martes, 31 de agosto de 2010

EL FANTASMA DE LA CAL
Por Carlos SFORZA
Según cuentan los que saben de cosas antiguas, muchos acontecimientos ocurrieron en la Victoria de fines del siglo diecinueve. Algunos de ellos, como el cuento del fantasma de la cal, me los narró mi madre en esas noches de lluvia y viento en que, en medio de un relámpago, uno necesitaba acurrucarse en el fondo de la silla para guarecerse mejor.
En el viejo Quinto Cuartel, cuando el lugar era un emporio económico, trabajaba mi abuelo, don Baudelio Santana. Y con él, muchos otros. Sobre todo inmigrantes. La mayoría pertenecían a la corriente italiana. Algunos menos, a la española. Y todos, reunidos en colonia, laboraban en los comercios de la zona y en especial, en las caleras. Que, por otra parte, eran numerosas puesto que surtían de cal a varias ciudades de otras provincias.
En las largas horas de las noches invernales, los gringos se reunían en la boca del horno en que quemaban la cal. Y allí, matizando las noches interminables, solían hacerse unos buches con caña fuerte.
-¿Qué me dicen del frasquete? –un paisano con bombachas batarazas anchas, unas botas de cuero sin curtir y un facón atravesado en la rastra que apenas cubría un chaleco de lana, se acercó a los obreros.
-Y… trabajando… -Luigi Sampietro, con los bigotes abundantes, mojados por la rubia caña, fue el único que respondió.
-Ta frío ajuera. Pero veo que tienen menjunje pa calentarse. Y como voy lejos, por una tropa saben, me vendrá bien la juerte –y tomó de entre las manos curtidas del gringo Sampietro el botellón con caña.
Hecho esto, con un “Chau”, se perdió en la oscuridad de afuera. Y sólo se escuchó, por un momento, el trote monocorde del caballo sin herrar. Y después, el silencio.
-¡Hijo de perra! –al fin Giuseppe Valoni largó sus palabras que subrayó con escupitajo al suelo. Desde el horno, abierto en ese momento, el calor abrazaba a los italianos que mordían su rabia mientras no descuidaban el trabajo.
Deolindo Sánchez era un paisano taimado. Decían algunos que era medio matrero, hombre de cuidado como que se mentaba que tenía algunos difuntos para el lado de Gualeguay. Y los gringos le tenían miedo. Deolindo conocía, con esa intuición innata del paisano, cuál era el sentimiento que su presencia despertaba. Y se valía de ello. Cuantas veces pasaba por la Calera del Sur, viniendo de visitar a la Dolores, se decía: “Me les llevo la caña juerte a los gringos”. Y eso sucedía siempre. Como si cayera del cielo, se apersonaba y se alzaba con el botellón con el brebaje. A veces lo hacía por la necesidad de tomar un trago; pero las más de las veces, por placer nomás. “¡Gringos jodidos sin güelta! Ni chistan siquiera…”, pensaba para sus adentros. Y seguía su camino.
Los gringos trabajaban esa noche como tantas otras en la Calera del Sur. Había un gran pedido de Buenos Aires porque se necesitaba cal para las construcciones de La Plata que recientemente se había fundado. Y los hombres, sin asco al trabajo, se metían de lleno en la tarea. Afuera era noche cerrada. Ni siquiera se oían los ruidos nocturnos. Una helada se asentaba en los pastos; la luna, arriba, miraba con la somnolencia de una nube que apenas le cubría un pedazo de la cara.
Los italianos –estaban Luigi, Giuseppe, Antonio Busso, Mariano Stoppa y Angelo Volpe- tenían abierto el horno y se habían reunido en la boca como para que el calor los penetrara hasta lo más profundo. Angelo tomó un trago de caña fuerte y se sintió mejor. Los cinco eran hombres de trabajo, sin mayores luces, pero honrados. Nadie podría decir nada de ninguno de ellos. El trabajo y la frente alta. Y el Chianti en los domingos con tallarines y los hijos y la esposa. Después…, todo era eso y nada más.
Sintieron los pasos. Parecía que lo estaban esperando. Se miraron los unos a los otros. Cuando apareció en el centro de la puerta, lo reconocieron: era nomás el Deolindo Sánchez. Su rostro lustroso se abría en una amplia y sobradora sonrisa; un sombrero de alas cortas, con barbijo, le cubría la abundante pelambre oscura; sus ojillos, avispados, se posaron en el botellón de caña fuerte.
-¡Qué frasquete! –dijo por todo saludo y dio un paso hacia el grupo.
-Fa fredo… -murmuró con voz casi initeligible Mariano Stoppa a la vez que se ajustaba un cinturón ancho.
-Tome paisano –Angelo le alcanzó la caña. Y se movió a un costado. Miraba al hombre y a sus compañeros de trabajo. Angelo Volpe era el más joven del quinteto. Tal vez frisaba en los treinta años pero el trabajo en la calera lo había envejecido prematuramente.
-¡Ta linda la cañita! – Sánchez se limpió la boca con el revés de la mano. Y entonces sólo se escuchó un grito perdido en la noche. La boca del horno lo tragó sin más. Un empujón certero y Deolindo Sánchez desapareció entre la cal. Y no se vio más del paisano. Los cinco gringos, con apuro, trancaron la puerta del horno y se secaron el sudor. Afuera hacía mucho frío, pero allí donde ellos estaban, sentían calor. Y transpiraban a mares. Se sentaron en unos banquitos alargados, de madera, y distendieron los músculos.
-¿Un trago de caña? –Antonio Busso sacó un nuevo botellón de entre unos trapos que había en un rincón. Y el quinteto brindó con alivio.
Del paisano Deolindo Sánchez no se supo más. Ni nadie se preocupó por averiguar sobre su paradero. Tampoco, por supuesto, la Dolores que andaba ya en otras cosas.
Al cabo de algunos años la ciudad de La Plata se había edificado. Y, en gran parte, con cal victoriense. En una ocasión, Angelo Volpe anduvo de paseo por aquella ciudad. Cuando caminaba por una diagonal, en una pared revocada con cal, le pareció ver algo. Algo confundido se acercó y cuando estuvo enfrente un golpe pareció paralizarlo entero. En la pared revocada vio con toda claridad el rostro sonriente, lustroso, de ojillos brillantes, del Deolindo Sánchez. Salió como disparado. A la cuadra se dio vuelta y el rostro lo seguía mirando.
Angelo Volpe nunca más volvió a La Plata. Y en el Quinto Cuartel, los cinco gringos que estaban la noche en que al Deolindo Sánchez lo difuntiaron, se persignaban cada vez que recordaban al fantasma de la cal.

miércoles, 25 de agosto de 2010

LOS “CUADERNOS” DE SEBRELI
Escribe Carlos Sforza*
Juan José Sebreli es uno de los prolíficos ensayistas argentinos actuales. Desde su libro inicial “Martínez Estrada, una rebelión inútil” (1960), sus aportes se traducen en dieciséis obras publicadas, en las que ha enfocado diversos temas sobre personas, movimientos, hechos realidades de un mundo cambiante del que él, a sus ochenta años de edad, es un fiel testigo. Testigo porque ha vivido muchos de los hechos y temas estudiados en sus ensayos y porque a la vez, ha tenido la capacidad y lucidez para abordarlos en libros que forman parte de una importante bibliografía ensayística argentina.
Ganador del premio de Ensayo del concurso Debate/Casa de América 2008 por “Comediantes y mártires”, ha recibido también el Premio Konex y el de la Academia Argentina de Letras. Ahora nos sorprende con “CUADERNOS” (Sudamericana, julio de 2010, 368 págs.). Y digo que nos sorprende, puesto que esta obra escapa a lo que consideramos ensayo para entrar en una categoría que en nuestro país no tiene muchos antecedentes, ya que en el libro se reúnen diversos escritos, parte de diarios, de apuntes, de reflexiones, de experiencias. Esa reunión que pudiera devenir en un conglomerado híbrido, gracias a la pluma sagaz de Sebreli se convierte en una obra coherente ya que a pesar de la disparidad de temas abordados, algunos más extensamente que otros, hay un hilo interior que los une. Y la lucidez del autor ha extendido ese hilo de tal manera que logra ofrecernos una obra diferente a sus anteriores libros, pero que muestra el pensamiento y la penetración analítica del autor.
EL LIBRO
En lo que podríamos llamar introducción o prólogo a la obra, Juan José Sebreli advierte que “Este libro no alude en el título al contenido sino al objeto donde fue escrito y cuyo nombre designa, además, un subgénero dentro del vasto género del ensayo, que permite pasar de un tema a otro con una libertad sin límites” (p.9). Ese objeto del que nos habla el autor, él lo explica cuando se refiere a las libretas o cuadernos, que muchos escritores han usado para sus anotaciones. Que han llevado consigo por su manualidad y donde asientan datos, lugares, personas y personajes, cosas que pueden interesarle a posteriori o bien que son de utilidad casi instantánea como un número de teléfono, una dirección, el nombre de un libro.
Así recuerda los cuadernos Moleskine en los que Van Gogh y Matisse dibujaron en sus páginas, los cuadernos de Thomas Mann, el famosos “Cuaderno San Martín” que incluso, dio título al recordado poemario de Jorge Luis Borges de 1929. Una larga serie de cuadernos desfilan por las primeras páginas del libro como una manera, diría casi innecesaria tratándose de Sebreli, de justificar su “Cuadernos” que por sí mismo, al leerlo, se justifica.
Recuerda la tradición argentina del siglo XIX con los diarios de viajes y crónicas de costumbres de Sarmiento, y los escritores de la generación del ochenta, adoptado “de modo algo frívolo”. Aparecen los nombres de Lucio V.Mansilla, Eduardo Wilde y Miguel Cané. Nos recuerda el cambio de comienzos del siglo pasado, cuando desde el periodismo en diarios y revistas, aparecieron las notas de Juan José de Soiza Reilly y Roberto Arlt. Encontramos el advenimiento de los periodistas escritores, con sus investigaciones, como las encuestas y testimonios de Jean Paul Sastre y los reportajes que dieron nacimiento a la “no ficción” en la pluma de Truman Capote.
En la confrontación entre lo académico y lo popular, Sebreli halla un punto de contacto que rompe esos compartimientos estancos. Si sobre la cultura de élite y la popular, Gorge Steiner decía que son “conversaciones académico-periodísticas, el formato en la actualidad”. A lo que el autor de este libro agrega que “Más allá de las relaciones interdisciplinarias se trata de una perspectiva transdiciplinaria”.
En la parte final de su introducción, nos dice Sebreli que “Estas notas sueltas lejos de oponerse a los grandes relatos, son trozos de aquéllos. Cada momento es una forma cerrada en sí misma, muestra una independencia anárquica frente a lo demás, pero la lectura del conjunto revela la identidad del autor y su concepción del mundo”. Que es, en suma, el hilo conductor, al que me referí antes, que une lo que podría aparecer como caótico.
LAS PARTES
Dividido en varias partes o secciones, nos encontramos con Vida Cotidiana, donde nos muestra su visión de personas con sus anécdotas, convertidas a veces en personajes. Nos habla sobre la amistad entre escritores, músicos y hasta personajes de ficción del cine como el caso del dúo Laurel y Hardy. Hace acertadas referencias a la enfermedad y a lo que muchos llamaron “el discreto encanto de la enfermedad”. Recuerda claro, a Bocaccio y El Decamerón, en época de la gran peste, a Emilio Zola en “Naná”, a Hölderling, Artaud y tantos otros. Como a la novela de Camus, “La peste”. Es atrapante cómo Sebreli logra enlazar la enfermedad con la vida real de creadores y obras de ficción y a la vez, relacionarlas con el cine. Es claro que el autor es un reconocido cinéfilo.
En Historias de Vida, rescata apuntes y recuerdos de personas, convertidas ya en personajes, de la vida real. Las duquesas rusas, devenidas espías, emuladas por las damas del Kremlin como María Rosa Oliver, Delia del Carril, la Tota Cuevas y otras. Nos deslumbra con la figura y las anécdotas de Cabito Bioy (primo de Adolfo Bioy Casares) ya que es un personaje de un Buenos Aires desaparecido, pintado con rasgos claros, que muestran la maestría de Sebreli para hacerlo. Como también el fotógrafo IAROS. Sin tapujos pueriles o pacatos, el autor nos habla del Frente de Liberación Homosexual del que él fue fundador y la incorporación al mismo de Néstor Perlongher. Nos muestra asimismo, una semblanza muy bien delineada de Blas Matamoro.
En el apartado Cine, relata vivencias de un auténtico cinéfilo cuando nos habla de la mujer fatal, de Humphrey Bogart, de Greta Garbo, de Orson Welles y del cine argentino. En Ciudades, Sebreli se detiene en Buenos Aires de la que, dice, hay dos solamente en el mundo que se le parecen: Montevideo y Rosario. En Cultura de masas reivindica la música y los artistas. Dedica una larga nota a Catita, a Charlo y recupera otros del viejo cabaret y de tiempos posteriores.
Tiene una sección de Citas, donde transcribe esencialmente párrafos de las novelas negras, especialmente de Raymond Chandler del que dice que “muestra la incidencia en sus obras de la literatura y el teatro inglés, sobre todo los diálogos ingeniosos y cínicos a lo Oscar Wilde” (p.233). También incluye diálogos de películas. En la parte denominada Libros, Sebrelli habla de los jóvenes y los libros, de los políticos y los libros, se pregunta si llegará el fin del libro. Nos habla del ya famoso y casi olvidado Diario de Bioy Casares y sus diálogos y chimentos, cáusticos, con Borges. Quiero, asimismo, destacar la parte dedicada a Roberto Arlt ya que en ella, encuentro muchos aciertos sobre la personalidad y la obra del autor de “El juguete rabioso” Dice Sebreli que en los años cincuenta del siglo pasado, encontró por casualidad “Los siete locos” de Arlt y al leerlo, él que estaba imbuído como tantos de nosotros de la filosofía existencialista, encontró que Roberto Arlt había sido un precursor del existencialismo algunos años antes del auge de esta corriente en Europa. Un artículo, éste sobre el autor de las siempre nombradas aguafuertes, donde entre otras cosas, tipifica los atributos de las ficciones arltianas. Dice asimismo que este autor “heredero de las letras europeas, las reivindicaba frente a quienes se aferraban a la tradición vernácula”. Lo sitúa en una línea media, distante de los famosos grupos de Florida y Boedo.
Sobre Políticas, desnuda lo que fue y significa el mayo francés con un análisis lúcido y esclarecedor. Cuando trata el tema de los guerrilleros y militares argentinos, hace también un buen estudio, separa las aguas y pone las cosas en su lugar. Su mirada no es sesgada sino total. Se completa la obra con otros variopintos temas, como la sexualidad, el tiempo, el riesgo de pensar donde incursiona sobre el pesimismo y el optimismo, su explicación de por qué es agnóstico para cerrar el libro sobre Los finales que es como si se pusiera punto a lo que se abrió con Los comienzos.
COLOFÓN
Un nuevo libro, diferente a los demás en su formato, pero con la coherencia del pensamiento que ha desarrollado Juan José Sebreli a lo largo de su prolífica producción ensayística. Se puede disentir, y de hecho yo disiento, de algunas afirmaciones o pensamientos del autor. Estamos ante una obra abierta, pensada, que admite disensos y, a la vez, diálogo. Que es la manera de ampliar el pensamiento propio y el ajeno. Que en estos tiempos confrontativos y de pensamiento, único es un placer leer.

jueves, 19 de agosto de 2010

HISTORIA ARGENTINA HASTA 1880
Escribe Carlos Sforza*
En el primer trimestre de marzo de 2010 se publicó un libro sobre la historia argentina hasta el año 1880. Se trata de “El proceso federal argentino (1776-1880)” cuyo autor es José Felipe Marini. Ha sido editado por DUNKEN (Buenos Aires, 2010, 488 págs.). Siempre es bueno que se investigue, se sumen hallazgos e interpretaciones de nuestra historia, para así iluminar más la búsqueda de lo que nuestro pasado fue y en base a ello, saber de dónde realmente venimos.
EL AUTOR
José Felipe Marini es Coronel (R) y Licenciado en Ciencias Políticas y Diplomáticas de la Facultad de Ciencias Económicas, Comerciales y Políticas de la Universidad Nacional del Litoral en 1965. Dicha facultad funcionó en Rosario y por sus aulas anduve cuando inicié mi inconclusa carrera de Diplomacia. En su momento, era la única facultad que ofrecía esa disciplina en el país y casi en Sudamérica, ya que a ella concurrían alumnos procedentes de Brasil, Perú y otros países vecinos.
Marini desde que egresó de su carrera universitaria se ha dedicado a la investigación, publicación y docencia en el Instituto del Servicio Exterior de la Nación, en la Escuela de Defensa Nacional, en la Escuela de Guerra, en diversas universidades y academias e institutos superiores. Entre sus libros, cabe destacarse los dedicados al estudio de la geopolítica y nuestro país. En Buenos Aires, donde reside, despliega asimismo una activa labor en la Asociación Entrerriana “General Urquiza” y tengo el honor de contarlo entre mis amigos. Por razones familiares de su esposa, Marini está vinculado a familias de Victoria, ciudad a la que ha visitado en muchas oportunidades.
EL LIBRO
En líneas generales debo decir que la investigación que ha realizado José Felipe Marini es amplia, exhaustiva, seria, documentada y a partir de los hechos y la documentación y bibliografía consultadas, logra mostrar una visión certera del desarrollo de nuestro proceso histórico desde el año 1776 hasta 1880.
Sabemos que nuestra historia, concretamente el período que abarca el siglo XIX ha sido investigado e interpretado desde diversos puntos de vistas, a veces tendenciosamente, otras muchas, con ecuanimidad. En todas ellas, se han puesto de relieve los aspectos salientes de nuestro pasado y a las versiones tradicionales y oficiales, se han sumado las del revisionismo histórico. Muchas veces, en esas confrontaciones de lo que es nuestro pasado, ha habido encontronazos por las diferentes interpretaciones de los hechos y personas que intervinieron. No obstante ello, de a poco, se ha producido un
decantamiento y una seria actitud interpretativa, separada de ideologías que obnubilan la visión, para que hoy podamos tratar de encontrar un asidero para intentar ver lo que realmente sucedió, cómo sucedió, por qué sucedió, y formarnos una opinión valedera de nuestra historia. De allí que pueda decir que este libro de Marini ayuda al lector a informarse y a la vez, a iluminar su propio pensamiento.
EL PROCESO FEDERAL
El autor busca mostrar a través de sus investigaciones y su interpretación de lo que ellas le han reportado, el proceso federal que desde la formación del virreynato hasta 1880 trató de imponer una forma de vida política en nuestras tierras.
Dice Marini que “El federalismo ha sido un fenómeno político con fuertes tonos económicos, sociales, demográficos, culturales y, especialmente geopolíticos. Por ello su tratamiento nos aparta de las clásicas interpretaciones oficiales o revisionistas de nuestra historia, normalmente explicadas desde la óptica porteña” (p.9).
Cuando avanzamos en la lectura de la obra, advertimos que esa acotación del autor es valedera. Y, a la vez, nos sumergimos en una historia que en mucho se aparta de los manuales en uso, de los textos tradicionales y de muchas otras versiones históricas manchadas por un ideologismo que suele sesgar la visión.
Resulta sumamente interesante esta investigación cuando desnuda la raíz eminentemente unitaria de muchos próceres argentinos, que buscaban la hegemonía de Buenos Aires, centralizando todo en ese punto, con un manejo discrecional y unidireccional de la aduana del puerto.
Analiza en profundidad la lucha del pensamiento liberal unitario de los porteños enfrentados con el sentido federal del interior. Y es de destacar el tratamiento que da a la revolución de Buenos Aires, que careció del apoyo popular, frente a la oriental que surgió de la decisión del pueblo. Con buenos argumentos, basados en sus investigaciones, destaca ampliamente lo que fue la figura de Artigas enfrentada a los gobernantes porteños. Éstos, unitarios en su pensamiento, querían imponer ese régimen, mientras el oriental, apoyado por los pueblos libres y soberanos, buscaba el sentido federal de gobierno para estas tierras.
Marini demuestra con documentación y apoyo bibliográfico, el sentido que los porteños quisieron siempre imponer al rumbo del país, mientras que los pueblos del interior, tenían otra visión. Por supuesto que en las páginas de este importante libro por lo que aporta a la historiografía argentina, desfilan los hechos fundamentales y, diría, fundantes de lo que fue ese largo período histórico. Muestra la figura de Juan José de Urquiza, en su dimensión de organizador y, también, en su posterior actitud dubitativa ante el avance porteño con Mitre y Sarmiento. Las luchas intestinas y lo que fue la última y frustrada revolución jordanista en el también último valuarte del federalismo, la provincia de Entre Ríos.
Asimismo quiero rescatar el tratamiento que da a Ricardo López Jordán, y al trágico asesinato de Urquiza y sus dos hijos. Aclara lo que muchos desconocen o no quieren conocer: la orden de López Jordán era “tomar prisionero a Urquiza para que deje el mando y se retirara a la vida privada u optara por irse al extranjero (…) y respetar a su familia y bienes personales” (p.421). No su muerte. Tanto es así, que como se demostró en el proceso judicial por el asesinato de Urquiza, esa es la versión de los hechos como lo relataron los que intervinieron en el complot: Mosqueira y Vera.
Dice Marini que en Entre Ríos creían vivir en una confederación y no en un estado federal como lo establece la Constitución. La rebelión de Entre Ríos y el asesinato de Urquiza “carecían de fundamentos éticos, legales y políticos suficientes para ser aceptados en el orden nacional” y agrega que “Sarmiento no podía permitir un retorno violento al pasado vencido. Pero su ensañamiento con la provincia de Entre Ríos fue desmedido y cargado de rencor” (p.435).
En su Epílogo afirma Marini: “Desde la Revolución de Mayo hasta 1853, federales y unitarios lucharon denodadamente para imponer un sistema de gobierno que armonizara con sus respectivos intereses. La Constitución Nacional de 1853 con las reformas de 1860, tuvo el mérito de combinar satisfactoriamente las posiciones enfrentadas. La organización del Estado Federal definido en la Constitución de 1853 terminó en 1880 con la capitalización de Buenos Aires” (p.465).
Es interesante destacar que el autor al final de cada uno de los catorce capítulos del libro, hace un resumen de lo dicho en ellos y acompaña la bibliografía respectiva. Asimismo, al final de la obra inserta la Bibliografía general utilizada en su investigación.
En suma, este es un libro que nos muestra una parte de nuestra historia, en la que prácticamente se forjó el país, con una visión clara y precisa que coloca a la obra de José Felipe Marini entre los importantes y valiosos aportes que en los últimos tiempos se han hecho para esclarecer nuestro pasado histórico.

miércoles, 11 de agosto de 2010

CARTAS A JÓVENES ESCRITORES
Escribe Carlos Sforza*
A lo largo de la historia de la literatura encontramos cartas escritas a jóvenes escritores. Las mismas han sido redactadas por otros escritores, muchos de ellos si no la mayoría, consagrados, dando sus consejos, su experiencia, a quienes hacen las primeras armas en la escritura y en los diversos géneros en los que hoy está dividida académicamente la labor literaria.
ALGUNAS CARTAS
Entre las más difundidas cartas a los jóvenes iniciados en el arte de escribir, no podemos soslayar “Cartas a un joven poeta” que escribió Rainer María Rilke a Franz Xaver Capuz. Se trata de diez epístolas desde el año 1903 al año 1908. Estas cartas han sido leídas no sólo por el destinatario, sino por muchísimos poetas que han abrevado en ellas y han aprovechado las reflexiones y consejos del autor de “Las elegías de Duino”. Capuz dice en el prólogo a la reedición que tengo a la vista de SigloVeinte (1957), que esas cartas son importantes para conocer el mundo de Rilke “e importantes también para muchos de hoy y de mañana que se forman y devienen. Y donde habla un grande y sin igual artista deben callar los pequeños” (prólogo del año 1929). Rilke habla con la experiencia de un verdadero y grande poeta. Le dice al destinatario que “Nadie le puede aconsejar ni ayudar; nadie. Solamente hay un medio: vuelva usted sobre sí”. Y después le expresa: “Por eso, sálvese de los motivos generales yendo hacia aquellos que su propia vida cotidiana le ofrece. (…) Una obra de arte es buena cuando ha sido creada necesariamente”.
En 1975 en Ediciones El Mendrugo (Bs.As.) Ernesto Sábato publicó “Carta a un joven escritor”, de la que tengo un ejemplar con una afectuosa dedicatoria del autor de “Sobre héroes y tumbas”. Se trata de una larga carta donde Sábato le habla con su sabiduría y experiencia a un “Querido y remoto muchacho”. Dice en una parte que “un gran escritor no es un artífice de la palabra sino un gran hombre que escribe y él lo sabe. Si no, ¿cómo preferir el bárbaro Cervantes al virtuoso Quevedo?” Llama la atención sobre el fetiche de “lo nuevo” y por eso dice en su carta que “Cada cultura tiene un sentido de la realidad, y dentro de ese ciclo cultural, cada artista. (…) Cada creador debe buscar y encontrar su propio instrumento, el que le permite decir realmente su verdad, su visión del mundo”.
Eduardo Mallea escribió en 1962 “Palabras sobre un arte (A un novelista que comienza)” y que incluyó en su libro “Poderío de la novela” editado por Aguilar. Es una larga carta dividida en 21 pequeños capítulos, donde da sus consejos a ese potencial novelista que comienza su trabajo que es vocación y oficio. Le expresa en unas líneas que “(…) me daría satisfacción pensar que en la base de usted mismo y de su arte radica primordialmente la idea de conflicto. Casi no valdría la pena escribir si no existiera la idea cenital de la contienda trágica del alma consigo misma”. Cuando habla del artista, le dice que éste “es realista porque es testigo, el testigo por antonomasia, el testigo de los testigos; no realista por las órdenes de la secta ni por las tentaciones de la comodidad”. Lo llama a ser “interior y contumazmente libre” ya que “a nada debe servir más que a la verdad profunda de sus criaturas: si son fuertes, de todos modos se rebelarán sobre usted mismo; sólo le tocará escucharlas con lealtad”.
Mario Vargas Llosa publicó “Cartas a un novelista” en 1997 (Edit.Ariel). El libro reúne doce epístolas dirigidas a un amigo, joven que comienza a manejar los difíciles hilos del discurso novelesco. Le habla de su experiencia cuando era joven y también le aclara lo que siempre he sostenido: que “la ficción es una mentira que encubre una profunda verdad”. Sostiene que la vocación literaria no es un pasatiempo sino una “dedicación exclusiva y excluyente “, por eso, agrega: “quien ha hecho suya esta hermosa y absorbente vocación, no escribe para vivir, vive para escribir”.
Habla del tema y de la forma, algo que es fundamental en la narración. De allí que según Vargas Llosa “lo que una novela cuenta es inseparable de la manera como está contada”. Habla de la estructura de la novela, de los planos de la realidad y de tantos otros tópicos que, sin dudas, para el joven narrador al que las cartas van dirigidas (que al fin, somos todos los lectores) le muestran los puntos de vista de un novelista de valor como es el autor de “La guerra del fin del mundo”.
CARTA A UN JOVEN ESCRITOR
El escritor y miembro de la Real Academia Española, Arturo Pérez-Reverte, publicó en el diario “La Nación” de Buenos Aires (9/8/2010), “Carta a un joven escritor”. Ello motivó esencialmente esta nota y me permitió recuperar algunas de las anteriores cartas que grande autores han escrito para hablar sobre el arte de crear poesía o de narrar.
Pérez-Reverte dice a su potencial lector-escritor que para el oficio que emprende “No hay otra receta que leer, escribir, corregir, tirar folios a la papelera y dedicarle horas, días, meses y años de trabajo duro”. Para llegar a ser escritor, afirma el autor español que “Cuenta el talento de cada cual”. Y aclara: “Y no todos lo tienen: no es lo mismo talento que vocación. Y el adiestramiento. Y la suerte”.
Ante el apuro de muchos jóvenes (y no tan jóvenes escritores) por publicar, advierte el autor de la carta que están “Los que publican en el momento adecuado, y los que no. También ésas son las reglas. Si no las asumes, no te metas. Recuerda algo: las prisas destruyeron a muchos escritores brillantes”.
De allí que es importante escuchar lo que nos dice gente de valor y de experiencia en esta aventura de ser escritores. Afirma Pérez-Reverte que “lo que distingue a un novelista es una mirada propia hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida” (…) Escribe cuando tengas algo que contar”.
Es indudable que la vida enseña más que muchas academias sobre el arte de la novela. Sobre cómo se encara una noticia, un suceso, un hecho cotidiano y se lo transforma en una ficción que tenga verosimilitud y, a la vez, la forma adecuada para contarlos.
Destaca que si bien es cierto que en una novela hay arte, no es menos cierto que también hay artesanía. Oficio puesto al servicio de la imaginación. Asimismo da un valioso consejo sobre la escritura. Dice: “La principal herramienta es el lenguaje. Olvida la funesta palabra estilo, burladero de vacíos charlatanes, y céntrate en que tu lenguaje sea limpio y eficaz. No hay mejor estilo que ese”.
Es claro cuando afirma que “una novela es, sobre todo una historia que contar Una trama y una estructura donde proyectar una mirada sobre uno mismo y sobre el mundo. Y eso no se improvisa”. Para ello, aconseja conocer a los grandes novelistas. Los del siglo XIX y los de comienzos del XX. Da nombres como Stendhal, Balzac, Flaubert, Dostoievski, Tolstoi, Dickens y de varios españoles. Y como final, pone los puntos sobre las ies. Aconseja y aconseja bien. Por eso escribe:”Sitúate en tu tiempo y tu obra. Y no dejes que te engañen: Agatha Christie escribió una obra maestra, “El asesinato de Rogelio Ackroyd, tan digna en su género como “Crimen y castigo” en el suyo. Un novelista sólo es bueno si cuenta bien una buena historia”.
Todo lo dicho por los autores citados y los breves comentarios, no son sino para que sirvan de acicate, de consejo, de advertencia para los jóvenes que hoy o mañana, comenzarán a vivir la excepcional aventura de convertirse en escritores.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

miércoles, 4 de agosto de 2010

EL FUTURO DEL LIBRO FRENTE A LA CIBERNÉTICA
Escribe Carlos Sforza*
Cada tanto en medio del vertiginoso mundo en el que vivimos, surgen voces autorizadas que hablan del futuro del libro impreso como lo disfrutamos hoy frente a los avances de la tecnología.
Precisamente acaba de salir editado por Lumen un libro que recoge el análisis que sobre el tema hicieron el escritor, semiólogo y docente Umberto Eco y el guionista (conocido por muchas películas dirigidas por Buñuel) Jean-Claude Carrière. El diálogo mantenido por ambos fue recopilado por el periodista Jean-Philippe de Tonac y publicado como queda dicho.
En la revista ADN CULTURA La Nación del 3l de julio de 2010, se nos ha dado un anticipo de lo que, sin dudas, es un sabroso y esperanzado diálogo entre el escritor y el guionista, con breves intervenciones del compilador.
EL TEMA
Es evidente que el planteo del tema es actual, discutible y de suma importancia. Actual puesto que asistimos a diferentes formas y versiones a través de la computadora, de libros de diversa índole. Discutible ya que hay quienes sostienen la pervivencia del libro con el formato actual y quienes sostienes su desaparición eliminado por las nuevas tecnologías. Importante puesto que está en juego nada menos que el libro y su futuro. Es decir, si sobrevivirá a las nuevas tecnologías incorporadas por la cibernética o si desaparecerá con una muerte anunciada por algunos.
U. Eco asienta un gran verdad que muchos no han advertido sobre la nueva alfabetización que conlleva la aparición de Internet. Dice el autor de “El nombre de la rosa” que “Con Internet hemos vuelto a la era alfabética. Si alguna vez pensamos que habíamos entrado en la civilización de las imágenes, pues bien, el ordenador nos ha vuelto a introducir en la galaxia Gutenberg y todos se ven de nuevo obligados a leer. Para leer es necesario un soporte. Este soporte no puede ser únicamente el ordenador. ¡Pasémonos dos horas leyendo una novela en el ordenador y nuestros ojos se convertirán en dos pelotas de tenis!” Y agrega: “Además el ordenador depende la electricidad y no te permite leer en la bañera, ni tumbado de costado en la cama. El libro es, a fin de cuentas, un instrumento más flexible”.
LOS SOPORTES DURADEROS
El compilador hizo en medio del diálogo una pregunta pertinente. Ante el interrogante por la caducidad o posible muerte del libro, quiso saber qué se puede pensar de los soportes diseñados para almacenar la información: disquetes, cintas, CD-ROM que ya han quedado atrás.
El cineasta Carrière hace sobre este punto una serie importante de aclaraciones con el aporte de su propia experiencia en el cine. Y al historiar la evolución de los soportes denominados duraderos, concluye que son los más efímeros. Duran poco tiempo y deben ser reemplazados por nuevos soportes que la tecnología va creando y produciendo. Y ello implica nuevas compras de aparatos, nuevos conocimientos sobre su funcionamiento. En suma, lo que hace dos años o poco más, se creía era un soporte para siempre, caduca ante el avance tecnológico. Cosa que, claro, no sucede con el soporte libro.
Con buen tino Carrière cuenta que un amigo, cineasta belga, conserva “dieciocho ordenadores, simplemente para poder ver trabajos antiguos. Lo que quiere decir que no hay nada más efímero que los soportes duraderos”. Como dice Umberto Eco:
“La velocidad con la que la tecnología se renueva nos obliga en efecto, a un ritmo insostenible de reorganización permanente de nuestras costumbres mentales. Cada dos años habría que cambiar de ordenador porque estas máquinas se han concebido exactamente para eso: para que se vuelvan obsoletas al cabo de un período determinado, cuando arreglarlas sale más caro que comprar una nueva”.
EL LIBRO
Sobre el libro, además de su ductilidad para ser transportado, para leerlo, para estar con él a solas, sintiendo el olor a tinta fresca cuando ha aparecido recientemente y lo leemos, o ese sabor a algo añoso cuando los extraemos de un estante de nuestra biblioteca y damos vuelta las páginas y nos encontramos con subrayados, apuntes, impresiones que hemos escrito en los márgenes y que, sin dudas, reflejan nuestros estados de ánimo, nuestros pensamientos en los momentos en los que hicimos los subrayados o las anotaciones, que no son los mismos cuando recorremos las páginas
nuevamente. Han transcurridos meses, años quizá, y el libro nos resulta nuevo y somos otro leyéndolo por quién sabe qué vez…
Umberto Eco dice en el diálogo que “Ante la disyuntiva, hay una sola opción: o el libro sigue siendo el soporte para la lectura o se inventará algo que se parecerá a lo que el libro nunca ha dejando de ser, incluso antes de la invención de la imprenta”. Y a renglón seguido expresa que “Las variaciones en torno al objeto libro no han modificado su función, ni su sintaxis, desde hace más de quinientos años. El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se ha inventado no se puede hacer nada mejor No se puede hacer una cuchara que sea mejor que la cuchara. (…) El libro ha superado sus pruebas y no se ve cómo podríamos hacer nada mejor para desempañar esa función. Quizás evolucionen sus componentes, quizás sus páginas dejen de ser de papel. Pero seguirá siendo lo que es”.
Los adelantos de la cibernética son innegables. La información al instante que podemos obtener a través de Internet no se discute. Pero es información y no más. Es comunicación virtual y no más. Pero no es el libro por más que se intenten hacer experiencias on line con los libros. Yo recuerdo que cuando leí el Ulises de Joyce, en dos tomos, me dispuse a hacerlo en un momento determinado, cuando mi espíritu y mi mente estaban dispuestos a ello. Y lo leí de un tirón. Pese a la densidad de ese día en el que Leopold Bloom anda por las calles de Dublín con Stephen Dedalus, el personaje de “Retrato de un artista adolescente”, y en el que las largas páginas finales son el monólogo interior de Molly Bloom, no dejé el libro hasta que llegué al final. Yo me imagino hoy, ante la pantalla de la computadora, leyendo el Ulises. Sería, pienso, una aventura imposible de llevar adelante. Y además de los inconvenientes visuales, conspiraría claramente sobre la lectura y comprensión de la misma. Sólo con el soporte del libro impreso, pude adentrarme en los vericuetos de la novela de Joyce y gozar con su lectura.
De esta manera he comprobado personalmente lo que vale el libro como soporte para la obra literaria. Sin desmerecer otras aportaciones, claro. Pero, hasta hoy e incluyo el mañana, el libro es insustituible. Quizá, como dice Eco, sea porque es una prolongación biológica del ser humano ya que viene de la invención de la escritura. “Podemos considerar la escritura, afirma el semiólogo, como la prolongación de la mano, y en este sentido tiene algo casi biológico, Se trata de un tecnología de comunicación inmediatamente vinculada al cuerpo. Una vez inventada, ya no puedes renunciar a ella. Otra vez más, es como haber inventado la rueda. Las ruedas de hoy siguen siendo las de la prehistoria. Al contrario, nuestras invenciones, cine, radio. Internet, no son biológicas”.
¡Larga vida, pues, al libro!