pessoa en “Eróstrato y la búsqueda de la inmoralidad” nos acerca sus reflexiones, breves, casi lapidarias, sobre la literatura y las celebridades o seudo celebridades que se han valido de ella. Así dice que “Toda celebridad vive en verdad en la medida en que puede ser leída o en que se lee acerca de ella. El hombre de acción no vive más allá de su acción; es el historiador quien lo hace vivir. Toda celebridad es en verdad literaria, porque la literatura es la verdadera memoria de la humanidad” (p. 68).
Es claro que para que ello se cumpla debe darse la existencia de verdaderos escritores, de auténticos hacedores de ficciones o de versos que sepan encontrar la palabra justa. Que el cómo se dice tenga la importancia de ser un valor ineludible de la escritura para que lo dicho adquiera entidad por sí mismo a través del verbo que es y da vida.
Lamentablemente también hoy asistimos a la presencia de escribidores que creen ser artistas y no saben que para serlo no hay que estar llenos de ideas sino tener ese duende que unos lo tienen y otros no. Y saber dar con la forma y el lenguaje apropiados para que las palabras sean más importantes que el silencio.
En la obra citada, Pessoa alertaba ya sobre la existencia y la proliferación de esos falsos o seudos escritores. Así escribe que “El artista inestético y la canalla triunfante se han transformado en productos distintivos de nuestra civilización” (p. 94).
Como decía Vargas Llosa en “Cartas a un novelista”, “Un tema de por sí no es nunca bueno ni malo en literatura”. Y a renglón seguido agregaba que “Todos los temas pueden ser ambas cosas, y ello no depende del tema en sí, sino de aquello en que un tema se convierte cuando se materializa en una novela a través de una forma, es decir, de una escritura y una estructura narrativas. Es la forma en que se encarna, la que hace que una historia sea original o trivial, profunda o superficial, compleja o simple, la que da densidad, ambigüedad, verosimilitud a los personajes o los vuelve unas caricaturas sin vida, unos muñecos de titiritero” (p.37). Es la organización, con un cierto orden, de las palabras. Es, como afirmaba el novelista estadounidense, cómo se dice, lo que hace que una obra literaria sea eso o se convierta en una caricatura cuando no en un mamarracho.
Todo lo escrito está dicho para justificar con largueza la actualidad del título de esta nota.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

miércoles, 3 de marzo de 2010

Relecturas

En mis relecturas he regresado a dos escritores franceses que comencé a leer en mi juventud: Georges Bernanos y Emmanuel Mounier. Sin dudas a ambos los une el ser pensadores libres, sin ataduras a prejuicios y, sobre todo, hombres que siempre trataron de encontrar la verdad y tratar de ser fieles a ella.
Del primero he releído las páginas de su libro “La Libertad, ¿para qué?” publicado por Hachette en versión castellana de Odette Boutard en 1955. Del segundo su clásico “¿Qué es el personalismo?” publicado por Ediciones Criterio en traducción al español de Edgar Ruffo en 1956.
Dos obras que he leído y releído, subrayado y vuelto a subrayar, puesto que son de esos libros que siempre ofrecen más cuando se los relee.
Bernanos en su conferencia “Revolución y Libertad” dirigida a los jóvenes en la Sorbona, dice que “Sólo se desea verdades tranquilizadoras. Pero la verdad no tranquiliza: compromete” (p. 108). Y precisamente esas palabras premonitorias del año 1947 tienen vigencia en nuestros días. Muchos buscan verdades tranquilizadoras. Pero cuando se encuentra una verdad, esa verdad nos compromete. Y ese compromiso en primer lugar es con uno mismo. Y al serlo, como no vivimos en una isla sino en una sociedad multifacética, ese compromiso debemos trasladarlo a los demás. Y al decir a los demás, digo al otro, al prójimo. Respetando lo que el otro piensa pero con una actitud amorosa en un acercamiento de igual a igual. Reconocernos sí, es lo primero. Pero también saber que existe la otredad. El diálogo yo-tú favorece siempre el encuentro en el nosotros.
Sin dudas G. Bernanos no calló nunca lo que pensaba. Creía en el hombre libre. En los Encuentros de Ginebra, sostuvo que “El mundo sólo será salvado por los hombres libres. Al hablar así permanezco fiel a la tradición de Europa. Rindo testimonio a la tradición de mi país que no sólo fue, en el transcurso de los siglos, la razón lúcida, sino el corazón inflamado de Europa. Estoy de acuerdo con los hombres del siglo XIII como con los del siglo XVIII, con San Buenaventura como con Pascal, con Pascal como con Jean-Jacques Rousseau. El mundo sólo será salvado por los hombres libres. Es preciso hacer un mundo para los hombres libres” (p. 178).
Al hablar en Bélgica y en Argelia sobre su país ante el mundo moderno, comenzó así: “Yo no soy un profeta pero a veces ocurre que vea lo que los demás ven tanto como yo y sin embargo no quieren ver. El mundo moderno reboza de hombres de negocios y polizontes, pero le hace mucha falta oír voces liberadoras. Una voz libre por triste que sea, siempre es liberadora. Las voces liberadoras no son las voces calmantes, las voces tranquilizadoras. No se conforman a esperar el porvenir como se espere el tren. El porvenir es algo que se domina. No se soporta al porvenir, se lo hace” (p. 9).
Indudablemente Georges Bernanos no era un hombre tranquilizador que aceptara las cosas y las circunstancias porque sí. Era un intranquilizador que estando en la Iglesia Católica fustigaba a las autoridades eclesiásticas cuando veía que no cumplían con su misión pastoral. Cuando advertía docilidad ante las injusticias o ante la prepotencia.
Emmanuel Mounier dice en su libro que “Del profeta al político, entre la primera y la segunda zona, se escalona un espectro de vocaciones graduadas. En la frontera de los primeros, una especie de profetas de lo político, como Bernanos en situación bien difícil; les agradecemos que hablen a tiempo o a destiempo, sin consideración alguna de oportunidades y de terreno, porque el político se pierde si no sabe escuchar ciertas verdades con el filo de lo absoluto.” (pp. 68/69).
Sin dudas estamos ante una ubicación justa de Bernanos como pensador libre. Mounier siempre aclaró que el personalismo no es un sistema político. Asimismo sostuvo que “El personalismo no se nutre del individualismo. Por el contrario, la conducta rectora de la vida personal y la conducta inicial del individualismo, son antitéticos. El individualismo toma el yo como una realidad aislada, separada originalmente del mundo y de los demás yo”. Y agrega más adelante que “Hay una afirmación común a todas las filosofías personalistas que reclamamos –filosofías cristianas, como las de Kierkegaard, Gabriel Marcel, Berdiaeff; pensamientos agnósticos, como el de Jaspers-, y es la de que la conducta esencial de un mundo de personas no es la percepción aislada de sí (cogito) ni la preocupación egocéntrica de sí mismo, sino la comunicación de las conciencias y, mejor dicho, la comunicación de las existencias, la existencia con el prójimo. La persona no se opone al nosotros, que la fundamenta y la nutre” (pp. 85/87).
Emmanuel Mounier sostenía que “hoy la ciencia –como ayer la religión- sirven para justificar la sumisión” y por eso “es el momento de conjurar la edad del poeta y del héroe” (pp. 123/124)
Y si como bien dice Mounier, el hombre libre no es un solitario, debemos encontrar la coexistencia en el nosotros. Eso que hoy resulta tan difícil de hallar por estos y otros lares: la coexistencia en la diversidad. El respeto al pensamiento del otro y al propio. Ser uno mismo como persona para conquistar, día a día nuestra propia libertad.
Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com