miércoles, 30 de junio de 2010

SHERLOCK HOLMES Y EL RELATO POLICIAL
Escribe Carlos Sforza*
El relato policial
Hay una discusión, que lleva muchos años, sobre la calidad literaria del relato policial. Escritores como Jorge Luis Borges lo defienden y sostiene que “Edgar Allan Poe fue inventor del cuento policial”. Por su parte Ernesto Sábato considera que casi toda la literatura policial es mala.
Quienes de adolescentes y jóvenes hemos abrevado en la novela policial, sabemos que hay, como en toda literatura, obras buenas y obras malas. Buenas y malas en cuanto a la calidad artística de las mismas.
Es indudable que con Poe nace un género de relato policial que muestra al razonador privado que devela misteriosos crímenes. Tal el caso del caballero Auguste Dupin que inaugura en la pluma de Poe, el relato policial. Lo vemos en “Los crímenes de la calle Morgue”, en “La carta robada”, en “El misterio de Marie Roget”. Frente a una biblioteca, apoltronado en un sofá, fumando tranquilamente, Dupin usa el razonamiento para descubrir diversos crímenes. La influencia de Poe en los posteriores escritores de novelas y relatos policiales, ha sido evidente. Y uno de ellos es, sin dudas, Arthur Conan Doyle con su personaje, el detective privado, Sherlock Holmes.
El creador de Holmes
Arthur Conan Doyle nació el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo (Escocia) y falleció el 7 de julio de 1930 en Crowborough, Sussex (Inglaterra). Es decir que en este 2010 se cumplen 80 años de su muerte.
Estudió con los jesuitas y luego ingresó en la Universidad graduándose de médico. Ejerció su profesión en la guerra contra los Boers, en su patria y luego, cuando comenzó a triunfar como escritor, abandonó la profesión y se dedicó de lleno a la literatura.
Su nombradía comenzó a cimentarse con los relatos policiales, donde hace entrar en escena a Sherlock Holmes, el investigador, y a su ayudante, el para muchos torpe pero noble Dr. Watson. Hay quienes sostienen que, como muchos otros escritores, Conan Doyle tomó como ejemplo del dúo protagónico de sus relatos, a Don Quijote y Sancho Panza.
Sherlock Holmes dio fama al autor hasta el punto de llegar a anularlo. Muchos hablaban en su tiempo del detective como un ser real y suponían que las anotaciones del Dr. Watson eran aprovechadas por Conan Doyle para dar a conocer las andanzas de Holmes.
Arthur Conan Doyle no sólo escribió los muchos relatos de Holmes, sino que publicó novelas de anticipación o ciencia ficción con un personaje central, el Profesor G. E. Challenger, saga que se inicia con “El mundo perdido”. Asimismo cultivó la historia y también escribió varios libros sobre la materia. Y como en los finales de su vida, se había convertido al espiritismo, publicó algunas obras sobre el mismo.
Sherlock Holmes
Aparece el célebre detective en “Estudio en escarlata” publicado en 1887. De allí en más, las aventuras del investigador, habitante de la legendaria casa de Baker Street, fueron apareciendo en la revista Strand Magazine. Sus obras más conocidas son “El signo de los cuatro”, “El sabueso de los Baskerville”, “Las aventuras de Sherlock Holmes”, “Las memorias de Sherlock Holmes”, y sigue la larga lista.
El detective creado por Conan Doyle era un razonador y a la vez, hombre de acción. Que seguía las huellas, los rastros, que con su observación sagaz descubría por un mínimo detalle el lugar de origen de una persona que estaba frente a él. Asimismo su figura era muy especial. Su afición al tabaco fumado en pipas de distintas formas y materiales, las tazas de té, la cocaína por la que recibía las quejas de Watson, el violín, y el ama de llaves siempre atenta y fiel, marcan el escenario donde residía el casi misógino personaje.
Llegó un tiempo en que el autor quiso desembarazarse del personaje, y en una lucha con su enemigo de siempre, el Profesor Moriarty sobre un puente, ambos caen al abismo y mueren. Pero los lectores no aceptaron la muerte del que para ellos era un héroe de carne y huesos. Y fueron tantos los reclamos, las cartas y hasta los insultos, que Conan Doyle no tuvo otro camino que “resucitar” a Holmes. Todos los que hemos leído los relatos, conocemos cómo se salva el detective, prendiéndose de un arbusto en una saliente del barranco y reaparece en “La aventura de la casa vacía”.
Sin dudas, el personaje sobrepasó al autor y quedó ahí, donde el imaginario popular lo había colocado. Y tanto es así que hoy, en Londres, existe un museo con los que debieron haber sido los atuendos, las pipas, el violín de Sherlock Holmes reconstruidos por sus fanáticos seguidores.
Yo que he sido un lector y seguidor de Sherlock Holmes y que he visto las películas con sus aventuras, desde las casi iniciales donde personificaba al detective el inolvidable Basil Rathbone hasta las posteriores, al cumplirse 80 años de la muerte de su creador, sir Arthur Conan Doyle, he querido recordarlo como un homenaje a quien, a través de su literatura policial me brindó, como a muchos, momentos de verdadero gozo.

martes, 29 de junio de 2010

Comentarios

Muy bueno el comentario de mtreseses sobre mi nota EL HABLA Y LA EXISTENCIA. Se ve que ha captado el sentido de lo que he escrito. También su acotación a COINCIDENCIAS, sobre todo me ha gustado el rescate que hace de las palabras de Gorostiza cuando habla del hambre de los niños y dice que se combate con bibliotecas. Yo fui uno de los que se nutrieron, de niño, joven y adolescente, de las bibliotecas públicas. Agradezco a mtreseses sus acotaciones pues enriquecen y hasta iluminan mis notas.

sábado, 26 de junio de 2010

Coincidencias

En el programa televisivo "Tiene la palabra" del viernes 25 de junio, el invitado, Carlos Gorostiza, relató aspectos de su vida. Me sorprendió cuando contó que en su niñez o adolescencia, se sentaba en el umbral de su casa y leía las novelas de Sexton Blake que, expresó, muchas veces les resultaban más interesante que Serlock Holmes. Y de inmediato encontré una gran coincidencia con mi adolescencia, puesto que yo también me sentaba en el umbral de la puerta de mi casa en Victoria, y entre otras lecturas, predominaba casi siempre Sexton Blake. Ese detective inglés, remedo de Holmes, que se publicaba en libros de bajo precio por la Editorial Tor. Los volúmenes aparecíanm en la colección "Magazine Sexton Blake" y las novelas con el mismo personaje, eran escritas por distintos autores. Precisamente, pude recuperar de mi casa paterna dos ejemplares, que me pertenecieron e incluso tienen mi vieja firma y los conservo en mi biblioteca como recuerdo muy apreciado de mis años de adolescencia. Se trata de "La misión de venganza" escrito por A. Stuart y "El polizón del Wanderer" de Anthony Parsons, ambos traducidos por Natal Rufino. Las dos novelas fueron publicadas en la década del cuarenta. Una coincidencia que no dejó de sorprenderme, como también quedé admirado de la lucidez de Gorostiza con sus noventa años de edad. Son hechos que marcan etapas de la vida y que, después de muchos años, encuentran coincidencias con hechos semejantes acontecidos a otras personas. En este caso, a dos que transitamos por los vericuetos de la escritura.

viernes, 25 de junio de 2010

Mensaje

A raíz de mi comentario al libro de Ivonne Bordelois, "Del silencio como porvenir", que está en este blog bajo el título "Resistir con la palabra" y se publicó en "EL DIARIO" de Paraná (E:R:) con el título "Reivindicación de la palabra", la autora del libro me envió el siguiente mensaje: "Muchas gracias, Carlos Sforza, por su extensa y entusiasta reseña -es bueno saber que no estamos solos en el rescate de la palabra!

Ivonne Bordelois"
Agradezco a la ensayista y poeta su mensaje, puesto que en el rescate de la palabra, del verbo, de la vida que nos da, debemos estar siempre y resistir con la palabra los ataques, la desvituación que muchos hacen de la misma o el mal empleo y banalización del lenguaje. Cañas pensantes, nos expresamos y somos por la palabra y el silencio.

miércoles, 23 de junio de 2010

EL HABLA Y LA EXISTENCIA
Escribe Carlos Sforza*
Sostiene Tomás Abraham que “Lo que se dice necesariamente es. Es imposible decir el no ser. El habla instala la existencia”. Con esta afirmación, el filósofo argentino ubica el nacimiento de la filosofía griega aunque también hace notar la presencia de Heráclito quien afirma que en la realidad acontece el devenir.
Podemos decir, desde nuestra perspectiva, que la palabra hace presente el ser. El habla posibilita no sólo la afirmación presente de quien la dice, sino que posibilita el diálogo donde hay palabras y silencios. Es decir, donde se instala el ser y se dice para que el otro reciba esa palabra. Y mientras ello sucede, el que emitió la palabra entra en silencio y ese silencio es también, una afirmación del ser. Hay, a través de la palabra, un encuentro dialógico entre el yo-tú que hace posible la convivencia y eleva el pensamiento gracias a ese encuentro.
Cuando la palabra entra en la escritura, cuando se deja la oralidad, resulta imprescindible que ese decir sea justo, apropiado, no elusivo ni desfigurado, para que el otro, el lector potencial de lo escrito, pueda recibirla y apropiarse de ella como un verdadero tesoro. Eduardo Mallea afirmaba que “la grandeza de un escritor y su prueba verdadera consisten en cómo se ha escrito lo que estaba destinado a decir”.
Octavio Paz en su libro “Vislumbres de la India” escribió que “(…) un libro de poemas es una suerte de diálogo en el que el autor intenta fijar ciertos momentos excepcionales, hayan sido dichosos o desventurados (…)”. Por eso adentrarse, como lectores, en un poema no es sólo un encuentro con el poeta, el hacedor, sino entrar en una relación dialógica con aquellos momentos excepcionales que nos transmite el creador.
La presencia del ser por la palabra demanda, en el caso del escritor, que en el verbo esté la vida. Eso significa que esa vida presente en la palabra, es la que a la postre salva el ser que encarna la palabra dicha o escrita. De lo contrario caeríamos en un bla-bla incesante donde la palabra pierde significado, presencia transformadora.
En la creación del lenguaje a través de la palabra que es vida y afirma la presencia del ser, ese lenguaje debe ser fiel al hacedor. Porque precisamente el creador mantiene esa fidelidad pese a las aparentes diversidades que puedan encontrarse en sus diferentes creaciones.
El citado Mallea, que escribió lúcidas páginas sobre el lenguaje, sostiene que el lenguaje creador es cuando se define como invento puro y a la vez como original. Así afirma: “Original quiere decir lo que se crea diferente desde el origen, lo que pertenece al origen. Y es la aparición y existencia de ese elemento de lenguaje original poderoso lo que hace que una obra de creación exista en sí, ya que, si no, no habría necesidad de hacer eso que se llama novelas, o poemas, y la Ilíada y la Odisea habrían quedado siendo tradición oral y no escrita. El lenguaje creador decide que una obra salga a ser, que salga a ser lo que ha querido ese singular lenguaje.”
La presencia del ser se patentiza por el habla. El habla es la que da existencia, la que hace presente al ser en la palabra. Esto lo entendieron los creadores de la filosofía griega y, diría yo, no sólo ellos, sino la escritura del Apóstol San Juan cuando estampa en el comienzo de su Evangelio: “En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe” (Biblia de Jerusalén, S. Juan, 1, 1-3).
La palabra que forma el lenguaje, es la casa del ser. Así lo han entendido muchos desde la antigüedad hasta la modernidad. En su Carta sobre el Humanismo, Martín Heidegger escribió: “El lenguaje es la misma mansión del ser. En su abrigo habita el hombre. Los pensadores y los poetas son los guardianes de este abrigo. Su guarda es el cumplimiento de la revelabilidad del Ser, en tanto que por su decir, hacen acceder al lenguaje esa revelabilidad, y la conservan en el lenguaje” (p. 25).
El filósofo alemán, hablando en cierta ocasión de Hölderling dijo que “Lo que existe, los poetas lo fundan” y que “poesía es la fundación del ser por la palabra”. Entonces tenemos que tener presente siempre que el habla instala la existencia. De allí la importancia de la palabra. Que siempre va acompañada del silencio. Es como una afirmación del ser que dice y que calla. En esas dos instancias que hacen a la vida del hombre, del creador, del hacedor, se centra la razón de ser de esa caña pensante que es el hombre como supo definirlo Blas Pascal.
De todas maneras debemos tener sumo cuidado en el uso del lenguaje, debemos respetar la palabra y no desvirtuarla porque estaríamos sacrificando lo que es esencial y diferencial en los humanos. Italo Calvino advertía en una de sus conferencias que existe una epidemia pestilente que azota a la humanidad en el uso de la palabra. Afirmaba el gran escritor italiano que “ existe “una peste del lenguaje que se manifiesta como una pérdida de fuerza cognoscitiva y de inmediatez, como automatismo que tiende nivelar la expresión en sus formas más genéricas, anónimas, abstractas, a diluir los significados, a limar las puntas expresivas, a apagar cualquier chispa que brote del encuentro de las palabras con nuevas circunstancias”. Ante esta realidad, el autor de Las Ciudades Invisibles, no se pregunta sobre los orígenes de esta epidemia (aunque enumera algunos), sino que lo que le interesa “son las posibilidades de salud. La literatura (y quizá sólo la literatura) puede crear anticuerpos que contrarresten la peste del lenguaje” (Seis propuestas para el nuevo milenio, p. 68).
Conviene que reflexionemos sobre estas cosas que hacen a lo que caracteriza al ser humano: la palabra. Que es mansión del hombre y a la vez de ser su casa, el hombre, usted lector y yo, debemos defenderla para que continúe siendo la creadora del ser y que el habla siga siendo la que instala la existencia.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

martes, 15 de junio de 2010

MIS AMIGOS, LOS LIBROS…

Hoy se celebra el Día del Libro. Es una fecha que está íntimamente unida al Día del Escritor. Porque los libros existen gracias a los que los escriben.
Y en este día tan especial, qué mejor que hablar de mis amigos, los libros. Porque debo decirlo de entrada: hay cosas que se convierten en amigos del hombre. En mi caso, yo tengo una vieja, constante e irrenunciable amistad con los libros.
Nace esa amistad de mi niñez, cuando leía las aventuras de Flash Gordon y, a la vez, me solazaba con notas del hoy legendario, “Tesoro de la Juventud”.
Vino la etapa de las lecturas de novelas de aventuras: Salgari, Julio Verne. Y la adicción a las novelas policiales que leía en ediciones como las de la Biblioteca del diario La Nación que ofrecía entre otros muchos libros, las novelas y cuentos de Sherlock Holmes escritos por Arthur Conan Doyle, y las que se vendían en los quioscos, como la serie de Sexton Blake, Mr. Reeders, La Sombra y otras, hasta las de Arsenio Lupin, los cuentos de E. Allan Poe y serían interminables las citas.
Fueron mis amigos en la última parte del colegio secundario, las obras de los autores argentinos a los que accediamos por instancia de nuestra Profesora de literatura en el Colegio Nacional de Nogoyá, donde hice los dos años finales pues en Victoria no había Colegio Nacional. Y también las obras de historia, guiado junto a otros condiscípulos, por ese gran profesor e historiador nogoyaense, Juan Antonio Segura.
Luego fueron otras lecturas. Política, sociología y, claro, la infaltable e imprescindible filosofía en mi paso por la universidad y en los años posteriores.
Pero siempre estuvieron mis amigos los libros. En una u otra materia. Para investigar, estudiar y para gozar. La literatura, en sus diversos géneros, en especial novela, cuento y poesía, ha ocupado (y ocupa) un lugar preferencial en mi gusto. Como los ensayos. Y tantos otros libros que escapan al canon académico pero que son de lectura que producen placer y por ello, son queribles.
Mientras escribo esta nota, detengo mis dedos del teclado de la computadora, observo las paredes de mi estudio o guarida, y veo los anaqueles cubiertos de libros. Están ahí, quietos, en filas, por materia, esperando que mi mano los extraiga del anaquel y mi vista recorra las páginas, con anotaciones y subrayados hechos en diversas épocas y etapas de mi vida. En cada relectura que es como acceder de nuevo a un libro ya leído pero que no es el mismo que leí antes. Porque tiene nuevas sorpresas para ofrecerme. Porque yo no soy el mismo sino que llego a sus páginas con nuevas visiones, nuevas experiencias, nuevas búsquedas.
Distingo los veinte tomos de la Suma Teológica, los ochos tomos de las obras completas de Azorín, los libros de historia, las obras de Bioy Casares, de Jorge Luis Borges, de Ernesto Sábato, toda la literatura sobre religión desde las ediciones de la Biblia de Jerusalén y la de los Paulinos, hasta un ejemplar de El Corán, Y la de los autores victorienses en un lugar preferencial. Como asimismo la de los otros escritores entrerrianos. Y, por supuesto, los diccionarios, instrumentos imprescindibles para todo escritor. Y los ensayos sobre literatura: la Historia Crítica de la Literatura Argentina en sus cinco primeros tomos, los tres tomos de Ensayo de un Diccionario de la Literatura de C. Sainz de Robles, los cuatro tomos de Literatura del Siglo XX y Cristianismo de Charles Möeller, los tres tomos de la Enciclopedia de Entre Ríos, sección Literatura. Y se suman nombres y títulos. Entre los primeros los insoslayables: San Agustín, Kierkegaard, Gabriel Marcel, Italo Calvino, Umberto Eco, Gilbert K. Chesterton, Graham Greene, Ray Bradbury, George Orwell, Julio Cortázar, Arturo Cerretani, Luis Gorosito Heredia, Eduardo Mallea, Camilo José Cela, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz. Mirar los estantes de mi biblioteca en el Día del Libro, es reencontrarme con muchísimos amigos. Que en diferentes etapas de mi vida me han hecho vivir otras vidas, conocer otros mundos, gozar y ver el ser humano en sus páginas. Verlo con sus amores y sus odios. Con todas sus pasiones. Con su bondad y con su maldad. Este reencuentro por ser hoy un día dedicado expresamente para celebrar al libro, es de suyo gratificante. Me muestra lo mucho que he aprendido en la lectura de estos amigos. Y lo mucho que me falta aprender. Por eso, mi adicción a los libros, que como expresé al comienzo, viene de lejos, es imposible que la pueda dejar. No hay antídoto contra ella. No hay curación conocida ni, creo, por conocer. Ella está en mi ser. Como está la escritura. Va conmigo y no puedo desprenderme de ella. Ni quiero, claro, desprenderme. Porque es mi alimento espiritual, intelectual, que me sostiene y me hace hacer ver el mundo y en muchos sentidos agradecer a la vida.
Por eso digo desde el titulo: MIS AMIGOS, LOS LIBROS…
15 de junio de 2010, Día del Libro.

domingo, 13 de junio de 2010

DÍA DEL ESCRITOR
En nuestro país el Día del Escritor se ha instituido para festejar a los escritores argentinos, en coincidencia con la fecha de nacimiento de don Leopoldo Lugones el 13 de junio de 1874 en la Villa María del Río Seco, aldea de Córdoba que al decir de Pedro Miguel Obligado, “la población se reúne en un valle que los días decoran de luces irreales, como de ultramundo, y cuyas tierras secas, de concentrado misticismo, contemplan extáticas los paisajes del firmamento, por donde pasan locamente, con su espíritu de viento y su cuerpo de agua, las nubes sonoras y flamígeras”.
Lugones junto a un grupo de escritores, fundó la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) y fue su primer presidente. Hombre controvertido por sus actitudes políticas, fue uno de los mayores escritores de la primera mitad del siglo XX. De allí que el 13 de junio de cada año se celebre el Día del Escritor.
Esta celebración no es sino un alto en el camino, para festejar el día dedicado a quienes desde el silencio de sus refugios, en medio del ajetreo de la vida cotidiana, muchas veces encarcelados, otras exilados, no pocas veces resistiendo dentro de su propia patria, con su imaginación, con su duende, transitan con las palabras por mundos imaginados, vividos, sufridos y gozados. Es un recuerdo y, a la vez, un reconocimiento para quienes nos hacen vivir otras vidas, nos hacen gozar con sus creaciones y comprometen todo su ser en cada línea que sale de su hacer.
Como escritores, quienes estamos en esa tarea visceralmente, no por ocasión o hobby, sino por una urgencia vital, existencial, sabemos que en nuestro mundo no es fácil la tarea que realizamos. En verdad, tal vez nunca fuera fácil. Pero nuestra voz, y hablo como escritor, se transmite a través de la palabra cuando se es capaz de dominarla, para que llegue a alguien, aunque sólo fuera una línea, un verso, pero que lo conmueva, le produzca placer, lo transporte a mundos que quizá nunca imaginó y quisiera vivir.
En el Día del Escritor (y en todos los días), nuestro compromiso como escritores, es con la palabra. Con la literatura que es la palabra escrita. Y con nosotros mismos para poder ser fieles a esta tarea que hemos adoptado por necesidad vocacional y biológica y a la que nos debemos y debemos serles fieles.

martes, 8 de junio de 2010

RESISTIR CON LA PALABRA
Escribe Carlos Sforza*
La palabra como valor inherente a los humanos ha sido tema de más de una nota que he escrito y de encuentros en los que he hablado de ella. La palabra que es el Verbo que estuvo en el principio, conforme nos dice San Juan en su Evangelio, es uno de los elementos que hace a la convivencia, al conocimiento de uno mismo y del otro, a la propia dignidad de la persona.
Ivonne Bordelois, discípula de N. Chomsky en su doctorado en Lingüística en Estados Unidos, se ha dedicado a una exhaustiva investigación sobre las palabras. Varios de sus libros y artículos se centran en el tema. Ahora acaba de publicar “El silencio como porvenir” (Libros del Zorzal, Bs.As., 2010, 142 páginas), en el que reúne 10 ensayos –conferencias, ponencias- que tratan sobre la palabra.
EL LIBRO
Ivonne Bordelois dice que “El amor por la palabra es una fuente de extraordinaria resistencia sobre las aguas turbulentas de una historia tan difícil como la nuestra” (p.9). El título del libro responde al primer ensayo que lo integra. Y nos habla no sólo de la palabra sino del silencio. Amalgama a éste con aquélla, en una búsqueda de la armonía que debe existir entre ambos. Glosa a Max Picard en “El mundo del silencio” cuando dice “que cuando dos dialogan, si dialogan de verdad, hay siempre un tercero, y éste es el silencio” (p.11).
Recurre, claro, a la poesía de San Juan de la Cruz que es un exponente excepcional sobre la palabra y el silencio y que no sólo marca desde la poesía mística una actitud existencial, sino que lo hace a través de un alto lirismo.
La autora hace una crítica de cierta poesía y literatura actuales. Y así expresa: “Hay una literatura y una poesía que han cortejado y cortejan, con una complicidad lamentable el mundo de la farándula, del bestsellerismo, del éxito a cualquier costo que esta deleznable cultura que nos rodea fomenta sin limitaciones” (p.32).
La reivindicación de la palabra y del lenguaje que hace a lo largo del libro la ensayista, ayuda sin dudas a que el lector pueda reflexionar sobre el tema y valorar en su debida medida lo que ambos son como partes inseparables del ser humano. Expresa que “El lenguaje, en cambio, es la instalación biológico-anímica que nos define como especie. Palabra de pie llama el guaraní, insuperablemente, al ser humano” (p.60). Y en esa definición que supera a una sencilla metáfora, la sabiduría guaraní define exactamente al hombre.
Nos habla de la poesía en tiempos de crisis y también del lenguaje entre la poesía y el poder. Hace una excelente exposición sobre la transmisión de las lenguas y el encuentro de las mismas. Resulta interesante y novedoso su ensayo “La canción en la infancia: un bosquejo de educación sentimental”, en el que desde su experiencia personal, nos cuenta sobre lo que han significado para ella (y significan para los niños) esas canciones. En su caso, no solo las nanas, sino canciones de la calle, las que hacía famosas Carlitos Gardel como lo llama al zorzal criollo, y muchas otras que, desde la niñez, la acompañaron y formaron.
Cuentas y cuentos
En este ensayo nos habla de los cuentos; de su nacimiento y desarrollo de algunos de las tradicionales narraciones (Caperucita, La Cenicienta…). Busca el origen de la palabra cuento que viene del latín computare. Y dice que “adquiere un significado matemático antes de desarrollar la acepción de actividad narrativa; es decir, primero vienen las cuentas y luego los cuentos” (p.113). Tanto los números como las palabras se van escalonando y ascendiendo. En los cuentos se sucede una secuencia tras otra para cerrar el relato.
Nos habla de la narración oral y el encanto y la fuerza que adquiere en un verdadero narrador o contador de historias. Pone el ejemplo del recordado escritor jujeño que ancló en Buenos Aires, Jorge Calvetti. Y lo rescata como gran narrador oral. Dice de él: “… el prodigio primero y superior era su encanto y el misterio con que Jorge iba embargando a su audiencia a medida en que avanzaba en su historia” (p.120). Al leer esto, vino a mi memoria la anécdota que relata Hernán Benítez en el “Palique preliminar” a “Crítica literaria” de Leonardo Castellani. Allí cuenta que en un día de octubre, estando de vacaciones del seminario en las sierras de Córdoba, se desató una llovizna tenaz y una niebla que a la veintena de chiquillos les aguó el retozar en las sierras y los obligó a guarecerse en un porche. Y allí, entre ellos, joven de 21 años, estaba Castellani. Y le pidieron que les contara un cuento. Pero él, en vez de contarles un cuento policial de los que luego escribió en “Las muertes del Padre Metri” o una de sus posteriores famosas fábulas, les contó el libro “Ben-Hur”. Dice Benítez que sacaba de cada libro tres o cuatro escenas, y en ese día les contó la carrera de Ben-Hur. Y fue tan realista, con inserciones de su propia creación, que “al anochecer estábamos con los nervios como si aquella carrera la hubiéramos corrido nosotros. Y en sueños nos parecía ver todavía el pataleo de la blanca cuadriga de troncos arábigos redoblando sobre las arenas del circinado” (Crítica…, págs.26/27).
Es una muestra de la fuerza de la narración oral: en el caso de Bordelois, en la voz de J. Calvetti, en el otro, en la voz del siempre recordado Leonardo Castellani.
El libro concluye con “Pido la palabra”. La poeta y ensayista Ivonne Bordelois en esa alocución dice: “Si la palabra está bajo enemigo es porque la fuerza y el poder de la palabra son temibles, y de allí la necesidad de aniquilarla. De la palabra nacen el espíritu crítico y la inspiración creadora, de la palabra nace el juego, el poema, el canto y el amor, de la palabra nacen la memoria y el conocimiento, de la palabra nace la libertad. Y si se quiere destruir con tanto ahínco la palabra es porque se necesita una sordomudez fundamental para aceptar la inmensa cantidad de chatarra política, comercial y mental que nos rodea y nos asfixia sin cesar” (p.135).
Este es un libro para leer, reflexionar y sacar conclusiones. Es un rescate de la palabra. Y hoy, como siempre, debemos recuperar el valor sagrado de la palabra.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

martes, 1 de junio de 2010

LOS NIVELES DE NUESTRA LENGUA
Escribe Carlos Sforza*
Asistimos a una depreciación de nuestra lengua. Hay tanto en el habla cotidiana como en los comunicadores sociales, una degradación del español hablado y escrito en la Argentina que no sólo llama la atención, sino que causa alarma por la deformación de nuestra lengua.
Nuestra Academia Porteña del Lunfardo emitió una declaración a comienzos de este año sobre los “riesgos que acechan ahora al castellano hablado en Buenos Aires”. Y es digno tener en cuenta que nuestro lema académico es: “El pueblo agranda el idioma”. Pero ese agrandar el idioma por el pueblo no significa caer en la chabacanería o en gruesos errores (u horrores) en el uso y manejo de la lengua que hablamos.
Con mucha razón Italo Calvino en una nota publicada en “Corriere della Sera” en 1978 advertía que “El uso popular es un modelo al que hay que recurrir por lo que tiene de reserva de creatividad, de imaginación, y no por lo que tiene de repertorio de términos empobrecidos”. Existe una tendencia al facilismo en el uso de la lengua que al fin no es sino un permanente nivelar hacia abajo en vez de nivelar hacia arriba. Por eso en el final de su artículo, Calvino sostenía: “Creo poco en la virtud de “hablar francamente”, porque suele significar entregarse a las costumbres más fáciles, a la pereza mental, a la debilidad de las expresiones banales. Sólo en la palabra que indica un esfuerzo por volver a pensar en las cosas, desconfiando de las expresiones comunes, se puede reconocer el arranque de un proceso liberador”.
Hay que tratar de hablar con justeza. Y la responsabilidad de los comunicadores sociales sean periodistas de medios escritos, orales o televisivos, hace que deben guardar un mínimo respeto por la palabra, no tergiversar su uso ni su sentido, no inventar vocablos a su gusto, no caer en la chabacanería ni en el menosprecio del idioma que bien rico es en expresiones y formas para que cualquier charlatán de feria pretenda modificarlo o reinventarlo.
De allí que la Declaración de la Academia Porteña del Lunfardo, con justeza afirme: “Sin negar otras causas, creemos que la pobreza idiomática tiene que ver con el tono chabacano de algunos comunicadores y con la cómoda irracionalidad que sustituye el argumento por el grito o la descalificación”. Y agrega a renglón seguido que “No parece tampoco omisible la creciente equivocidad de no pocos términos a los que se atribuyen fraudulentamente significaciones que no registran los códigos de la lengua, sino los de la mala fe”.
Es interesante e importante esta Declaración, puesto que no solamente habla en general de la caída de los niveles de lengua, sino que ejemplifica algunos casos comunes y reiterados de ese bajón. Así nos ilustra con la desaparición del usted “reemplazado por un checheo confianzudo”. Habla de la pauperización del habla porteña que se ha “manifestado en el eclipse del relativo cuyo y del adverbio tampoco, en el ninguneo del subjuntivo, modo verbal que cede terreno al condicional (si yo sería por si yo fuera), en el desconocimiento de la coordinación de los tiempos (me dijo que vaya el día siguiente por me dijo que fuera el día siguiente) y en la confusión de los géneros (ese acta, esa área, ese agua)”.
El lector podrá, sin dudas, agregar otros suculentos ejemplos de la caída de los niveles de nuestra lengua ya que diariamente leemos y escuchamos esa pauperización horrible que nos baja el nivel constantemente.
Aclara nuestra Academia que los extranjerismos no empobrecen nuestra habla sino que por el contrario, la enriquecen y expresa que tal es el caso de “los extranjerismos usuales en la lengua castellana desde los años que ésta incorporó bellísimas voces arábigas, ni las creaciones léxicas de los sectores marginales, que la Real Academia Española viene acogiendo en su diccionario desde la primera edición (1726)”.
Es importante pues, tener en cuenta esta Declaración y, siempre, aplicar el sentido común en el uso de la lengua. De allí que hay que estar atentos a que nuestro léxico no se pauperice sino que sea “abierto, dinámico, unívoco, rico, limpio, sujeto tan sólo al orden mental y al buen gusto”.
Por otra parte, hay una decadencia “que supone el estilo ético de quienes profesan que se puede decir cualquier cosa de cualquier modo” a la vez que, como dice claramente la
Declaración comentada, hay que rechazar toda injerencia autoritaria en este y otros asuntos. En una palabra, hay que ejercer la libertad pero con responsabilidad. Y en el caso del habla, esa responsabilidad consiste en no pauperizar el idioma y en tratar, siempre, de nivelar para arriba.