martes, 27 de diciembre de 2011

LA HISTORIA EN LA PICOTA II
Escribe Carlos Sforza*
Es evidente que ante la creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico e Iberoamericano Manuel Dorrego, se ha desatado un debate entre posiciones encontradas. Hay quienes lo han criticado y quienes lo han defendido. Yo he fijado mi posición en una nota anterior, pero como la controversia sigue, quiero agregar algunas consideraciones sobre el tema.
Ignacio F. Bracht en una nota publicada en “La Nación” habla de que lo que se busca con esta creación es crear un revisionismo de fantasía. Dice que “Este revisionismo de fantasía no tiene que considerarse heredero de aquel revisionismo que, envuelto –por qué no decirlo- en las pasiones del debate, realizó aportes relevantes al conocimiento de nuestra historia”. Este último revisionismo que cita el autor, es el que se inicia en el siglo XIX con la obra de Adolfo Saldías y llega a su apogeo en los años treinta del siglo pasado con figuras importantes en la historiografía argentina.
A propósito de la creación del meneado instituto, Carlos “Chino” Fernández que es Asesor IAJ-CGT, publicó una nota en “El Diario” (Paraná) que, desde el título, fija su posición: “No somos neutrales”. Es decir que hay una posición tomada, lo que muchos llaman una militancia, todo ello a favor de ciertos personajes y hechos de la historia y en desmedro de la ecuanimidad que debe tener el historiador. En el primer revisionismo, el del siglo pasado, hubo también quienes asumieron una posición de militancia como Pedro de Paoli, para citar un nombre conocido, quien sostenía que “El revisionismo histórico “(…) es, substancialmente, la restauración de los valores morales de nuestro pueblo; el reconocimiento de sus orígenes ancestrales y de la fuerza misional latina, católica e hispánica que imprimió carácter al descubrimiento mismo de América”. Pero la mayoría, buscó en sus trabajos históricos, la verdad y se llega a la conclusión que ella se consigue cuando con mirada no sesgada, se analizan los hechos y se da a cada cual lo que le corresponde.
OPINIÓN AUTORIZADA
A raíz de este entuerto que ha planteado la creación oficial del Instituto, he recordado lo que una opinión autorizada, extranjera, escribió hace un año en el diario “El País”, artículo datado en París y el autor es el semiólogo y filósofo francés de origen búlgaro, Tzvetan Todorov. Lo hizo después de haber visitado a la Argentina y haber estado en la ESMA y en el Parque de la Memoria. El pensador en su artículo reconoce y critica seriamente a la represión iniciada en 1976 pero, a la vez, dice que le mostraron solamente una parte de la triste historia de esos años. El contexto en el que se desarrolló, el accionar del antes y el después, lo que fue el accionar de la guerrilla y otros pormenores que pudieran darle una visión completa de la historia de esos tiempos y no una visión sesgada, parcializada, no neutral en suma.
Sostiene que una sociedad necesita conocer la historia y no solamente tener memoria.. Me parecen muy lúcidas las palabras de Todorov cuando expresa: “La memoria colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad. (…) Por su parte, la Historia no se hace con un objetivo político (o si no, es una mala Historia), sino con la verdad y la justicia como únicos imperativos”. Y agrega a renglón seguido que la historia “Aspira a la objetividad y establece los hechos con precisión”.
Evidentemente ésta es la verdadera historia, la que busca la verdad y la expresa a través de la investigación y el trabajo muchas veces tedioso de andar en los archivos, en los museos, en las colecciones de documentos, en la lectura de otras investigaciones.
Agrega Todorov que “La historia nos ayuda a salir de la ilusión maniquea en la que a menudo nos encierra la memoria: la división de la humanidades en dos compartimientos estancos, buenos y malos, víctimas y verdugos, inocentes y culpables. (…) Cuando uno atribuye todos los errores a los otros y se cree irreprochable, está preparando el retorno de la violencia, revestida de un vocabulario nuevo, adaptada a unas circunstancias inéditas”.
Las palabras del filósofo francés me parecen de una gran claridad y, por ende, creo que debemos aplicarlas al debate desatado por la creación por decreto del gobierno nacional, del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico… Que no debió utilizar la palabra de una posición historiográfica de larga data en la Argentina, y que corre el riesgo de convertirse en una visión sesgada de la historia nacional. Cuando, como lo he sostenido antes, se deben compartir los errores y aciertos de nuestros próceres, ubicarlos en su lugar, y que no se desate la lucha entre buenos y malos, sino que entre todos, con errores y aciertos, hagamos la historia para que, comos e decía antes, sea maestra de la vida.

viernes, 23 de diciembre de 2011

LA HISTORIA EN LA PICOTA
Escribe Carlos Sforza*
Ante la creación por el gobierno del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego (Decreto 1880/2011) se ha suscitado una reacción por parte de un número apreciable de historiadores y una defensa de la misma por quien lo preside, el Dr.Mario “Pacho” O`Donnell y quienes apoyan lo hecho por el poder ejecutivo.
En una palabra y como lo indico en el título, hoy la historia está en la picota. Tengamos en cuenta que en los fundamentos del decreto se dice que su finalidad:
“será estudiar, investigar y difundir la vida y la obra de personalidades y circunstancias destacadas de nuestra historia que no han recibido el reconocimiento adecuado en un ámbito institucional de carácter académico, acorde con las rigurosas exigencias del saber científico”.
Se agrega que el Instituto se abocará a “la reivindicación de todas y todos aquellos que (…) defendieron el ideario nacional y popular ante el embate liberal y extranjerizantes de quienes han sido (…) sus adversarios (…)”. Y, según el artículo 1º, se revisará “el lugar y el sentido que les fuera adjudicado por la historia oficial, escrita por los vencedores de las guerras civiles del siglo XIX”.
EL REVISIONISMO HISTÓRICO
Yo vengo de la corriente del revisionismo histórico ya que en los comienzos de la década del cincuenta del siglo pasado, nuestro profesor de historia en el Colegio Nacional de Nogoyá, era un historiador destacadísimo y adscripto al revisionismo: Juan José Antonio Segura. En su oportunidad leí la mayoría de los libros de ese revisionismo, unos más ecuánimes que otros, pero todos encuadrados en la revisión de la historia que se impuso en el país después de Caseros. En esa corriente se ubican desde Adolfo Saldías con su “Historia de la Confederación Argentina”, pasando por Carlos Ibarguren con su libro “Juan Manuel de Rosas” editado en 1921 y reeditado cuatro décadas después. Por supuesto el valiosísimo aporte de Julio Irazusta con su historia de Rosas, Ernesto Palacio con su “Historia de la Argentina” y los estudios de Roberto H. Marfany y Federico Ibarguren sobre el mayo de 1810, las investigaciones históricas del P. Guillermo Furlong. No puedo dejar de mencionar a mi gran amigo Fermín Chávez que en mis primeros escarceos por la historia, aconsejado por Segura, me visitó en mi casa en Victoria y desde allí tuvimos, hasta su muerte, una amistad inclaudicable. Yo creo tener derecho a hablar del revisionismo, porque lo mamé en los libros, y trabajé en archivos cuando escribí “Victoria- Historia de su Templo-“ y en los más de cincuenta artículos publicados en “La Mañana” sobre los hombres de López Jordán en Victoria.
En ese entonces ya no estaba inserto en el primer revisionismo: el de la lucha sin cuartel entre la historia oficial o inicial como la llama Rosendo Fraga, la de Mitre, Sarmiento Fidel López, Levene, y la revisionista de los primeros tiempos. Esa lucha era una manera casi maniquea de ver la historia. De un lado los buenos, sin mácula. Del otro, los malos, Con el andar del tiempo y el estudio concienzudo de la historia, encontré, como muchos por suerte, que la historia no está formada por los que son buenos de un lado y por los que son malos del otro. Todos los hombres que han hecho nuestra historia tienen diversas facetas. Como me dijo una vez el monje benedictino Benito Ibarrola al referirse a Sarmiento: “es como una moneda, tiene dos caras”. En buen romance quería decir que tenía cosas buenas y cosas malas. Y era la misma persona.
De allí que hablar hoy de revisionismo a la manera del que estuvo en boga en gran parte del siglo pasado, es una actitud obsoleta.
Se supone que todo historiador cuando realiza sus investigaciones, lo hace con ecuanimidad, munido de las herramientas apropiadas para realizar un trabajo serio, basado en documentación y en la interpretación de esa documentación, teniendo en cuenta la época, las costumbres, la situación de los hechos investigados y que corresponde con el tiempo histórico en que sucedieron.
Hay, por suerte, en nuestro país instituciones oficiales y privadas que forman verdaderos investigadores. Sean universidades, academias, el CONICET, instituciones e institutos privados, todos ellos nutren de un plantel de historiadores capacitados para realizar una labor consciente y seria sobre hechos y personajes de nuestra historia.
Como escribió Amelia Galetti en “El Diario” de Paraná, “(…) sobre los diferentes relatos nos fuimos construyendo como Nación; no fuimos los unos o los otros, sino los unos y los otros con toda su gama de matices en la dialéctica que es necesario explicar, que hoy no es posible continuar anclados en términos maniqueístas que parcializan las interpretaciones del pasado, con poco felices proyecciones que dividen, resienten y desgastan nuestro cuerpo social” (10/12/2010).
LA HISTORIA Y EL NUEVO INSTITUTO
La creación del nuevo Instituto tiene algunos puntos que hacen dudar de su ecuanimidad. En primer lugar si se deseaba crear una institución oficial (aparte de la Academia Nacional de la Historia) para la investigación histórica, no debieron darle el título de “Revisionismo Histórico”, puesto que eso nos retrotrae a lo que comenzó en el siglo veinte cuando, como queda dicho más arriba, se lanzan nuevos investigadores para confrontar directamente, y muchas veces de una manera maniqueísta, con los que escribieron la llamada historia oficial, vista desde un lado: del liberalismo triunfante después de Caseros. El nombre debiera haber sido menos ampuloso y confrontativo puesto que puede dar lugar a suspicacias, como ver sesgada la historia de nuestra patria.
Reivindicar a Manuel Dorrego no hace falta. Siempre se lo tuvo como uno de los pilares del verdadero federalismo argentino, contrario a las ideas rivadavianas y defensor del pueblo de Buenos Aires como gobernador del mismo. Siempre se condenó el acto que la camarilla que rodeaba a Lavalle lo indujo al fusilamiento de Manuel Dorrego como aquella famosa carta donde se lo instaba a hacerlo y concluía con la recomendación de que documentos como esa misiva deben ser destruidos. Cosa que Lavalle, por suerte, no hizo para que se supiera con certeza lo que pasó entonces. Y llama la atención que se denomine Manuel Dorrego el instituto creado, puesto que de los caudillos federales y populares, fue quizá uno de los pocos que se incluyó en la historia oficial. Hasta tal punto que Rosendo Fraga en una nota en “La Nación” dice que Mitre en el prólogo que escribe para la obra “Galería de celebridades argentinas. Biografías de los próceres más notables del Río de la Plata sostiene que debe incluirse a Saavedra, Güemes y Dorrego.”
Y agrega que en 1841 el mismo Mitre escribió sobre Dorrego en su dimensión política y considera su pragmatismo frente a las teorizaciones de Rivadavia.”
Nadie puede negar la figura de Manuel Dorrego y en este punto, estoy de acuerdo que un instituto lleve su nombre. El temor que despierta es que se tome esta creación para parcializar la historia. Que se pretenda hacer con el instituto un arma para formar una historia tendenciosa. Que se busque sustituir el pasado con una actitud maniquea, para imponer una visión parcializada de la historia.
Permanentemente, en los últimos tiempos, los historiadores están haciendo trabajos de investigación y publicando sus resultados Y lo hacen con ecuanimidad como debe hacerse la historia y no pretender crear mitos y leyendas sin sustento verídico para imponerlos desde las aulas.
De allí las dudas que crea este nuevo instituto. Por lo demás, hay que diferenciar bien lo que es historia y lo que es divulgación histórica. En esa tesitura tenemos que tener presente que buenos historiadores han hecho labores de divulgación pero después de largos estudios e investigaciones. No con chismografía vendible se hace historia. Se la hace con la seriedad de quien se quema las pestañas y suda la camiseta investigando aunque después, los resultados los transmita al gran público en forma asequible para que puedan recibirlo los lectores no especializados.

martes, 13 de diciembre de 2011

La palabra degradada

PALABRA DEGRADADA
Escribe Carlos Sforza*
Sabemos que el idioma lo crea el pueblo. El hombre, a través de la palabra expresa sus sentimientos, sus pensamientos, sus sueños. Y para ello utiliza no sólo lo gestual sino, único caso con coherencia en el reino animal conocido, lo hace a través de la palabra.
No hace mucho, el Presidente de la Academia Argentina de Letras, nuestro comprovinciano Pedro Luis Barcia sostuvo al hablar de cómo se empobrece el lenguaje, que “Cuando no hay capacidad de expresión, se achica el pensamiento”. Es evidente que la pobreza y la mala utilización de la palabra, hace que el hombre vaya achicándose en su capacidad de pensar, de comprender, de expresarse. Es como si estuviéramos asistiendo a una nivelación hacia abajo en vez de ser una nivelación hacia arriba, superadora y, a la vez, enriquecedora del ser humano.
Cuando hablamos o escribimos, tratamos de tener plena conciencia de las palabras que vamos a utilizar para que nuestro mensaje sea claro y preciso. Pero sucede que con el descenso notable que se advierte en el uso de las palabras, ello no sucede. No hablamos de un escritor que, se descarta, utiliza las palabras que cree justas para trasladarlas a la obra (sea narrativa, poesía, ensayo) que está creando.
En el lenguaje cotidiano asistimos a una degradación de la palabra. Se crean neologismos y a veces barbarismos que se lanzan sin ton ni son en una conversación, en una entrevista en los mensajes a través de la computadora o de la telefonía celular.
Hay, asimismo, una jerga o mejor jerigonza, utilizada con mucho desparpajo por comunicadores sociales de distintos medios y soportes, que crean confusión, degradan en suma el lenguaje pues se degrada antes la palabra.
El habla se aprende normal y originariamente en la casa. En el seno familiar. Y, en forma sistemática, en la escuela y las aulas de estudios superiores. Y se practica y amplía en el trato cotidiano. En la calle, en el club, en el bar, en los encuentros entre amigos, en las charlas formales e informales.
Barcia sostenía que la falta de lectura empobrece el lenguaje. Y es verdad. Pero no es menos cierto que, muchos que acceden a las lecturas, lo hacen de una manera tal que es como si las palabras le resbalaran. No asimilan lo que significan las palabras y eso, obviamente, debilita la comprensión de la lectura y, a la vez, empobrece el léxico de esa persona.
Uno debe tratar de subir a través del pensamiento. De elevarse. Y el mal empleo de la palabra no habilita ese ascenso. Por el contrario, lo empobrece. El usar bien las palabras produce un agrandamiento del pensamiento. Hay quienes, por esnobismo o picardía, usan palabras inexistentes, para que el lector o el oyente, se pierdan en los vericuetos de ese laberinto y dude si está ante la obra de un genio o de un charlatán. Hay quienes utilizan ese método para impresionar que saben. Pero en realidad es para cubrir con un tapiz de palabras lo que no saben.
En cuanto a los jóvenes (yo siempre sostuve que no leen menos que entes, sino que al aumentarse la población, se crea esa ilusión), al hacer la crónica del cierre de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara (México), Leonardo Tarifeño escribió que a esta 25ª edición “(…) tal vez haya que verla como la aparición de un público lector que ya no está dispuesto a perderse en el vértigo de las modas impuesta por la industria del libro. Dos clichés de la época dicen, primero, que se lee poco, y luego, que los jóvenes prefieren la pantalla a la hoja impresa. Ambos lugares comunes quedaron desterrados en esta fiesta literaria, que en definitiva fue tal gracias a la entusiasta participación de jóvenes en conferencias, foros, encuentros con autores y, también, en las largas colas para pagar los no siempre baratos libros exhibidos por las casi 2000 editoriales presentes en la FIL.”
Reitero que quienes usan mal las palabras y las degradan, no son solamente los jóvenes. También lo hacen, y a menudo, los adultos. Porque hay una actitud despreciativa hacia el buen decir, hacia el buen hablar, hacia el buen escribir. Es como si en este mundo acelerado, nos olvidáramos de lo que caracteriza al ser humano: la palabra. Y en consecuencia asistimos en gran medida a la degradación de la misma. Ello, a la vez que crea un verdadero caos en el lenguaje, conlleva al egocentrismo. Se elimina el diálogo pues se habla u lenguaje que, pese a ser el mismo, suena diferente. Y de esa forma el lenguaje en vez de socializarse, se repliega y queda en cada uno de los humanos.
Ante esta situación conviene reiterar que la lectura, hecha a conciencia y, diría, sin imposiciones externas, enriquece el lenguaje y aclara el significado y el buen uso de la palabra. Leer a autores que escriben bien, que muchas veces por razones de su narración o de su visión poética, inventan palabras, no desmerece a ellos y menos al lector, Así se ha ido enriqueciendo el lenguaje. Como dice el lema de la Academia Porteña del Lunfardo: “El pueblo agranda el idioma”. Y es verdad. Y con la decantación propia del tiempo, esas palabras creadas, inventadas quizá, se fijan en los diccionarios y se aceptan con el significado que le ha atribuido el creador individual (escritor) o el anónimo (pueblo).
Ello así, ante la oleada de palabras bastardeadas y vulgarizadas, debemos retomar la palabra con el sentido sagrado que le daban muchos pueblos y no degradarla. Estaremos en el buen camino y ascenderemos en la comprensión, el diálogo y el pensamiento.

sábado, 3 de diciembre de 2011

“Elegías de San Miguel” de Alfonso Sola González
Escribe Carlos Sforza
Decía Heidegger al analizar la poesía de Georg Trakl que “(…) Todo gran poeta poetiza a partir de una única poesía. Su grandeza se mide por el grado de fidelidad a ella, manteniendo su decir poético puramente en ella”. Alfonso Sola González poetizó a partir de una única poesía. De esa poesía que en su grandeza recoge la nostalgia y se convierte en elegía.
La elegía se inicia en la lírica griega y latina, y vale recordar al poeta romano Ovidio en las PÓNTICAS, para dar una idea de lo que fue la cumbre de la elegía clásica. En la elegía el poeta expresa sus lamentaciones sobre un hecho doloroso. Pueda tanto referirse a la muerte de un ser querido como también a un acontecimiento histórico o incluso, a desgracias colectivas. Elegía encontramos en el Arcipreste de Hita y se ha dicho que en el siglo veinte, “(…) la ELEGÍA A RAMÓN SIJE de Miguel Hernández constituye una de las muestras más hermosas del género elegíaco”.
En el caso de Sola González, a esa actitud elegíaca debemos apuntalarla con la esperanza. Esperanza que se advierte en sus poemas y se acentúa en el itinerario que marcan sus versos. Y es por la poesía que se eleva del recuerdo que lastima hacia una Gracia que se vislumbra. En su recordado CANTOS A LA NOCHE ello está patente. Hay una ascendencia por la poesía. Es el poder salir de la cotidianidad, de la penumbra y la pesadumbre, y liberarse por el canto. Es mantener la única poesía a la que no se puede renunciar cuando, con Alfonso Sola González, se ha elegido un camino y se lo transita sin dudar, pese a las dudas propias de todo andar, porque sabe que el recuerdo que se transforma en elegía muchas veces, es el comienzo de un peregrinar, como los romeros de los tiempos de Berceo. O los actuales romeros que van en pos de la esperanza. Así ha marchado por la lírica Alfonso Sola González.
Cuando en una nota el poeta cuenta su paso por el Profesorado de Paraná en la época de Carlos María Onetti y otros docentes, confiesa: “(…) Creo que el clima otoñal de mis poemas es el que ha estado siempre en mí, desde la infancia. He sido y soy un crepuscular, un melancólico. Instintivamente busqué aquellos poetas que reflejaban lo que más seducía (…)”. En esa nota, realizada por León Benarós, este poeta afirma: “Nutren a la poesía de Alfonso Sola González el prestigio de la antigüedad, la belleza de los otoños dorados, la majestad de las ruinas antiguas, las estatuas trabajadas por el musgo, la muerte trocada en lejanía y dulcedumbre, la amistad y el amor (…)”.
El alma de Alfonso Sola González buscaba en las cosas y los seres, con un cromatismo grisáceo, con un sentimiento que respiraba el otoño entrerriano, la verdad que proclamaba en la nota editorial de la revista Canto editada en Buenos Aires en la que colaboró mucho tiempo.
El presente se vuelve elegía. Y así poetiza en ELEGÍAS DE SAN MIGUEL: “¡Amor, amor, los días de recordar han llegado!/ Mayo venía entonces con su hermosa tristeza/ noble sobre la frente de los nuestros./ ¡Qué distinto el otoño de los días muertos!/ El tiempo del amor había llegado/ y un ordenado mundo nos venía del fuego”.
Es el recuerdo que se hace presente. El contraste se da en el adjetivo que acompaña al sustantivo con esa “hermosa tristeza”. Remata el poema “Soledades en las tardes de otoño” con estos versos: “¿Dónde buscarás su voz en el reino venidero del llanto?/ ¿Dónde buscarás su gracia que los espejos abolieron?/ Amor, amor, los últimos ángeles cantan en la luz de las ruinas/ y los muertos de mi corazón te llaman en el otoño”.
Las anáforas, las interrogaciones, dan fuerza a esta elegía en la que, repito, el recuerdo preanuncia en el presente lo que será después.
Con metáforas como la del verso “Invitación al otoño”, muestra el dolor que se presiente: “El otoño deja caer sus dorados cabellos” y en el mismo poema, aparece en versos memorables, la nostalgia: “El fuego venerable arderá tiernamente en la casa/ donde los amigos escucharán el rumor de los muertos/ que el otoño reúne”.
En éste como en otros poemas Sola González usa el adjetivo para darle sentido y fuerza al sustantivo. “triste cabellera”, “cabellos melancólico de hojas caídas”. Y el espejo, como una imagen de la memoria, recupera el pasado y proyecta la esperanza. De allí surgen estos versos: “”Despierta para que el amigo taciturno/ nos pregunte por aquella olvidada esperanza;/ para que en el espejo un vago gesto vuelva de otros mundos/ entre ojos lejanos y cabelleras de tiempo”. Y remata el poema con un auténtico tono elegíaco: “Despierta, Diosa, despierta.// Tu voz anunciará que la estación ha llegado/ y que es preciso amar todavía otro otoño/ entre las viejas fuentes, tesoros del olvido”.
El poema “La amiga”, uno de los más recordados de este recordado y recordable libro, nos sitúa en un lugar preciso, en una plaza conocida y en un repicar de campanas que habla de muchas formas en un aquietado Paraná: “Las campanas de San Miguel suenan lejanamente/ para nosotros esta tarde/ en que de pronto comprendemos que algo antiguo y hermoso,/ triste como el amor y su castigo, cae/ entre esa luz con campanas y rosas”. Pese a la cercanía, el tañir del bronce suena lejano. Y pese al sentido promisorio de las campanas que recuperan la esperanza y el amor en las rosas, el poeta presiente que “en la tarde inmóvil, todo pasa y pasará y estará solo”. Una soledad que marca al hombre ante la realidad presagiada de una ausencia: “Las campanas de San Miguel suenan sobre las rosas del domingo./ Mueres despacio a las cuatro de la tarde inmóvil./ Comprendo que me estoy quedando solo”.
En PALEMOR I, el excelente juego de los adjetivos y sustantivos, hace que una fuerza poética se instale en los versos: “Lentas memorias, pálidas sienes”, así como ese “amargo amor”. En PALEMOR II, el alma del poeta nos muestra el contraste: la naturaleza renace y el amor ha muerto. Es evidente que estamos ante una poesía que desde la mismidad del poeta, en medio de un sitio muchas veces visitado y transitado, se eleva en una búsqueda esencial, con una médula lírica que alcanza cimas de excelencia.
Completa “Elegías de San Miguel” el largo y profundo poema “Cantos para Dafne florecida”. Sola González recurre, como es su carnadura en el libro, al uso de adjetivos y metáforas de calidad como también a comparaciones excelentes, propio todos ellos de quien no sólo sabe infundir en hálito lírico sino que maneja a la perfección las diferentes formas y los contrastes justos.
Con este poema concluye el libro, que es un puñado de hondas elegías que muestran cómo la poesía en Alfonso Sola González está bien adentrada en el corazón y “bien ceñida a su alma”.

sábado, 26 de noviembre de 2011

UN LIBRO QUE CUENTA LAS DOS HISTORIAS
Escribe Carlos Sforza*
He leído un libro apasionado y apasionante. Apasionado porque quien lo escribe, mantiene su pensamiento y lo que nos narra lo hace con ecuanimidad. Algo que muchas veces resulta difícil lograr cuando se hace un recuento de una historia reciente. Se trata de “Los hombres del juicio” escrito por Pepe Eliaschev (Sudamericana, Buenos Aires, 2011, 544 pp.).
En una mañana del otoño de 2010, el autor se entrevistó, ante un llamado telefónico, con el Dr. Ricardo Gil Lavedra en el estudio de éste en Buenos Aires. El motivo era la inquietud de quienes integraron la Cámara Federal que juzgó a las Juntas Militares que gobernaron el país a partir de marzo de 1976 y del Fiscal Julio Strassera.
Pensaban que no se había dicho todo lo que se debía decir sobre ese proceso y faltaban hitos fundamentales para conocer la verdadera historia del juicio. Eliaschev aceptó el desafió de escribir un libro sobre el hecho pero, claro, puso sus condiciones. El autor iba a ser él, es decir el responsable del libro. Y con el consentimiento de los interesados, León Carlos Arlanian, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma, Julio Strassera, Jorge Torlasco, Jorge Valerga Aráoz y la familia de Andrés D’Alesio (quien había fallecido en 2009) quienes “soportaron largas horas de testimonio conmigo” conforme lo expresa el autor (p. 13)
LA ESTRUCTURA DEL LIBRO
Pepe Eliaschev conoce su oficio y dio a la obra una estructura adecuada para que los lectores se compenetren no sólo con el juicio histórico en sí, sino también con quienes eran los jueces y el fiscal intervinientes. De esa forma nos presenta aspectos fundamentales de la vida de esos camaristas y del fiscal no sólo en su calidad de juristas recibidos, sino con una historia que arranca desde quiénes eran y que hacían los padres de ellos, cómo era su niñez y adolescencia, sus estudios, en fin, todo un recuento de la vida íntima y pública de los hombres del juicio.
Esas biografías, salpimentadas con aportes del autor y anécdotas la mayoría de ellas desconocidas para los lectores, hacen que el libro sea apasionante. En la estructura del libro, Pepe Eliaschev da la historia de un camarista y en el capítulo siguiente, lo que sucedía antes durante y después del juicio. Así en el tercer capítulo nos habla de La ley y las armas. Justicia, guerrilla y dictadura. En el quinto de La enigmática conexión noruega; en el séptimo de Lo que no hicieron otros pero se hizo aquí; en el noveno de Sin excusas ni hipocresías; en el undécimo de De dónde venía y cómo se llegó; en el décimo tercero Vencedores y vencidos: ¿se puede juzgar el horror?; en el décimo quinto La suerte está echada: una sentencia escalofriante y concluye con Terremoto: palabras convertidas en hechos. Entre cada uno de esos capítulos, está narrada la historia y la tarea que les cupo a los hombres del juicio y termina con un importante y útil Índice onomástico.
El libro se constituye en un documento indispensable para conocer los entretelones del juicio cuya sentencia se dictó en 1985. Y es interesante saber los pormenores que llevaron a ese acto que se considera una verdadera hazaña civil. Es claro que Eliaschev no elude hablar de la guerrilla y de las atrocidades que cometió en numerosos casos con muertes, ataques y secuestros. Pero pone los límites necesarios entre ese accionar de suyo condenable, y el de las fuerzas armadas que se apartaron de toda ley e hicieron tabla rasa de las normas jurídicas.
No hubo una guerra como pretendían los militares juzgados, pues el autor delimita claramente cuándo existe una guerra y cuando no. Y también deja en claro a través de los argumentos de la Cámara Federal y del pensamiento de sus integrantes, que lo que se hizo para lograr que el juicio tuviera validez y rapidez, fue armar una estrategia con casos claves del accionar de las fuerzas armadas y cómo, pese a lo que pretendieron los que eran juzgados, hubo un plan armado a la perfección y transmitido a los mandos superiores para cometer los horrores que se ventilaron en el juicio. Cómo hubo libertad para apropiarse de personas, para robar en las casas donde detenían, tanto bienes de los capturados como de sus familias. Y cómo, ese plan perverso, fue elaborado y de ahí la existencia de ejecutores indirectos, sentados detrás de un escritorio, que si bien ellos no fueron los torturadores, asesinos, apropiadores, ejecutores materiales, sí lo fueron como ejecutores mediatos, porque habían armado ese plan que no desconocían y no les importaba saber lo que hacían los subordinados.
Es interesante asimismo, salvar las distancias entre los famosos juicios de posguerra, de Nüremberg y el que se hizo en nuestro país. Allá los jueces fueron los vencedores. Acá los jueces fueron los hombres de la Cámara Federal creada por Raúl Alfonsín y que trabajaba sobre ascuas, y era así porque el poder militar estaba intacto y ejemplo de ello fueron los levantamientos de los “carapintadas” y demás resistencias directas o indirectas de las fuerzas militares ante el juzgamiento de las juntas. Por eso el autor dice: “Nadie en el mundo hizo tanto, tan rápido y de manera tan contundente”.
Narra el autor lo que le contaron los hombres del juicio cuando debían dictar el fallo y había entre ellos algunas discrepancias por las penas. Entonces decidieron ir a comer unas pizzas a la conocida Pizzería Banchero de la Capital Federal. Y allí, en una servilleta de la pizzería, Carlos Arlanian tomó la palabra y con el acuerdo de sus colegas de la Cámara Federal, redactó el fallo y lo hizo firmar por cada uno de ellos. Así, se zanjaron las discrepancias y el día fijado se leyó la sentencia.
Es un libro que debe ser leído por quienes vivimos esos años y por quienes eran niños o nacieron después del juicio. Para que no haya una verdad a medias, una visión sesgada, y para que se sepa lo que realmente pasó en nuestro país en esos años. Como dijo Nelson Castro es "Un libro fenomenal, un documento histórico imperdible.

lunes, 21 de noviembre de 2011

VALIOSO APORTE A LA CUENTÍSTICA ENTRERRIANA
Escribe Carlos Sforza*
Acabo de leer “de un tirón” el libro de Cecilia Oberti, “El hilo de las Moiras…o el Azar” (Ediciones de las Tres Lagunas, prólogo de Tuky Carboni, foto de tapa de Mimí Cortés, Buenos Aires, 2011, 86 páginas).
Se trata de un conjunto de cuentos que abarcan en su mayoría cuentos largos y en minoría mini relatos que forman la última parte de la obra.
De entrada debo decir que me parece éste, un nuevo y valioso aporte a la cuentística entrerriana. Por eso lograron los cuentos que los leyera “de un tirón” como expreso al comienzo, ya que son atrayentes. Lo son por la estructura que Cecilia le da al libro (y que salvando las distancias y las formas, me recuerdan a mi último libro, “Los cuentos del Astrólogo”) puesto que las tres viejecitas: Teodora, Raquel y Zenobia son las que van relatando a medida que realizan sus menesteres, los cuentos que se recogen en ese almacén de ramos generales que alberga a los oyentes. O, para decirlo en otra forma, que nos reúne a los lectores para que gocemos con una prosa ágil, con empleo de diferentes técnicas literarias y que sume todo ello para lograr una obra valiosa.
Hay en cada cuento un hecho, un personaje que deambula por el relato y mantiene la atención del lector. Hay misterio en los cuentos. Un misterio que no se sabe si proviene de las Moiras o simplemente del Azar. De ahí el título del libro. Sabemos, por otra parte, que las Moiras en la mitología griega eran portadoras del destino de los hombres. Vestían de blanco y eran tres (en la mitología romana pasaron a ser las Parcas).
En el comienzo de la obra, “El juego de las hilanderas” nos señala el camino que va a tomar toda la obra. Parafraseando al Quijote, empieza diciendo “Hace un tiempo, no recuerdo bien cuándo, en un pueblo del que no importa su nombre…” (p. 10). Y desde ahí comienza a hablar Teodora, cuya descripción física es impecable; continúa presentando a las otras dos viejecitas: Raquel que da colores a los hilos y Zenobia que los entrecruza y arma la trama. Todo ello ambientado en medio de un trueno que presagia la inminencia de una tormenta o lluvia, ambiente propicio para escuchar los relatos de las tres mujeres que son las que tienen la voz narradora en el libro.
Enseguida comienzan los cuentos con ”El sereno blanco”, con un halo de misterio en medio de la una tormenta que se desata en el campo y un monte cuasi tenebroso. Porque, como ya dije, Cecilia juega con los misterioso, con lo muchas veces inexplicable. Con lo que pueden hacer las Moiras o más sencillo, el azar. Todo queda en la imaginación del lector para continuar con las historias que nos entrega Cecilia Oberti.
Algún cuento tiene un final previsible, a lo menos para mí como narrador, tal el caso de “Tarde para la cita”. Pero, aclaro, ello no le quita ningún mérito a una historia bien tramada y bien llevada hasta su resolución. En la página 41 reaparecen las viejecitas con sus quehaceres y retoman el hilo conductor en la voz de Raquel. Y en la página 66 es Zenobia la que toma la palabra para seguir tejiendo los cuentos y relatos que reciben los oyentes imaginarios y, en nuestro caso, el lector real.
Hay cuentos que pintan de lleno una sociedad muchas veces basada en la hipocresía y las convenciones como “Contratos sociales”. Otras el reencuentro con la propia identidad, talo el caso de “La foto ausente”. Desde la tercera intervención de las viejecitas, comienzan los cuentos y relatos breves o mini cuentos, con una prosa bien trabajada.
He gozado enormemente con la lectura de los cuentos que reúne Cecilia Oberti en “El hilo de las Moiras… o el Azar”. En ellos la autora ha logrado mostrar parte de nuestro ser y terruño, pero no como una manifestación de un colorido pintoresquismo localista, sino con una trascendencia que va a lo que es universal en el ser humano. Las supersticiones, los misterios, las fábulas que son anteriores a la simple narración según sostienen estudiosos de los mitos. Y todo ello escrito con una prosa trabajada y a la vez espontánea, es decir, no “acartonada”. Los cuentos reúnen las condiciones esenciales que el género requiere. Tienen verosimilitud, interés, mantienen la atención y, lo que es esencial, tienen la forma ajustada al tema. Están escritos como deben estar cuando se hace una obra literaria. Por eso digo que “El hilo de las Moiras… o el Azar” es un valioso aporte a la cuentística entrerriana y, por ende, a la narrativa argentina.

sábado, 12 de noviembre de 2011

HAROLD BLOOM, ESCRITORES Y LECTORES
Escribe Carlos Sforza*
El destacado crítico literario estadounidense, Harold Bloom, acaba de publicar “Anatomía de la influencia”. A raíz de ello, en una entrevista hecha por “El País” ha dicho que “Para mí, leer es la única manera de dar sentido a la vida”. En una nota anterior hablé de qué quieren los lectores de ficciones, y comenté a Jonathan Franze y su experiencia como novelista que ha comprendido que los lectores quieren que les cuenten historias.
Por su parte, Bloom, que escribió un famoso Canon Literario, afirma en la entrevista que concedió al diario “El País”, que “Uno debe escribir para sí mismo y para los lectores disidentes”. Esto pareciera, a simple vista, una posición contraria a la de Franze. No obstante, pienso que no es tan así.
El escribir para sí mismo, creo, es una manera de decir. Pues el impulso que mueve al narrador a escribir, no tiene en vista al lector ideal. Lo que lo mueve es una necesidad imperiosa por expresarse a través de una obra literaria. Y no lo hace para satisfacer a algún lector. Más aún no piensa en el lector en el momento en que comienza a crear y su imaginación trabaja incansablemente para dar forma a lo que quiere narrar. Y ese dar forma no es sino ponerle la carnadura adecuada, precisa, a lo que se quiere transmitir. Es decir, la forma que la dan las palabras y el estilo para construir una estructura acorde con lo que se cuenta.
No olvidemos que en el juego dialéctico de la literatura hay quien la escribe y quien la recibe. De allí que se puedan compatibilizar las expresiones de Franze con las de Bloom. El que la escribe desea, claro, que su mensaje escrito tenga un lector. Pero no piensa en él en el acto concreto de la escritura. Se supone que estoy hablando de una obra literaria y no de escrituras por encargo como cierto tipo de libros que suelen aparecer, o contra los que Bloom, según dijo en la entrevista, lleva años “luchando contra la basura abominable de los best sellers”.
Distintos autores, reconocidos en la historia de la literatura, han hablado de los lectores. En su libro “El último lector”, Enrique Piglia cita a Borges que sostenía que la lectura es un arte de la distancia y la escala. Y agrega que “Kafka veía la literatura del mismo modo. En una carta a Felipe Bauer, define así la lectura de su primer libro: Realmente hay en él un incurable desorden, y es preciso acercarse mucho para ver algo”.
Hay diversa clase de lectores. Los que lo hacen por adicción, los ocasionales, los que buscan pasar un rato grato, los que consumen la popularista literatura al estilo de los libros de Corín Tellado…
Piglia caracteriza asimismo a dos tipos de lectores. Ellos son: “El lector adicto, el que no puede dejar de leer, y el lector insomne, el que siempre está despierto, (que) son representaciones narrativas de la compleja presencia del lector en la literatura. Los llamados lectores puros; para ellos la lectura no es sólo una práctica, sino una forma de vida” (p. 21).
En la introducción a “Anatomía de la influencia”, Bloom habla del cultivo de la sublimidad. Así dice entre otras cosas que “(…) los críticos poderosos y los lectores poderosos saben que no podemos comprender la literatura, la gran literatura, si renunciamos al amor literario auténtico a los escritores o lectores. La literatura sublime exige una inversión emocional, no económica”. A los 81 años de edad confiesa que “En mi papel de crítico veterano sigo leyendo y dando clases porque no es un pecado que un hombre trabaje en su vocación”. Y más adelante sostiene: “Yo sigo escribiendo con la esperanza stevenciana de que la voz que es grande dentro de nosotros se levante para responder a la voz de Walt Whitman o a los cientos de voces que inventó Shakespeare.
A mis alumnos y a los lectores que nunca conoceré sigo insistiéndole en que cultiven la sublimidad: que se enfrenten solo a los escritores que son capaces de darte la sensación de que siempre hay algo más a punto de aparecer”.
A través de las citas y las reflexiones que las mismas pueden desatar en los escritores y en los lectores, podemos acercar las posiciones de los dos estadounidenses acerca de cómo escribimos y para quiénes escribimos. Partimos de nosotros mismos pero no para realizar un movimiento autista, sino por una necesidad visceral de escribir. Y luego queda lo narrado para que encuentre un lector. No sabemos cuando escribimos (ni pensamos en ello) qué clase de lector será. Lo cierto es que uno, el escritor, al crear una obra literaria, una vez concluida y agotado el esfuerzo realizado durante su trabajo, se desprende de la obra y la misma echa a rodar hasta que encuentre un lector. Muchas veces pude dormir en los anaqueles de una librería, en los estantes de un quiosco. Pero siempre hay un ser ignorado que abre el libro, si es adicto olfatea el olor a papel y tinta, y se sumerge en la lectura. Entonces el ciclo de la creación literaria se completa y se puede ampliar, si ese lector en su imaginación, recrea la historia que le ha contado el escritor.
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miércoles, 9 de noviembre de 2011

¿QUÉ QUIEREN LOS LECTORES DE FICCIONES?
Escribe Carlos Sforza*
El escritor estadounidense Jonathan Franze en una breve página habla de por qué es el tipo de escritor que es. Cuenta que cuando tenía el manuscrito de su primera novela (antes había escrito cuentos) buscaba un contacto para poder publicarla. La obra, mecanografiada, tenía 1300 páginas. Y fue entonces cuando tomó un lápiz en la mano y comenzó a leerla. Y también fue cuando advirtió cosas que no había visto antes. Dice: “Pensé: Alguien va a leer esto, y no les va a interesar esto que estoy diciendo durante tres páginas… La gente quiere que le cuenten historias. Así que corregí, corregí, corregí. Y aprendí mucho”.
La reflexión del narrador es sumamente acertada. El lector de ficciones quiere que le cuenten historias. Pero, por supuesto, que se las cuenten bien. El escritor cuando escribe, no se detiene en general, a pensar en el potencial lector. Va llenado las hojas con lo que su talento a través de su imaginación, necesita expresar. Sucede que muchas veces se excede en detalles, minucias o disgreciones que al que lea la obra no les interesan. Porque lo que en general mueve al lector de ficciones es la historia que le cuentan.
Yo recuerdo, y lo he dicho, que cuando daba clases de lengua en el Instituto “John F. Kennedy” de Victoria, los alumnos se entusiasmaban cuando les llevaba para leer cuentos y novelas con una historia. Les interesaba el desarrollo de esa historia y, pasó muchas veces, que la novela que se leía en un año lectivo, con sus respectivos análisis, algunos alumnos la habían concluido mucho antes de fin de año. La seguían leyendo en sus casas porque contaba una historia que querían conocer en su totalidad y no sólo fragmentariamente, clase por clase. De allí surge el hecho comprobado que cuando en la escuela se llevaban libros descriptivos, el interés de los educandos disminuía notablemente. Carecían esas obras de historias contadas, y no les interesaban a los alumnos.
Es claro que contar historias no es sencillo. Hablo desde el punto de vista de una obra literaria. Una novela, por ejemplo. Cada escritor tiene su manera propia, su estilo, pone su impronta en la escritura. El caso de Flaubert es paradigmático. El autor de “Madame Bovary” halló su verdadero lenguaje en esa novela que es uno de los clásicos de la novelística universal. Cuenta Mallea que “Flaubert creía en el lenguaje más que en la gramática.; estaba seguro de que una palabra es necesaria en la complexión forzosa, secreta, de una frase, y cuando Maxime Du Camp le aconsejaba que cambiara un vocablo porque era erróneo, Flaubert gritaba: ¿Y que se hará de mi frase?”
Es evidente que muchos narradores buscan mostrar, ser testigos de destinos individuales. Y adecuan el lenguaje a esa visión. En otros casos, lo que el novelista quiere mostrar y contar es toda una época. De allí que en ese caso el lenguaje y la estructura novelística, varían. Tal el caso, por ejemplo, de John Dos Passos quien logra describir una época y muestra no lo individual sino toda una sociedad, la estadounidense, del americano medio del año 19l7. Es una técnica que luego se ha usado mucho y, en cierta forma es como un film cinematográfico.
A ese mismo tema se refiere Mario Vargas Llosa cuando afirma que “(…) No importa nada que un estilo sea correcto o incorrecto; importa que sea eficaz, adecuado a su cometido, que es insuflar una ilusión de vida –de verdad- a las historias que cuenta”. El autor de “La guerra del fin del mundo”, identifica lo que se cuenta con la manera en que la historia está contada. Y una novela atrae como obra literaria, cuando es buena “(…) porque gracias a la eficacia de su forma, ha sido dotada de un irresistible poder de persuasión”.

Que es más o menos lo que todo narrador sabe y trata de hacer. Como decía W. Faulkner, lo importante es cómo se cuenta. Porque en la forma, adecuada a la historia, está el valor de la narración. Las historias por sí mismas pueden valer o no valer. Pueden ser atractivas o no. Pero si quien las transforma en una obra literaria sabe dar con la forma adecuada, seguramente podrá lograr una buena novela. Con una historia o con la historia de una época, pero narrada con un lenguaje acorde con el tema y sobre todo, con el espíritu y el estilo y el tono que le da ese hombre que es el novelista. Y que tiene una mirada sobre una historia, distinta seguramente, a la que pueda tener otro novelista. Un mismo tema tratado por varios narradores no será vertido igual. Porque habrá visiones en cada imaginación, diferentes y, a la vez, el estilo no será nunca el mismo.
De allí que lo que busca el lector son historias, sí. Pero historias bien contadas. Para que la novela, en ese caso, se una verdadera obra literaria.
Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com
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miércoles, 26 de octubre de 2011

EL ARTE Y LA PAZ
Escribe Carlos Sforza*
El Ciclo Arte por la Paz, que el segundo lunes de cada mes reúne a artistas de distintas disciplinas en un bar de Rosario (Santa Fe), cumplió en 2010, diez años consecutivos de reuniones. Su creador y quien continúa con el Ciclo, es Bernardo Carlos Conde Narvez, oriundo de Concordia y ligado a nuestra ciudad por lazos familiares. Radicado en la vecina ciudad santafesina, Conde Narváez es Licenciado en Comunicación Social, Procurador nacional, artista plástico, escritor, gestor cultural y cumple una labor solidaria destacable en Rosario y otras ciudades. Ha trabajado en diversas instituciones a favor del arte y especialmente, en la relación que el arte como tal, tiene con la paz. De esa inquietud nació el Ciclo que mantiene en actividad después de su décimo cumpleaños. El mismo se inició en el año 2000 en el bar rosarino La Fabrka en calle Tucumán al 1800.
Así comenzó esta patriada cultural que tiene como epicentro el arte pero relacionado con la paz. Lo cual habla de una visión amplia, casi diría ecuménica, del origen y la orientación que le impuso su creador.
Con motivo de los diez años del Ciclo, Bernardo Conde Narváez ha publicado un libro donde nos habla del inicio de la labor del mismo y nos aporta datos significativos sobre las actividades realizadas a lo largo de diez años de labor ininterrumpida.
EL LIBRO
La publicación que ha hecho Bernardo se llama CICLO ARTE POR LA PAZ -10 años- (Editorial Ciudad Gótica, palabras de la contratapa de María Rosa Loja, Arte de tapa de Héctor Beas, Rosario (Santa Fe), marzo de 2011, 236 pp.). La obra, como se aclara en la solapa, fue publicada gracias al subsidio otorgado por la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario lo que habla de la preocupación por la labor cultural que tiene el ente oficial rosarino, demostrado en publicaciones de libros y muchas otras expresiones que hacen al quehacer cultual de la vecina ciudad.
Conde Narváez hace una semblanza de la gestación del Ciclo, a la vez que desarrolla diversas instancias y los nuevos bares rosarinos donde se ha cumplido el proyecto nacido hace una decena de años.
Es interesante saber, y lo cuenta en el libro el autor, que en la primera reunión en La Fabrika fueron invitadas ocho personas. Dice Bernardo que “(…) El lugar ya estaba. Invité a ocho personas. Y no sólo poetas, sino comencé a convocar a gente distinta a la poesía, inteligente, adulta, comprometida. Pero pensé: ocho personas leyendo seguidas, sería muy pesado. Así que le dije a Silvia Contardi, que además de poeta es cantante, si quería cantar. Me dijo que sí.”
Aclara que su deseo era mayor, de tal forma que también invitó a una artista plástica a exponer una obra que se colocó a la entrada. Para esa primera reunión del Ciclo, fueron invitados a leer:
Ángel Oliva, Any Lagos, Graciela Aletta de Sylvas, Martín Navarro, Carlos de La Torre, Idilia Solari, Rubén Plaza y Silvia Ezcurra de De Larrechea, esta última para hablar de Ecología. Aclara el autor que “Entre los cuatro primeros que leían, y los cuatro siguientes, Sonia Contardi, acompañada por un guitarrista, cantaba”. A la entrada se expuso una obra de arte de Graciela Sacco. De allí en más, por el libro desfilan muchos de los que en los diez años que abarca el Ciclo del que nos da cuentas el autor, han estado con su arte tratando de hacerlo valer como un aporte indiscutido para la paz del hombre y de las naciones.
De a poco la gente de Rosario se acostumbró a estas reuniones y el círculo de los que participaron de él se fue ampliando. Y lo que es importante, continúa con vida propia y apoyo de los artistas y de la comunidad rosarina.
APORTES
El libro no sólo es una historia del Ciclo sino que, con buen criterio, Bernardo Conde Narvaez introduce en sus páginas muchos aportes de quienes hablaron y leyeron en las sesiones de los lunes en diversos bares, por donde ha pasado, el Ciclo iniciado en el año 2000.
Para ejemplificar lo dicho, no puedo dejar de mencionar la presencia en esas reuniones, en el bar La Sede, que cerró uno de los ciclos del gran poeta, filósofo, antropólogo, residente actualmente en Buenos Aires, Hugo Mujica. Este sacerdote, en los años del hippysmo de sesenta, estuvo en Estados Unidos, anduvo con los monjes tibetanos y en el país del norte, ingresó y estuvo siete años en un Monasterio Trapense, donde vivió en silencio pues allí los monjes no hablan. Todo eso, según lo oí de la propia boca de Mujica, le sirvió para desarrollar su espíritu, para crecer interiormente y luego, ya de regreso a la vida cotidiana fuera del Monasterio, ofrecernos una poesía descarnada, profunda que lo coloca en lo alto de la actual poesía argentina.
En el libro se insertan algunos de los poemas de Hugo Mujica que comenzó a escribir cuando vivió en el silencio de los trapenses y otros del libro “La pasión según Georg Trakl. Poesía y expiación”. Dice Bernardo que “El pan y el vino de Trakl está fuera del templo, no es el de los parroquianos sentados en sus bancos mientras entonan “un canto moribundo” entre arcos “que flamean sombríos; no, el pan y el vino de Trakl es el de los peregrinos, los errantes, los que osan la intemperie, aún en una noche de invierno”. Y transcribe aquí los versos que Mujica inserta en el libro como éste: “Cuando la nieve cae por la ventana/ y tañe lenta la campana vespertina,/ está puesta la mesa para muchos,/ preparada la casa.// Por oscuros senderos/ llega algún caminante hasta la puerta,/ dorado florece el árbol de los dones/ con la savia fresca de la tierra.// En silencio el caminante entra en la casa,/ el dolor petrifica/ el umbral, pero en la mesa/ en un halo de luz inmaculada/ brillan el pan y el vino.”
En el desarrollo del libro el autor nos cuenta las peripecias pasadas por el Ciclo en los períodos vividos en los diez años de su existencia. Y, como queda dicho, nos entrega poesías y prosas de diversos autores que leyeron en diferentes ocasiones. Es un libro pues, que a medida que avanza en la historia del Ciclo Arte por la Paz, nos ilumina con trabajos aportados por los que han desfilado por los bares rosarinos donde se congregaban los integrantes del grupo creado por Conde Narváez. Una manera de vivificar la historia de los diez años de reuniones.
Hay aportes de diferentes tonos y calidad, es cierto. Hay variedad de enfoques, es verdad. Pero en la disparidad y el encuentro de voces variopintas, se verifica el espíritu del Ciclo. En la parte final del libro, el autor agradece a una gran cantidad de artistas que ha colaborado y aportado sus creaciones para las reuniones de los primeros diez años. Y exhorta a seguir trabajando en el camino emprendido “(…) a favor de la paz mediante el arte y la palabra (…) comprometiéndonos, siendo honestos, solidarios, sensibles y justos (…) Que el arte, la cultura y la palabra sean los instrumentos para logra la paz… para todos”.
Un libro que no sólo cuenta la historia de los diez años del Ciclo Arte por la Paz, sino que ilumina el camino elegido a través de quienes con sus creaciones, han hecho posible el mismo y han aportado su trabajo para que, como dice María Rosa Lojo en la contratapa, “La paz no es pasividad, es creación activa de armonía vital. (…) Desde el corazón de la tragedia el arte cura, repara, encuentra el hilo extraviado del sentido bajo la tierra quemada de las batallas”.
Blog del autor: www.hablaelconde.blogspo.com

viernes, 21 de octubre de 2011

¿CÓMO DEBE SER UNA NOVELA?
Escribe Carlos Sforza*
Es indudable que los lectores de novelas saben cómo es la estructura de la novela. Pero muchas veces sucede que hay detalles que escapan a ciertas obras que se rotulan dentro del género novelístico.
Hay escritores y ensayistas que han tratado el tema en profundidad. Y conviene fijar algunos puntos para ilustrar al lector porque no todo lo que reluce es oro y no todo lo que se dice novela es tal.
El crítico argentino Oscar Tacca en su libro “Instancias de la novela” sostiene que “No leemos hoy como leían los lectores de El Quijote, Robinson Crusoe, ni siquiera los de Balzac, Somos nosotros los verdaderos Pierre Menard de Borges; nosotros, quienes las hacemos nuevas en la lectura.” Y agrega: “Quizás toda la problemática de la novela podría distribuirse en las relaciones establecidas entre las diversas instancias de la narración. ¿En qué consiste la riqueza de un texto? En la multiplicidad y complejidad de las relaciones sutilmente establecidas entre sus categorías.”
Pensemos que para el novelista lo importante es partir del hecho que está manejando hombres. Es decir seres de carne y huesos, que piensan, tienen pasiones, aman y también odian. De allí que la narración debe ser escrita en forma vívida, “con sentido humano”.
Reitero un concepto que por repetido no está demás recordarlo: el novelista tiene un plan para su obra, pero los personajes se imponen dentro de ese plan y se le escapan de las manos al escritor. Empiezan a andar con libertad en las acciones que realizan. Manuel Gálvez sostenía que “fracasa el novelista que pretende someter a los personajes a su plan”.
Recuerda el autor de “La maestra normal” que “(…) El momento de “Niebla” en que el protagonista se le presenta a Unamuno y le dice que no quiere morir, no es tan fantástico como pudiera creerse. Los personajes no se le aparecen al novelista como si fuesen seres humanos o como fantasmas, pero sí en una realidad semejante al sueño”. Y es así, por ello el autor tiene que extremar su imaginación para que las acciones dentro de la novela se adecuen a cada personaje.
Incluso la manera de expresarse. De allí que los buenos novelistas hacen hablar a sus personajes como realmente hablan y no a la manera de las novelas idealistas donde los personajes no se expresan “como en la realidad: hablan pulcra y correctamente como escribe el autor”.
Por supuesto que no se debe caer en la chabacanería. Debe ensamblarse el lenguaje del escritor, el literario, con el de los personajes para que la obra sea una auténtica novela y por ende, una obra de literatura y no un folletín barato.
Uno de los caracteres que han marcado como esenciales en las novelas algunos autores, es el diálogo. La gente se conoce hablando. Y en una novela, cuando hay personajes que se relacionan de una u otra forma, la mejor manera de presentarlos es creando diálogos. También hay que tener presente que los diálogos deben ir acompañados muchas veces de acotaciones del narrador, pues depende de las circunstancias y del tono que ponga en las palabras el personaje, la validez del poder conocerlo el lector. Allí, una acotación certera del novelista puede darle el verdadero tono y alcance aunque sea a una sola palabra dicha por un personaje.
Muchos personajes de novelas son tomados de la vida real y transformados o desfigurados. F. Mauriac opinaba que “Nuestras pretendidas criaturas están formadas por elementos tomados de lo real; combinamos con más o menos habilidad lo que nos suministra la observación de los otros y el conocimiento que tenemos de nosotros mismos”.
Es claro que a los personajes debemos dejarlos hacer su propio camino. Es la vida de ellos la que nos impone narrarla. Y ahí está la necesaria capacidad del autor para que ello suceda. Cuando se dan esas interacciones del personaje con el autor, se llega a lograr una novela que valga como tal. De lo contrario estaríamos escribiendo una historia informativa, o un folletín que es como un calco de otro que ya escribimos o el modelo del podríamos escribir luego.
Otro rasgo que debe ser desterrado es el pretender que los personajes hablen con las ideas del autor. Muchas veces el lector cree que lo que dice el personaje, es precisamente lo que piensa el autor. Y se equivoca cuando lee una verdadera novela. Romain Rolland escribió al respecto: “No solamente los actos y las opiniones de Juan Cristóbal, sino las consideraciones y los juicios intelectuales expresados en la obra bajo una forma impersonal, participan de la atmósfera moral de mi héroe. Es perfectamente estúpido atribuirme todas las ideas, a menudo paradójicas de mi obra”.
Estas acotaciones, creo, sirven para que el lector tenga una idea clara sobre cómo es una novela cuando se trata de una obra literaria.

domingo, 16 de octubre de 2011

LA VANGUARDIA POÉTICA DE BETTY MEDINA CABRAL
Escribe Carlos Sforza*
Sigo desde hace años la trayectoria poética de Betty Medina Cabral. Su labor como poeta ha sido analizada y premiada por diversos medios. El escritor uruguayo Pablo Troisse le ha dedicado varios libros donde estudia lo que es la poesía de Betty Medina Cabral.
UNDERGROUND
Es claro que, cuando se han leído los libros de la poeta de Río Cuarto (Córdoba), uno se encuentra siempre con una poesía underground. Es decir, de una manifestación literaria que ignora voluntariamente las estructuras establecidas. Esa creación poética coloca a la autora en lo que podríamos llamar la vanguardia. Y lo es no sólo por la estructura que da a su expresión, sino por el contenido de la misma. Y, pienso, al analizar la poesía de Betty, uno se encuentra con una verdadera poesía erótica. Por otra parte sabemos que la poesía erótica, como se la ha definido incluso por el Diccionario de la Real Academia Española, es una poesía amatoria.
En un comentario que hice sobre un libro anterior de la poeta, “La extraña del expediente”, sostuve que Betty Medina Cabral “es en sus obras y se hace a través de las mismas. Se hace escribiendo. Y escribe lo que es su ser. Su poesía se coloca en muchos tramos, entre lo mejor que se ha dicho líricamente en la poesía erótica. Sabemos que en literatura, los límites entre lo erótico y lo pornográfico son lábiles. También sabemos que dentro del arte, se han desarrollado representaciones o símbolos eróticos en todos los tiempos y en todas las civilizaciones”. La poeta en su caso particular, siempre ha estado del lado de la poesía amatoria, de la poesía erótica y, siempre, ha mantenido su postura y no ha cruzado el límite que separa lo erótico de lo pornográfico.
SU NUEVO LIBRO
Betty Medina Cabral acaba de entregarnos un nuevo libro. Se trata de ESCRIBA ENLLUVIADA (Colección Betty Medina Cabral, foto de la autora por Graciela Rabino, dibujos de Carlos Terribili, edición al cuidado de Sandra Tirante, impreso en los talleres gráficos de la Universidad Nacional de Río Cuarto, junio de 2011, 120 pp.)
Este volumen sigue las estructuras de sus anteriores obras y continúa la línea vanguardista de la autora. Es una obra de poesía erótica, y cabe en la categoría ya descripta de lo under.
La poeta transita con una libertad admirable, los vericuetos de la poesía amatoria. Lo hace con el desparpajo de crear neologismos, de eliminar artículos, de unir palabras, de marcar el ritmo interior a través del uso continuado de adjetivos, de sustantivos, de comparaciones. La de Medina Cabral no es, claro, una poesía fácil para quienes están acostumbrados a la poética académica, o al verso blanco pero con una disposición sintáctica determinada.
Su poesía nos lleva como de la mano, a la manera de un lazarillo, por los difíciles meandros de un viaje a la esencia misma de lo erótico. Pero con una sutileza que no cae nunca y, por el contrario, eleva el espíritu del lector.
En Betty hay una unidad en el oficio de vivir y en el oficio literario. En su poesía está la vida. Está el dolor de la vida. Y el sufrimiento que es, según dice el gran dolor y en ese gran dolor está el calmante (p. 75).
Aparecen dos colores que suelen estar en todas sus poesías: el azul y el amarillo. Este último, es un permanente e insoslayable acompañante cromático en la lírica de Medina Cabral.
Como en toda su obra, hay en ésta un hálito de vida vivida. Como escribí en otro lugar, “Eso conmueve. Porque se ubica entre los poetas que saben no sólo poner su lirismo en el papel sino que con cada verso hay un chorro de sangre de la poeta. Es la sangre de su vida, que en sí misma, con alegrías y dolores, muchas veces no equilibrados, se derrama en cada línea y lo hace no como una manifestación realista de fácil acceso, sino como un torrente incontenible de palabras que se unen, a veces casi arbitrariamente, dentro de un esquema lírico que convierte a Betty Medina Cabral en una de las esenciales poetas de la vanguardia de la poética de habla española, dentro de una temática existencial y con sabor de verdadero erotismo que por ser tal y ser su creadora una poeta, hace de su obra una expresión de buena literatura”.
Sabemos que la escritura salva al escritor. Es una especie de coraza que lo protege de los embates de la vida cuando la vida es dura. Como dijo la propia poeta en una entrevista: “Sigo prendida a la escritura y seguiré hasta el final porque ese mundo irreal que se crea escribiendo, me ha salvado de la realidad, que es mezquina, estrecha y angosta”.
Y como la vida de Betty Medina Cabral ha sufrido muchos vaivenes, es propio que su expresión a través de la escritura de vanguardia y erótica que crea en todo momento, sea aquella coraza que la salva de la estrechez de una realidad mezquina y que, muchas veces, es dolorosa.
Esta obra es, en suma, un nuevo y valioso aporte a la poesía under que con tanta excelencia crea Betty Medina Cabral.
*Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com

sábado, 8 de octubre de 2011

HISTORIAS Y PERSONAJES BUSCAN AL AUTOR
Escribe Carlos Sforza*
El título de la nota hace referencia directa a la labor del contador de historias o narrador. Es decir a cómo nacen las historias que escribe y los personajes que actúan en esas historias.
Es evidente que cada autor tiene una manera peculiar, única quizá, de imaginar una historia y hacer deambular por ella a los personajes. Muchas veces son hechos fortuitos, inesperados, los que sorprenden al escritor y lo incitan y nutren para desarrollar una narración. Sea un cuento, un relato una novela. Claro que no es lo mismo el desarrollo de una novela que el de un cuento.
En la primera no es sólo contar una historia y hacer andar y actuar a un personaje. Es mucho más complejo puesto que, como he dicho otras veces, la novela es como un gran delta con innumerables canales de agua, ciénagas, embalsados, tierra firme, con diversas derivaciones. Todo ello hace que la estructura novelística sea compleja y requiera de un hilo central pero, a la vez, de anexos que son como parte del condimento que da sabor a la novela.
En el cuento la cuestión parece simplificarse puesto que no se nutre de esos vericuetos que encontramos en la novela, sino que tiene un eje central que es el que mueve todo el relato. No es cuestión de extensión. Más bien es cuestión de tensión. El cuento además de su verosimilitud, debe ser una especie de círculo donde la atención del lector no se disperse hasta el punto que se pueda leer sin hesitar, de un tirón.
CUANDO LAS HISTORIAS Y PERSONAJES BUSCAN AL AUTOR
Por mi experiencia personal, estoy convencido que las historias y los personajes buscan al autor. El escritor, a lo menos en mi caso, no anda detrás de una historia, hurgando aquí y allá para encontrarla. Por el contrario, sucede que la historia lo busca a uno y se mete de tal forma que el escritor no puede dejar de pensar en ella y con su imaginación creadora, armar un relato que será una novela o un cuento.
Como experiencia personal puedo decir que hay hechos que uno vive y acontecimientos de los que se entera por los medios de comunicación, el contacto personal o interpósita persona, que le transmiten la necesidad de hacerlos novelables. Es decir, de escribir una obra basada en esos hechos, acontecimientos y/o personas que causan tal impacto que el escritor, entonces, reacciona y se da cuenta que lo andan buscando para que sea la voz de esas historias y de esos personajes.
Recuerdo que cuando escribí y publiqué con seudónimo, por los finales de la década del cincuenta y comienzos de los sesenta mi primer cuento que titulé “Será Justicia”, fue un hecho que me tocó vivir directamente el que dio lugar a contar una historia. Era el desalojo de una familia de colonos en la zona rural de Victoria y a mí me tocó actuar como oficial de justicia puesto que trabajaba en el Juzgado de 1a. Instancia en lo Civil y Comercial. Ver esa escena, los chicos, hijos de los colonos, amontonados entre las cacharpas sobre los carros rusos, todo ello, fue como que me entrara de lleno y de golpe y me poseyera. De ahí que esa historia de gente para mí desconocida, dio nacimiento a aquel lejano cuento.
La primera novela que escribí y que fue publicada en 1965 por Ediciones Paulinas y distribuida en Argentina, México y España, nació de una historia que leí en un periódico local. Era un delito que había cometido un joven y cuyo destino fue ir a la cárcel, con un final inesperado. El final que puse a la novela no estaba ni fue así en la realidad. Pero el hecho, el impacto de esa noticia, fue lo que me motivó a escribir la novela que, gracias a la recomendación de quien era asesor de las Ediciones Paulinas, el novelista y crítico Adolfo L. Pérez Zelaschi, fue publicada en la colección en que salió la tercera edición de “El país de los chajás” de Martín del Pospós” entre otras obras.
La segunda novela publicada, “La rueda” (1975), narra una historia que me llegó de boca de uno de los protagonistas. Lucía Mendieta es el nombre que puse al personaje central y si bien es una obra que relata un hecho de mal trato y abuso de una menor, esa historia me buscó a mí como escribidor de la misma. Me rondó en la cabeza y un día me puse a escribirla. Y fue una obra, ambientada en Victoria que comienza en la octava de carnaval en la Plaza San Martín y culmina en la salida del Hospital público con un hálito de esperanza en medio de la desesperanza de la protagonista. Es una de las historias que se valió de mi imaginación y mi pluma para que llegara a la gente, al lector. En el Concurso Literario de Obras Inéditas, organizado por la Municipalidad de La Matanza (Bs.As.) en 1974, el original de “La rueda” mereció una mención del Jurado que entre otros integraban Nicolás Cócaro, Graciela Maturo y Ernesto Goldar. La novela fue editada en Victoria al año siguiente.
Por otra parte, la muerte de Juan Domingo Perón y los días inmediatos a ella, me captó de tal forma que dio origen a la novela “Historias en negro y gris” donde entrecruzo cuatro historias con retrospectiva, intercambio de planos temporales y geográficos que mereció el elogio de la crítica por la estructura moderna de la obra y por el tratamiento del tema, y de escritores como Gustavo García Saraví y Ulises Petit de Murat. Un hecho, la muerte de Perón que me buscó a mí como escritor. Y que fructificó en la escritura de la novela.
En el caso de los cuentos, evidentemente también sucede así. Mi primer libro, “Cuentos con niños” surgió de ver chicos en diversas actitudes, con diferentes motivaciones, y esas historias y esas personas convertidas luego en personajes, fueron quienes buscaron al escritor para que las fijara en cada cuento. Los libros posteriores no escapan a esa impronta de historias que buscan al autor.
“De casas y misterios” reeditado por la Sociedad Filantrópica “Terror do Corso” en Ediciones Del Castillo (Rosario, 2011), son cuentos que surgieron de relatos orales escuchados en mi infancia, de ver casas con un hálito especial en mi ciudad, historias que me encontraron a mí y que yo las transformé en cuentos.
A veces son sueños que en el inconsciente afloran cuando duermo y que por alguna extraña razón, conexión o lo que fuere, se graban y necesitan ser contados, con el lógico e imprescindible trabajo de la imaginación y el pulimento y andamiaje que le debo dar como escritor. Así sucede con “El sueño” incluido en mi libro “La culpa la tuvo el cuento”, o en “”Una tarde de claridades cíclicas” incluido en “Los Cuentos del Astrólogo”.
De esa forma, puedo decir a través de mi experiencia, que el narrador no busca las historias sino que son las historias las la lo buscan a él. Y ella se traduce en el armado de obras que nacen en un mundo donde todo es materia novelable. Y como escritores, nos encontramos con esa materia y cuando es apta y nos llama, debemos transformarla en una obra de arte literario como cocreadores o continuadores de la creación que permanentemente está en evolución y, por suerte, necesita de los artistas (en este caso de los escritores) para que se concrete.

miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿HAN MUERTO LOS VALORES?
Escribe Carlos Sforza*
La vertiginosa marcha de los tiempos actuales hace pensar que no existen valores. Y si existen, desgraciadamente pareciera que está guardados en un ropero o barridos para colocarlos debajo de una gran alfombra.
Por supuesto que esto se ve y se traduce en actos que los humanos realizan en diversas circunstancias de sus vidas. Vemos travestismo político, social, sindical, juvenil y sigue la larga lista.
También es cierto que en muchos períodos de la historia se ha asistido a una ignorancia o soterramiento de los valores. Y no es menos cierto que muchos valores varían conforme a las civilizaciones a las que pertenecen y cambian con el correr del tiempo y con los cambios que ese transcurrir temporal puede provocar en los hombres.
En un acto de verdadera toma de conciencia, el filósofo francés Gabriel Marcel escribió: “De una manera general, reflexionando sobre las aberraciones que se multiplican sin descanso en torno de nosotros, tanto en el plano de la ética y del pensamiento especulativo como en el del orden estético, me he visto impulsado a tomar a contrario una conciencia cada vez más clara de un cierto número de valores, que durante todo el período en el cual se constituyó lo que gusta llamar precisamente mi filosofía, fui, sin embargo, llevado a despreciar espontáneamente. Pero todos esos valores están ligados a la sabiduría y a la sensatez”.
Valores, dice el pensador francés, ligados a la sabiduría y a la sensatez. Indudablemente los valores que hablan desde la sabiduría, se constituyen a través del pensamiento reflexivo y crítico. Del saber que hace posible ponerlo en práctica a través de valores.
Asimismo cuando se refiere a la sensatez nos remite al sentido común. A lo que la razón y el corazón del hombre admiten como una cosa que no necesita de muchas explicaciones porque en definitiva, se explica por sí sola. Ese sentido común que advertimos en los dichos populares, en los refranes repetidos oralmente de generación en generación. Ese sentido común que lo tiene, incluso, un hombre sin estudios, sin haber pasado por las academias o las universidades, pero que nace de lo íntimo de su ser. Ese sentido común que, lamentablemente, muchos hombres que ocupan cargos importantes, que quizá han transitado por los claustros universitarios, no lo tienen. Y si lo tienen, por razones que quizá solamente ellos puedan conocer, no lo ponen en práctica.
Nos llamamos hombres civilizados. Y lo somos si tenemos presente que “la condición del hombre civilizado (lo es) por oposición a cierto estado primitivo, salvaje o bárbaro” (Marcel).
En ese sentido, tengamos en cuenta que toda civilización implica tener valores. Pueden variar de una civilización a otra, como escribí líneas arriba. Pero no puede haber una civilización si una serie de valores. El admirado filósofo citado, sostiene que “De cualquier manera que se defina una civilización, es de una evidencias innegable que ella implica creencias, esto es, valores”.
Precisamente los valores son los pilares de las civilizaciones que perduran. Cuando se violan los valores, la civilización ha entrado en una crisis que puede llevar a la destrucción final de esa civilización. Y en ese supuesto, surgirá una nueva, con sus valores que deberán ser respetados y cumplir con lo que mandan para ser fieles al espíritu de la civilización que entroniza tales valores.
Hay en la modernidad o posmodernidad o posposmodernidad, una tendencia a minivaluar. Es decir a menospreciar los valores. Hay como un estado de efervescencia donde todo se pone en discusión y en duda. Y existe una propensión a que cualquier hijo de vecinos, tome un micrófono o se presente en la pantalla de un televisor o escriba en un diario. Y así puedan opinar sin más ni más, sobre los valores que suelen ser pilares que sostiene el andamiaje social. Y lo hacen sin conocimiento y con un desparpajo que deja perplejo a quien se dedica de lleno a aplicar la sabiduría y la sensatez cuando se trata de analizar los valores.
Es como si cada uno se sintiera poseedor de la verdad absoluta. Y caemos, ahí sí, en una actitud soberbia y fanática. Es simplemente una actitud de orgullo. Y como sostiene Gabriel Marcel es allí cuando la sabiduría debe enfrentarse. “Contra la hybris, contra el orgullo”. Juan Pablo II en la carta encíclica “FIDES ET RATIO” decía que “se puede definir, pues, al hombre como aquel que busca la verdad”. Y antes había sostenido que “De por sí, toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, se presenta como universal. Lo que es verdad, debe ser verdad para todos y siempre”
Por eso hoy como ayer y tal vez, más que nunca, debemos buscar la verdad para poder cumplir con los valores que sustentan el ser de una civilización. Cuando los infradotados quieren imponer su pensamiento, hay que reaccionar. Y hay que hacerlo desde cada lugar que nos toque ocupar., Hay que reivindicar los valores y, fundamentalmente, saber ver en el otro al prójimo. Es decir a quien es el que puede dialogar con nosotros. De esa forma y no cerrándose, se puede avanzar hacia una sociedad más justa basada en valores compartidos.

lunes, 26 de septiembre de 2011

PERSONAJES RECURRENTES EN LAS FICCIONES
Escribe Carlos Sforza*
Hay en las ficciones diversos personajes que muchas veces se reiteran en la obra de algunos autores. Hay, también, narradores que no utilizan los mismos personajes en sus diversas obras aunque algunas veces, aparecen rasgos o elementos presentes en obras anteriores.
En esta nota me referiré a los autores que tienen un personaje que se reitera en casi todas sus narraciones. Ello suele suceder, en forma bastante frecuente, en los relatos policiales.
EL PARADIGMA
Para mí un personaje paradigmático en este sentido es Sherlock Holmes, la creación de Arthut Conan Doyle. Si bien el autor utilizó otros personajes en algunos de sus libros, la saga que tiene como héroe principal al detective que vive en Baker Street de Londres, es un ejemplo de la persistencia del autor para mantener los relatos con ese detective privado.
Las entregas que hacía Conan Doyle de sus ficciones policiales estaban arraigadas de forma exagerada en los lectores y seguidores de las aventuras de Sherlock Holmes acompañado por su amigo el Dr. Watson. Y era tal el apego que tenía esos receptores de las narraciones de Conan Doyle que, cuano éste, cansado de escribir relatos policiales, decide eliminar al detective en una célebre pelea con el Profesor Moriarty, su gran enemigo, hace que ambos se despeñen por un barranco y mueran.
Ante este hecho, los lectores de las aventuras de Sherlock Holmes en masa levantaron su voz de protesta puesto que no podían admitir que su héroe hubiera muerto y con su muerte, terminaran los relatos de sus aventuras.
Ante este clamor y la demanda de los lectores, Conan Doyle “resucitó” al detective con un argumento que debió inventar. En efecto, en la caída lo hace aparecer sosteniéndose en una rama que había en el barranco y salir del trance. Luego, misteriosamente, y para que sus enemigos no lo ataquen, se esconde en una casa hasta que se comunica con su fiel ayudante y, de allí en más, continuó el autor escribiendo a regañadientes, sus relatos policiales con el gran personaje que era el detective de Baker Street.
OTROS CASOS
Esa recurrencia a un mismo personaje, se da en otros casos. Así el novelista belga Georges Simenon, ampliamente conocido por sus novelas policiales cuyo protagonista es el comisario Maigret. Simenon tiene una larga producción en el género pero siempre ha mantenido una pareja calidad literaria. Tal el caso de “Maigret”, “El perro amarillo”, “El hombre que veía pasar los trenes”, “La mano”, “Maigret y Monsieur Charles” entre otros.
El mismo caso sucede con las novelas de Agatha Christie. Es ella sin ninguna duda, la más famosa novelista policíaca inglesa. Ella como los dos anteriores, utiliza investigadores recurrentes como el detective belga Hércules Poirot o Miss Maple. Los lectores recordarán por haberlas leído o visto en el cinematógrafo, “Asesinato en el Orient Express”, “Diez negritos”, “Muerte en el Nilo” entre otras muchas novelas ya que su bibliografía superar el medio centenar de obras.
A esta nómina debo agregar el caso de Gilbert Keith Chesterton escritor inglés que nació en Londres en 1874 y falleció en 1936. Su primer libro publicado fue uno de poemas. Luego siguieron novelas, ensayos, biografías como “San Francisco de Asís” y
“Santo Tomás de Aquino”. En 1911 publicó su primera novela policíaca con el padre Brown, sacerdote católico, como personaje central. Realizó una saga con las historias del padre Brown que es digna de leerse y que personalmente releo cada tanto. Borges, en sus ensayos ha comentado la obra policíaca de Chesterton y se ha declarado un admirador del gran escritor inglés. Puedo agregar en esta lista al español Manuel Vásquez Montalbán, creador del personaje Pepe Carvalho, que comienza su ciclo recurrente con “Yo maté a Kennedy” (1970) y continúa con obras como “Los mares del Sur”, ”Historias de fantasmas”, “El Balneario”, “Los pájaros de Bangkok” y varios más.
El citado Jorge Luis Borges en colaboración con Adolfo Bioy Casares, publicó “Seis problemas para Isidro Parodi, donde utiliza el personaje único en la resolución de los problemas policiales que debe resolver.
Otro novelista argentino que falleció en 2005, es Adolfo L. Pérez Zelaschi, que está considerado de los mejores autores de novelas policiales del país.
Él, al igual que los anteriores, utiliza recurrentemente un personaje, el comisario Leoni, que es quien narra y resuelve los casos que se le presentan. Él está presente, por ejemplo, en su libro “Con arcos y ballestas” donde el autor se muestra como uno de los escritores excelente de novelas y relatos policiales. Y en sus novelas y relatos Leoni es el protagonista de los mismos. A esta nómina debo agregar los cuentos policiales de Leonardo Castellani que crea un personaje a semejanza del de Chesterton, el padre Metri y sus relatos se ubican en el Chaco santafesino.
De esta forma, he reunido una serie de personajes recurrentes en obras valiosas de autores argentinos y extranjeros. Podría, claro, ampliarse la lista con otros escritores y, muchas veces, con autores de menor valía que los citados quienes tomaron personajes recurrentes en sus ficciones. Pero, con lo escrito, creo que es suficiente.

sábado, 17 de septiembre de 2011

¿QUÉ LEEMOS LOS ESCRITORES?
Escribe Carlos Sforza*
La pregunta que da título a esta nota tiene, claro, diversas respuestas. Y es así puesto que cada escritor es una individualidad y por serlo, sus preferencias varían de uno a otro. Para tratar de responder a la interrogación, me voy a referir a mis lecturas. Y de esa manera puedo dar una pista a quienes son mis lectores, sobre lo que a lo largo del tiempo formaron mis muchas lecturas.
Cuando era niño, hace ya bastante tiempo, las lecturas se centraban en revistas y algunos libros. Las revistas eran, por ejemplo, un suplemento que editada el diario “Crítica” y que se publicaba creo que los martes y los viernes de cada semana. Ahí, en tiras teníamos lecturas ilustradas de diversa índole. Aventuras de Tarzán, la vida jocosa de “los cebollitas” y muchas más. A ello se sumaba “El Tony” y el “Pif Paf”con las aventuras de Mandrake el Mago, Tarzán y numerosas historietas que nutrían mi imaginación niña junto a las aventuras de Superman y el emperador Ming.
No puedo obviar la lectura de artículos especiales para la edad, del memorable “Tesoro de la Juventud” que leíamos en la casa de una vecina, la Sra. Julia Muzzio de Cudini que, como buena maestra de la Escuela Laprida, en su biblioteca tenía la colección de los preciados libros que eran una verdadera enciclopedia, variada y accesible aún para los niños.
No puedo obviar la lectura de algunas obras que publicaba la revista “Leoplán”. La que se grabó de una manera muy especial fue “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde, que en folletín se publicó en esa revista y que impresionaba la ilustración de la tapa con el famoso retrato.
Con el correr del tiempo, lecturas de Salgari y otros de por medio, me dediqué de lleno a leer novelas policiales. El detonador de esas lecturas fue la colección de las novelas y cuentos escritos por Arthur Conan Doyle, con Sherlock Holmes como el paradigma de detective privado que se adelantaba a Scotland Yard y resolvía los más intricados casos como “El sabueso de los Baskerville”, “La marca de los cuatro” y tantas otras aventuras como los enfrentamientos y luchas sin cuartel con el Profesor Moriarty. A esas lecturas de las obras de Conan Doyle, se sumaban otras novelas policiales, conseguidas a bajo precio en los quioscos de revistas, como la colección de Sexton Blake (de quien conservo aún dos libritos), de Mr.Reeder, de Fantosma y otros por el estilo. En esa época de mi adolescencia, leía prácticamente una novela policial por día. Y para lograrlo, además de recurrir a las bibliotecas públicas, intercambiaba libros con amigos.
EN LA SECUNDARIA
Cuando comencé el cuatro año de la secundaria, mis lecturas derivaron en muchos escritores que nos proporcionaban los profesores del Colegio Nacional de Nogoyá. En historia, libros del revisionismo histórico con Juan José Antonio Segura, historiador y maestro ejemplar. En literatura leía a poetas como Antonio Machado, Francisco Luis Bernárdez, Paul Claudel, asimismo a los españoles artífices del idioma como Azorín. Por supuesto a los autores clásicos del programa de literatura del Colegio. Pero lo que nos reunía a un grupo de alumnos, eran esas otras lecturas que no las hacíamos por obligación académica, sino por el gozo de la lectura misma. A ello se sumaba el estudio y profundización en temas de religión, teología y filosofía.
Posteriormente ahondé en lecturas de los libros de Giovanni Papini, de Graham Greene, de Francois Mauriac, de George Bernanos, de Gabriel Marcel, de León Bloy, de Jacques Maritain, de Jean Paul Sartre, de Merleau Ponty, M. F.Sciacca, Camilo José Cela., de Gilbert K. Chesterton. Asimismo los clásicos novelistas norteamericanos: Faulkner, John Dos Passos, Hemingwey. El irlandés James Joyce. La inglesa Virginia Wolf. El norteamericano Kart Vonnegut…
OTRAS LECTURAS
A esa nómina, incompleta de lecturas intensas y meditadas, debo agregarle mi predilección por los libros de Ray Bradbury, uno de los preferidos autores no sólo de ciencia ficción sino de narraciones donde se mezclan el misterio, lo sorprendente y la belleza de un estilo excelente y de una estructura novelística de calidad indudable.
En cuanto a los argentinos, mis lecturas se han nutrido de Ernesto Sábado, Arturo Cerretani, Adolfo Bioy Casares, Manuel Mujica Láinez, Jorge Luis Borges, María Esther de Miguel, Juan Carlos Ghiano… Está sobreentendido que a la par de ellos, he leído a los autores entrerrianos cuya nómina es extensa y de otros lugares del país. Por supuesto no se puede, en mi caso, obviar a Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti. Y un gran escritor alemán como H. Böll o el irlandés G. Orwell. Tampoco a Umberto Eco y también, en forma muy especial, a Italo Calvino
También es cierto, que entre mis lecturas figuran nombres de autores, libros y antologías que, por mi tarea como crítico y comentador de libros, realizo incesantemente. Son cientos los artículos en los que he reseñado y he comentado y he hecho crítica literaria de libros editados en el país y fuera de él. Han desfilado muchos autores, algunos de alto valor, otros de menor valor y, obviamente, ha habido malos libros escritos por quienes pretenden ser escritores y no les el cuero para serlos.
COLOFÓN
Como final a la respuesta de la nota, puedo asegurar que esas muchas, muchísimas lecturas han nutrido mi vida y me han dado gozo y oportunidad de vivir muchas vidas en las vidas de cada narración. A la vez, he aprendido mucho puesto que al leer buenos autores, algo siempre queda y sirve, inconscientemente, al escritor. Y, claro, sigo leyendo como buen adicto a la letra impresa, a las ficciones, a la poesía, al ensayo y la filosofía.

jueves, 8 de septiembre de 2011

EL POR QUÉ DE LAS FICCIONES
Escribe Carlos Sforza*
En el mes de agosto ppdo. se realizó un diálogo público sobre la ficción con la participación de la novelista, ensayista y poeta norteamericana Siri Hustvedt y la novelista argentina Luisa Valenzuela.
En la revista “adn La Nación”, se publicó un adelanto de los argumentos de cada una de ellas para explicar por qué contar historias.
El tema es recurrente en quienes escribimos ficciones. Ya sea cuando se nos interroga sobre el mismo y el por qué contamos historias, o en diálogos con colegas y, también, en una interrogación íntima que los escritores solemos hacernos.
Al lector puede interesarle el tema ya que abre caminos en las razones que cada autor, contador de historias, tiene para dedicarse a esa tarea de narrador.
El título para el diálogo público entre las dos escritoras fue “La escritura y el cuerpo” y fue elegido, conforme dice Valenzuela, porque creen que “ambos términos están intrínsecamente ligados”. Dice la norteamericana, que la creencia que la separación entre cuerpo y mente “aún está entre nosotros”. No se ha asumido que la psicología está íntimamente ligada con la fisiología. Expresa que “pensar, recordar y fantasear son procesos fisiológicos, y la neurociencia está develando lo que los científicos llaman los correlatos neuronales entre ambos”.
Afirma asimismo, que “aunque no hay trabajo de ficción sin conciencia de sí y sin lenguaje, los orígenes de la ficción son inconscientes”. Por su parte, Luisa Valenzuela sostiene que “lo que me conmueve y me mueve es el lenguaje, lo que la palabra dice y lo que calla”. Yo por mi parte, agrego lo que siempre he sostenido: escribo por una necesidad visceral de hacerlo. En el acto de la escritura hay conciencia y, a la vez, hay recuerdos que está como guardados en el inconsciente y afloran al momento de la escritura.
La argentina cita a Rudiger Safranski cuando expresa: “En el interior del arte hay un rumor misterioso que amenaza al arte mismo. El misterio procede de la imaginación, que es una creación de la nada”. Esa nada que no es tal porque se nutre de la memoria y los recuerdos, de las experiencias vividas, de la circunstancia que rodea a cada individuo, del propio paisaje y hábitat en que se vive y se actúa.
La imaginación es el motor que crea las historias y las transforma en literatura. Sin la imaginación, pienso, no habría historias contadas. Y asimismo, entran en juego situaciones y razones que muchas veces no se pueden explicar, para encarar una historia determinada. Esas historias que uno no busca de ex profeso, sino que ellas lo buscan a uno.
Hustvedt piensa que “el lenguaje está allí antes de nuestra llegada; está fuera de nosotros”. Y asimismo afirma algo con lo que estoy de acuerdo: “La facultad de la imaginación no puede ser separada de la memoria. Y la memoria consciente no es un depósito fijo en la mente, sino una realidad móvil”. Hay una relación entre imaginación y memoria y hasta con el olvido, que hace que cuando uno escribe, todos esos elementos confluyan y hagan posible la escritura. Es evidente que uno escribe por necesidad. Una necesidad que suele deparar placer. Una necesidad que no puede dejar de aceptársela y es cuando todo el mundo interior asimilado por el escritor, los libros leídos, las experiencias propias y ajenas, todo en suma, aporta algo para esa historia que se ha apoderado de nosotros y nos pide que la contemos.
La novelista norteamericana cita al filósofo francés Merleau Ponty para quien “el mundo nos llega a través del lugar que ocupa nuestro cuerpo. Yo me contacto con el mundo a través de mi cuerpo (…)”; la historias que contamos “es también algo hecho de memorias inconscientes y de percepciones. Está hecha de gestos y movimientos y sentimientos relacionados con el mundo”. Es, en suma, lo que afirmo líneas arriba: las circunstancias que nos rodean, que están fuera de nosotros pero que, al momento de escribir historias, nos nutren directa o indirectamente. Por eso Hustvedt dice: “Los seres humanos somos los únicos animales que cuentan historias, los únicos que se recuerdan como personajes del pasado y se imagina como habitantes del futuro. Percibimos el tiempo de una manera especial. Pero la escritura de ficción emerge de aquello que no sabemos, suspensiones del ser que llamaste lo inefable”.
Sin dudas el diálogo entre las dos narradoras debe haber sido sápido. Porque el tema, apenas esbozado en esta nota, da para muchísimo más. Lo cierto es que entre quienes escribimos hay, en general, una coincidencia de las razones que tratan de explicar por qué escribimos historias. Por qué con la palabra, creación del hombre, que “es hablado por la palabra” según Heidegger, un ser quizá perdido en un lugar del mundo, remoto o cercano, se pone a contar historias. Y son historias que pueden o no perdurar pero que necesitan ser escritas y, una vez escritas, necesitan sin ninguna duda, ser leídos u oídas por otro. Es cuando se entabla la relación dialógica entre el yo y el tú. Entre el escritor y el lector que recibe las historias que aquél ha escrito. Así de simple.

jueves, 1 de septiembre de 2011

UN LIBRO ÁCIDO QUE HACE PENSAR
Escribe Carlos Sforza*
Martín Caparrós ha publicado el libro ARGENTINISMOS (Planeta, Buenos Aires, 2011, 400 páginas). Como subtítulo el autor ha escrito “Las palabras de la patria”.
Martín Caparrós aparte de su labor como escritor es ampliamente conocido por sus apariciones mediáticas en programas de televisión y en otros eventos. Es Licenciado en Historia, título que obtuvo en París. Ha vivido en el extranjero varios años, estuvo exiliado. En su bibliografía figuran varias novelas como Ansay o los infortunios, No velas a tus muertos, La noche anterior, El tercer cuerpo, Valfierno, A quien corresponda. Asimismo es autor de libros de crónicas como Larga distancia, La guerra moderna, Contra el cambio, entre otras. En suma, es un autor prolífico ya que en su haber tiene publicados una veintena de libros.
Ha recibido diversas distinciones como el premio Planeta, el premio Rey de España, la beca Guggenheim. Ha dirigido diversas revistas, y ha incursionado en la radiofonía y la televisión.
EL LIBRO
Ahora nos entrega este diccionario sui generis, que motiva la presente nota. Caparrós en su nueva obra, podríamos decir que redefine muchos términos políticos en uso en nuestro país. No escapan a la pluma del autor, ninguno de palabras en uso en la actualidad. Porque es evidente que en la idea de Caparrós al componer el libro, está mostrar descarnadamente, con una acidez a la que el autor nos tiene acostumbrados, lo que valen ciertas palabras en boga y boca de políticos, sociólogos, historiadores, comunicadores, en cuanto a su significado que los argentinos solemos aplicarles.
En la introducción, Martín Caparrós cuenta una anécdota y saca una conclusión: la imposibilidad de poder discutir un tema. Dice el autor: “Hemos perdido – si es que alguna vez la tuvimos,- la capacidad de discutir. Se agravia, se amenaza, se putea en arameo, pero es muy difícil discutir alguna idea”. Por no pensar igual, gente amiga ahora, expresa el autor, lo odia. Gente con la que ha compartido la amistad y hasta ideales, ahora, porque no piensa como ellos, le quitan el saludo y no son capaces de entrar en una discusión franca..
Dice Caparrós que “El formato de este libro es casi simple: voy a explorar las palabras que, estos últimos años ocuparon buena parte de la escena, para pensar qué dicen esas palabras que se han vuelto argentinismos: progresismo, modelo, lagente, política, campo, democracia, derecho shumanos, peronismo, relato, militancia, kirchnerismo, futuro, Él, trucho, secentismo y varias más(…)”.
Es indudable que el autor conoce la tela que corta en este libro. Lo hace desde su punto de vista que, obviamente, podrá ser o no compartido. Pero con cáustica mirada de quien conoce de lo que habla, penetra con el escalpelo en las entrañas y en el entramado de nuestro país, y dice cosas que muchos saben pero callan, y otras que por su militancia anterior, el autor conoce de primera mano.
Y para que no queden dudas, Caparrós dice con claridad dónde está parado: “Por eso quiero aclarar, antes que nada, desde donde hablo. No hay nada más incómodo que tener que explicar la propia posición, pero aún así quiero decir que yo fui uno de esos que tuvimos que dejar la Argentina mientras el matrimonio Kirchner hacía buenos negocios de esos que criticábamos al peronismo de Menen mientras el matrimonio Kirchner y su gobieno peronista hacían buenos negocios, de esos que trabajábamos para recuperar la historia reciente mientras el matrimonio Kirchner prohibía en su capital marchas de las Madres.”
La postura de Martín Caparrós en cuanto a su pensamiento, está clara al leer esta obra. No se casa con nadie y dice lo que cree y debe decir. La razón de este originalísimo diccionario nace de la actitud crítica y reflexiva del autor. Dice: “Por eso vale la pena parar y pararse, pensar qué es lo que uno piensa. Sé que estoy perplejo. Pero, además, estoy molesto, inquieto, irritado: me persigue la sensación de que algo está muy mal en la Argentina y que mucha gente muy respetable se resiste a verlo.”
Vale la pena entrar en las páginas del libro para apreciar un estilo de escritura que roza entre el ensayo crítico y la crónica de investigación de un periodismo serio y a la vez, saturado de sarcasmo y acidez. Una prosa cáustica que hará repensar muchas cosas a quienes se acerquen a sus páginas.
Las definiciones que Caparrós da a cada título de los capítulos que integran el libro, es propio de quien maneja la realidad y la transcribe con una pizca de ironía al libro. El
primer capítulo es DEMOCRACIA . Y el autor pone el siguiente significado de dicha palabra: “sust. fem. sing., argentinismo: régimen político basado en la entrega del supuesto poder ciudadano a un pequeño grupo de especialistas altamente desprestigiados, llamados políticos. Se sostiene en un mito que pretende que el pueblo gobierna porque una vez cada tanto vota por esos políticos, transformados en candidatos de quienes nada espera que cumplan lo que prometen”. Y en el desarrollo de ese y los demás capítulos, hurga en el significado de los argentinismos, y lo hace con una prosa ágil que logra la atención del lector. Y más aún diría, que consigue lo que posiblemente el autor busca: hacer repensar la realidad del país y su gente a quien se anime a las 400 páginas de un libro que, lo reitero, es ácido y a la vez en ciertos aspectos, muestra una especie de escepticismo en el autor. Pero, cada uno de los lectores, tenemos que sacar nuestras propias conclusiones. Hay verdades de Perogrullo, hay verdades no conocidas, hay pasión en la escritura. Todo ello hace que estemos ante un nuevo y valioso aporte, de un escritor e intelectual comprometido con el país y que dice su verdad. En cada uno de nosotros estará, pues, el discutirla, aceptarla o disentir de ella.
COLOFÓN
Martín Caparrós, en el último capítulo del libro, habla del futuro, y de cómo encontrar una forma política que haga que ese futuro no sea una utopía sino una esperanza a encontrar y aplicar. Por ello concluye este sabroso libro expresando que “(…) en distintos lugares, en muy variadas situaciones, cantidad de personas imaginan o viven o buscan o descubren formas nuevas de pensar el futuro, de ilusionarse con los cambios posibles –o aparentemente imposibles todavía: crean los modos de reinventar el mundo, los futuros futuros. Los que merezcan que peleemos por la posibilidad de hacerlos presente. Por ahora, la pelea es descubrirlos, y en eso estamos, creo, espero. Vale la pena.”
Este libro es, sin dudas, un aporte al esclarecimiento de la realidad argentina. Y por ello es altamente valorable.



jueves, 25 de agosto de 2011

¿POR QUÉ ESCRIBO COMO ESCRIBO?
Escribe Carlos Sforza*
En cierta ocasión, hace ya varios años, cuando Ediciones Paulinas de Buenos Aires editó mi primera novela “Patio Cerrado”, un lector, oriundo de Rosario, que había leído el libro, después de hacer un elogio del mismo me espetó esta pregunta: “¿Por qué mató al muchacho?”. Se refería al final del libro cuando se suicida el protagonista central. Mi respuesta fue la lógica y la hice con la rapidez del convencimiento: “Yo no maté al muchazo. Se suicidó él”.
En otra ocasión, cuando publiqué “Cuentos con niños” e “Historias de mi pueblo”, alguien me identificó con la ideología marxista por los temas que abordaba. Se refería a que la temática de mis cuentos tomaba en general, a personajes pobres, humildes, desposeídos y en algunos casos, olvidados.
También hubo una vez en que al leer un fragmento de mi novela “Historias en negro y gris”, una señora pareció escandalizada y dijo que cómo un católico como yo podía escribir esas cosas. A ella yo le respondo que yo no soy un novelista católico sino un católico que escribe novelas. Y al hacerlo aparecen personajes y escenas que suceden en todos los rincones del mundo, porque el hombre deja ver sus pasiones, amores, odios, grandezas y bajezas, en cualquier lugar del expendido mundo que habitamos.
Estas anécdotas las cuenta para que el lector pueda apreciar varios aspectos de mi manera de escribir. En primer lugar que cuando un narrador crea un personaje, ese ser de ficción, se independiza del autor y comienza a andar y a hacer su propia vida. Ya no depende de lo que quiera de él el creador, sino que mantiene su libertad dentro de la ficción. En segundo lugar, en mi caso, hay que tener en cuenta que cuando escribo tomo ambientes y personajes que existen. De allí que Martín del Pospós, maestro y amigo, cuando presentó mi primer libro de cuentos, dijo que en la triple alternativa de elegir entre lo que pudieran ser los niños, o de lo que debieran ser los niños, opté por presentar cuadros concretos de lo que son los niños. Y en tercer lugar, queda ya explicada mi posición de católico que escribe novelas y no de novelista católico que pretende hacer una apologética de sus narraciones. Como escribiera Heinrich Böll: “Yo no soy un novelista católico (…). Me considero tan libre como libres dejo yo a los personajes de mis novelas.”
Es cierto que en ese juego de andar por la ficción como creador, aparecen elementos como la memoria y el olvido, que juegan su papel en la actitud del creador. Y la memoria que recupera instantes de la infancia, es primordial al momento de escribir porque suele nutrir de elementos olvidados la labor creadora.
Uno de los temas que están siempre presentes de una u otra forma en mis ficciones, es la muerte. Esa sombra, como he dicho varias veces, que nos acompaña desde el nacimiento y que cuando desaparece de nuestro lado, es porque ya no estamos entre los vivos. El hombre, al decir de Heidegger, es el único ser que sabe que va a morir. Y yo ví la muerte siendo un niño: cuando tenía seis años falleció un tío y al año siguiente, con siete años de edad en mi vida, falleció mi padre. A mis cuatro abuelos no los conocí salvo por fotografías puesto que al nacer yo, ellos ya había fallecido. Eso como tantas cosas de la infancia, inciden consciente o inconcientemente en la labor del escritor. Afloran en ciertas situaciones y quedan, muchas veces, plasmadas en escenas de relatos que no tienen que ver con el autor en cuanto a lo narrado, pero sí en cuanto a vivencias de la niñez.
Elementos materiales como las casas, son en mi narrativa temas recurrentes que se plasman en relatos y misterios que pueden suceder en el interior de esas viviendas. Así como las historias de nuestros ancestros, las guerras jordanistas, los odios que muchas veces tiñeron de rojo a familias enteras. Nada es ajeno a la imaginación del novelista. Todo, diría Manuel Gálvez, es materia novelable. Por esos si bien hay elementos recurrentes, siempre aparecen otros inesperados, buscados o no, que nutren el quehacer creador. Los sueños suelen nutrir, también la labor del creador. Hay cuentos que he soñado literalmente y que luego, al salir del sueño he reescrito como sucede en un caso concreto, en el libro “Los cuentos del Astrólogo”. También Cortázar dijo en una entrevista para la televisión española, que ví íntegra, que “Casa tomada” uno de los clásicos del autor de “Rayuela”, era un cuento que había soñado y que luego, con algún agregado, escribió.
INFLUENCIAS
Todo escritor que ha sido y es un lector adicto, recibe influencias. No es que luego trate de escribir como el autor preferido, sino que como somos deudores de la cultura en que nos nutrimos, asimilamos elementos de diversa índole que tarde o temprano, en general en forma inconsciente, nos alimentan y pasan a formar parte de nuestra manera de vivir la creación literaria.
Yo, por supuesto, asimilé mucho de las charlas-enseñanzas con Martín del Pospós. Aunque nunca me consideré un seguidor de su manera impar de escribir ni tuve el conocimiento directo, como él lo vivió, de las islas y del alma de los isleros de nuestro departamento. Pero con él discutíamos sobre autores del momento. Entre ellos el reconocido autor de “La Colmena”, Camilo José Cela. O Nikos Kazantzakis, el autor de “Cristo de nuevo crucificado. O Carmen Laforet. Aparte de los autores argentinos, a los cuales él conocía al dedillo y de cuyos libros en más de una ocasión, escribimos comentarios.
En mi caso particular, yo reconozco ser deudor de Graham Greene a quien leí por primera vez, cuando se publicó la traducción de “El poder y la gloria”. A Greene lo he seguido desde entonces (hace más de cincuenta años) a través de prácticamente toda su producción novelística. Lo he considerado y considero, como uno de esos escritores que a uno lo marcan. Otro tanto sucede con Gilbert K. Chesterton, cuya producción comencé a leer cuando era estudiante secundario. Por supuesto a uno de los novelistas olvidados de nuestro país como es Arturo Cerretani. Y, claro, no puedo obviar a uno de los escritores excepcionales del siglo XX y lo que va del XXI: Ray Bradbury. Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Manuel Mujica Láinez… A ellos, sumo los españoles citados, y varios argentinos que hoy están vigentes en el público lector y otros no lo están por ese olvido que es propio de nuestra a veces flaca memoria.
Es indudable que la lectura de buenos narradores tiene influencia indirecta en quien es escritor. Se aprende con la lectura de sus libros. Se goza con ellos y, a la vez, se aprende a ver cómo cada autor encara la construcción narrativa cómo escribe lo que quiere contar.
Gálvez decía que “el novelista vuelve a dar vida, pero una vida distinta, a lo que más o menos, ha sucedido. Es un creador de vida y de vidas”. Es claro que para que ello suceda y sea verdadero creador, el narrador debe dejar en sus creaciones su impronta, su ritmo, su micro y cosmovisión escritas con un estilo y una estructura propios y adecuados a cada momento de la ficción.
En ese sentido, personalmente comencé escribiendo desde el narrador omnisciente y en forma lineal. Luego y paulatinamente, pasé a cambiar y mezclar el narrador en tercera persona con el que lo hace en primera persona. Y, a la vez, a incorporar diversos planos temporales y narrativos en mis ficciones. Sin abandonar, cuando el tema lo requería, la forma lineal con monólogo interior, entrecruzamiento de realidad y elementos suprarreales. Todo ello teniendo siempre presente la premisa que no vale sólo lo que se dice, sino cómo se dice.
Blog del autor: www.hablaelconde.blogspot.com