jueves, 27 de enero de 2011

DE CASAS Y MISTERIOS

La Sociedad Filantrópica "Terror do Corso" tiene programada la reedición de un nuevo libro para este año. Se trata de DE CASAS Y MISTERIOS, cuentos de CARLOS SFORZA, que fuera editado en 1978 por Ediciones Castañeda de Buenos Aires.
Para esta reedición, la mencionada Sociedad prevé que la tapa y los cuentos lleven ilustraciones del plástico Gabriel Calabrese.
Este libro (agotado) mereció el Primer Premio de la Dirección de Cultura de Entre Ríos, en el Concurso Mejor Obra Édita, género cuento, otorgado por un jurado integrado por Julieta Gómez Paz, Juan Carlos Ghiano y Delfín L. Garasa.
Varios de los cuentos que integran el volumen son materia que se lee y estudia en las escuelas de Victoria y otros puntos del país. De allí que esta reedición haya sido recibida con alegría por muchos docentes y lectores de las ficciones de Carlos Sforza.
Originalmente se espera que la obra se presente para el 13 de mayo próximo en el Hotel SOL VICTORIA de la ciudad homónima de Entre Ríos, como cierre del bicentenario de Victoria, que se inició el 13 de mayo ppdo.
Es éste, sin dudas, un nuevo y valioso aporte de la Sociedad Filantrópica "Terror do Corso" en su tarea de difundir la cultura a través de actos y libros como el que aparecerá este año.

miércoles, 26 de enero de 2011

LA NOVELA POLICIAL
Escribe Carlos Sforza*
Siempre he sido un consecuente lector de la novela y el cuento policiales. Desde mi adolescencia, como lo he registrado en otras ocasiones, fui un verdadero “consumidor” de novelas policiales. Es claro que no existían entre nosotros los medios audiovisuales (salvo el cinematógrafo) y, junto a los relatos policiales, las tiras de historias ilustradas en los diarios de entonces y las revistas también ilustradas, nutrían las apetencias juveniles.
Mi iniciación en las novelas policiales fue a través de las historias de Sir Arthur Conan Doyle con el detective privado Sherlock Holmes y su fiel ayudante el Dr. Watson, eran leídas con inusitado interés y placer.
El TIPO DE NOVELA PREFERIDO
Para mi gusto, quizá porque me inicié con la novela inglesa (traducida, claro), el tipo de novela policial que me ha apasionado es el de la deducción, el análisis, seguidos por la acción. Ello significa que prefiero el personaje central del tipo de Auguste Dupin, la inolvidable creación de Edgar Allan Poe, a la novela denominada “negra” donde los investigadores, privados o de la policía y los criminales hacen gala excesiva de la fuerza, el maltrato, las trompadas y el uso indiscriminado de ametralladoras.
Recordemos que Poe puso a Dupin como el gran razonador en sus relatos policiales “Los crímenes de la calle Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt” y “La carta robada”.
Conan Doyle toma a un Sherlock Holmes misántropo, con cierta adicción a la morfina, con descansos en la música de su violín, con sus caracterizaciones para encontrar a los asesinos (como en “El sabueso de los Baskerville”), y ese personaje que utiliza la observación y la deducción para resolver los casos que se le presentan, deambula por los relatos del autor inglés y es un verdadero gozo leer sus aventuras.
Más cercano a nosotros, Gilbert Keith Chesterton, otro autor inglés, nos pone en escena al Padre Brown, un sacerdote insignificante en su aspecto pero con una mente brillante. Y los cuentos de Chesterton son un deleite para quien ama el relato policial. Jorge Luis Borges escribió en la revista SUR en julio de 1936 que “Chesterton, en las diversas narraciones que integran la Saga del Padre Brown y las de Gabriel Gale el poeta y las del Hombre Que Sabía Demasiado (…) presenta un misterio, propone una aclaración sobrenatural y la reemplaza luego, sin perdida, con otra de este mundo. Sus diálogos, su modo narrativo, su definición de los personajes y los lugares, son excelentes”. Efectivamente, los relatos policiales de G. K. Chesterton son un compendio de perfección en cuanto a las características de los personajes, a la ambientación de las secuencia narrativas y a la descripción de los ambientes.
A estos autores podríamos agregarle los nombres de Agatha Christie y su detective Hércules Poirot y Miss Marple, en novelas como “Asesinato en el Orient Express”
y “Muerte en el Nilo” y de Georges Simenon creador del inolvidable inspector Maigret protagonista de obras como “El crimen del inspector Maigret”, “El testamento de Donadieu” y “Maigret y el vendedor de vinos” entre otros.
EN LA ARGENTINA
En nuestro país hay una tradición de relatos policiales, muchas veces ignorados u olvidados por los lectores. Recordemos que el propio Jorge Luis Borges junto a su amigo Adolfo Bioy Casares son los creadores de un personaje llevado al libro y que desde su lugar, sin moverse, descubre y desenreda intricados problemas policiales. Se trata de don Isidro Parodi creado por la imaginación trabajando en conjunto de los dos escritores mencionados que firmaron los relatos como H. Bustos Domecq, tal el caso de “Seis problemas para don Isidro Parodi” o “Un modelo para la muerte” firmado con el seudónimo de B. Suárez Linch. No podemos olvidar que ambos escritores crearon en 1945 en EMECÉ la colección “El séptimo círculo” en la que seleccionaron y publicaron una serie de grandes novelas policiales de autores de diferentes nacionalidades. Comenzó esa recordada y valiosa colección con la novela de Nicholas Blake, “La bestia debe morir”. El nombre del autor es el seudónimo del poeta inglés Cecil Day Lewis y sobre este autor de novelas policiales escribió Howard Haycraft que “Es de los pocos escritores que concilian la excelencia literaria con el arte de urdir misterios perfectos. Trátase de un maestro del género policial”. Gracias a esa recordada colección creada por Borges y Bioy Casares pudimos acceder a obras, entre otros, de James M. Cain con “El cartero llama dos veces”, John Dickson Carr con “Hasta que la muerte nos separe”, Vera Caspary con “Laura”, Patrick Quentin con “Enigma para actores”.
También es imprescindible citar a Leonardo Castellani, prolífico autor de ensayos filosóficos y teológicos, de novelas y, a ello debemos sumarle las fábulas y, lo que hace a esta nota, los relatos policiales. Y en estos últimos la creación del personaje central: el padre Metri. El propio Castellani en una entrevista sostiene que ese personaje está inspirado en el padre Brown de Chesterton. Y agrega: “Ahora, del padre Metri yo inventé muchos cuentos y otros son verídicos, contados por mi tío Félix cuando yo era chico. Porque el padre Metri es una cosa histórica, existió. Se llamaba Hermete Constanzi y lo empezaron a llamar Metri como su fuera Demetrio”
Otro de los autores de relatos policiales de calidad, poco difundido entre nosotros, es Adolfo Pérez Zelaschi uno de nuestros excelentes autores policiales, creador del policía jubilado Leoni, protagonista de innumerables relatos del autor argentino. Su libro “Con arcos y ballestas” es una prueba de su calidad y de la labor de Leoni para resolver problemas criminales. Aparte de ese hermoso libro, Pérez Zelaschi, entre otras obras, publicó “El caso de la muerte que telefonea”, “Divertimento para revólver y piano”, “Mis mejores cuentos policiales”. Fue Miembro de la Academia Argentina de Letras y recibió las más altas distinciones nacionales y el premio de Plaza y Janés por su novela “Nicolasito”.
Los relatos policiales, cuando tienen calidad, son una lectura que atrapa, apasiona y
hace gozar al lector. De allí, quizá, nazca también y en gran medida, mi adicción por ellos.

lunes, 17 de enero de 2011

LAS APOSTILLAS DE UMBERTO ECO
Escribe Carlos Sforza*
Después de haber publicado su novela “El nombre de la rosa”, el escritor italiano Umberto Eco escribió en la revista Alfabeto en 1983, su “Apostillas a El nombre de la rosa”. Posteriormente este breve estudio sobre la gestación y escritura de la novela, fue publicado en forma de libro. He releído esta obra que poseo en su traducción al español por Ricardo Pochtar, de Ediciones de la Flor, del año 1987.
Es sumamente interesante leerlo puesto que en esta breve obra de 84 páginas, Eco relata como fue gestada y sobre todo, lo que él, que es un semiólogo notable, piensa desde su perspectiva de novelista sobre la novela en general y “El nombre de la rosa” en particular. Y, obviamente, para quienes transitamos por la creación de obras de ficción, los aportes de un colega de la talla de Umberto Eco nos resultan de mucho interés.
LA INSPIRACIÓN
Siempre he sostenido que no creo en la inspiración sino en la imaginación para crear ficciones. Ese rapto de inspiración del que algunos suelen hablarnos, para mí y por mi experiencia, no existe. Eco opina lo mismo. Expresa textualmente: “Miente el autor cuando dice que ha trabajado llevado por el rapto de la inspiración.(…) Cuando el escritor (o el artista en general) dice que ha trabajado sin pensar en las reglas del proceso, sólo quiere decir que al trabajar no era consciente de su conocimiento de dichas reglas. Aunque sería incapaz de escribir la gramática de su lengua materna, el niño la habla a la perfección. Pero el conocimiento de las reglas no es privativo del gramático: el niño las conoce muy bien, aunque no sepa que las conoce. El gramático sólo es aquel que sabe por qué y cómo el niño conoce la lengua”.
Precisamente el creador de ficciones no procede por un impulso irresistible que lo lleva a escribir, poseído por el famoso rapto de la inspiración. No. El creador de ficciones pone en juego su imaginación y escribe, quizá páginas y páginas sin detenerse, movido precisamente por la necesidad de expresar lo que quiere contar, lo que desea narrar para que alguien, el lector potencial, pueda luego sumergirse en sus historias para gozarlas o rechazarlas si no están bien contadas. Eco diferencia el hecho de que el escritor pueda luego contar como ha hecho su obra y otra es el probar que se ha escrito bien. Y cita a Poe cuando el autor de “El gato negro” decía que “una cosa es el efecto de la obra, y otra el conocimiento del proceso”.
De allí que la imaginación juegue un papel decisivo en la confección de una novela. Pues en cada escritor existe un creador que reescribe libros ya anteriormente escritos. Con una impronta propia, con un estilo (para decirlo de alguna manera) propio. Hay, como sostiene el autor de “El nombre de la rosa”, un eco de intertextualidad en cada nuevo libro que se crea. Afirma, en consecuencia, que “Así volví a descubrir lo que los escritores siempre han sabido (y que tantas veces nos han dicho): los libros siempre hablan de otros libros y cada historia cuenta una historia que ya se ha contado. Lo sabía Homero, lo sabía Ariosto, para no hablar de Rabelais o de Cervantes”. Y agrega más adelante: “Descubrí, pues, que una novela no tiene nada que ver, en principio con las palabras. Escribir una novela es una tarea cosmológica, como la que se cuenta en el Génesis (Ya decía Woody Allen que los modelos hay que saber elegirlos)”.
LO COSMOLÓGICO
Cada novela es un mundo. De allí el sentido y carácter cosmológico que tiene. “La cuestión es construir el mundo, las palabras vendrán casi por sí solas” dice Eco. Y para construir ese mundo se necesita mucha imaginación. Imaginación que estará al servicio del mundo que se desea crear. Al fin, el fabulador es un creador, un hacedor. Es claro que no todo es moverse discrecionalmente, sin límites, porque el resultado sería un caos. Umberto Eco afirma que “Para poder inventar libremente hay que ponerse límites. (…) En narrativa los límites proceden del mundo subyacente. Y esto no tiene nada que ver con el realismo (aunque explique también el realismo). Puede construirse un mundo totalmente irreal, donde los asnos vuelen y las princesas resuciten con un beso. Pero ese mundo puramente posible e irreal debe existir según unas estructuras previamente definidas”. Y para ello es de suma importancia e insoslayable, que la historia que se cuenta sea verosímil para el receptor, es decir, para quien se convierte en lector u oyente de la historia. Y allí entra en juego la calidad del escritor. Que debe saber contar de tal forma que lo irreal, lo fabuloso, sea verosímil y atrape la atención de quien recibe lo que se le narra.
EL DIÁLOGO
En su “Apostillas…”, el escritor piamontés hace referencia expresa al planteo que se hizo al escribir su novela: el diálogo. Dice que las conversaciones a él le planteaban muchas dificultades y las resolvió escribiendo. El diálogo que parece una cosa sencilla, no lo es tanto al momento de escribir. De allí que mucha novelas carezcan prácticamente de diálogos o sean avaras en el uso de ellos.
Hugo Wast decía que “Nada es más viviente que el diálogo y nada más difícil de transportar a las páginas inmóviles de un libro”. Y también sostenía que “El diálogo pone ante nuestros ojos varios tipos a la vez, y los pintas mejor que una larga descripción, porque nos muestra sus almas, si está conducido por las manos de un artista”.
Eco afirma que los artificios de que se vale el narrador para ceder la palabra a los distintos personajes, “es un tema poco tratado en las teorías de la narrativa”. Y es verdad que el tema es de tener muy en cuenta a la hora de ponerse a crear una novela. Porque los diálogos bien ubicados en la estructura novelesca, dan un sabor muy especial a la narración.
DIVERSIÓN, INTRIGA, AMENIDAD
Al escribir “El nombre de la rosa” Eco dice que quería que el lector se divirtiese. Aclara que divertir no significa “desviar de los problemas”. Y a la postre, la novela que divierte, hace que el lector aprenda. Afirma que “Unas poéticas de la narratividad sostienen que el lector aprende algo sobre el mundo; otras que aprende algo sobre el lenguaje. Pero siempre aprende”.
Para ello retoma las controversias planteadas desde 1965 a la fecha de su “Apostillas…” y lo que la llamada posmodernidad aportó en su momento. Se volvió a la intriga en la novela y a ello se le sumó la amenidad. Y con no poca ironía sostiene que el significado de la posmodernidad retrocedió en el tiempo, aplicándoselo a escritores anteriores y “como sigue deslizándose, la categoría de lo posmoderno no tardará a llegar hasta Homero”.
Ante lo que llama el chantaje del pasado y la destrucción de ese pasado pretendida por cierta vanguardia, Eco dice que “La respuesta posmoderna a lo moderno consiste en reconocer que, puesto que el pasado no puede destruirse –su destrucción conduce al silencio-, lo que hay que hacer es volver a visitarlo; con ironía, sin ingenuidad”. Y para ilustrarlo nos dice: “Véase lo que sucede con Joyce. El Retrato es la historia de un intento moderno. Dublinenses, pese a ser anterior, es más moderno que el Retrato. Ulises está en el límite. Finnegans Wake ya es posmoderno, o al menos inaugura el discurso posmoderno; para ser comprendido, exige, no la negación de lo ya dicho, sino su relectura irónica”.
En esta relectura de “Apostillas a El nombre de la rosa”. Umberto Eco me ha deparado un momento de placer y, a la vez, me ha hecho reflexionar sobre lo que muchas veces he vivido, y es el hecho de saber, conocer, sentir lo que es ser un escritor de novelas.

martes, 11 de enero de 2011

ROBERTO ARLT EN ESCORZO
Escribe Carlos Sforza*
Quiero presentar la figura de Roberto Arlt bajo algunos aspectos que, quizá, han sido poco tratados cuando se habla de su obra como escritor.
En primer lugar debemos situarnos en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado. Él había nacido en Flores (Bs.As.) en abril de 1900 y murió en Buenos Aires en 1942.
Era un descendiente de inmigrantes que, como muchos, se afincó en la Capital Federal y desde allí, buscó por distintos caminos una posición en la que comenzaba a convertirse en gran urbe sudamericana.
EL ESCRITOR
Sabemos que Roberto Arlt luchó para ascender en un ambiente literario donde se producía el roce y la controversia entre los grupos de Florida y de Boedo. Arlt no pertenecía a ninguno de ellos de manera directa. Era lo que hoy llamaría un francotirador. Estaba por encima de las rencillas literarias protagonizadas por ambos grupos que, vale recordarlo, tenían en sus filas a destacados escritores que comenzaban a perfilarse por peso propio. Atrás quedaban los que hasta entonces habían monopolizado las letras argentinas desde Buenos Aires. Era la irrupción de nuevas voces (a veces convertidas en parricidas) que intentaban imponer su escritura en un ambiente que, sien dudas, no era de fácil acceso.
No es tarea sencilla entender a Arlt si no se hace un estudio del ambiente del cual procedía y en el que trataba de insertarse. Se ha estudiado, es cierto, cuáles eran los saberes que estaban al alcance de la gente común, del pueblo, que no tenía acceso a la universidad ni a estudios superiores. Y las herramientas de aquellos muchachos que quizá cursaron sólo la escuela primaria, que era gratuita y obligatoria, fueron los saberes populares. Que se limitaban a la química, la metalurgia y la física, que se obtenían en publicaciones rústicas que se vendían a bajo precio en quiscos de revistas.
Precisamente esos saberes eran los que utilizó Arlt en varios de sus relatos, porque era lo que estaba a la mano y lo que el pueblo, que él retrató en sus novelas y cuentos, manejaba.
Cuando leemos la primera novela de Roberto Arlt, patrocinada en cierta medida por Ricardo Güiraldes, “El juguete rabioso”, nos encontramos con Silvio Astier que se presenta como inventor, lector de manuales de divulgación y toda una laya de libros y folletines que lo inducen por ese camino para lograr ascender y ubicarse en un mundo difícil como era la Buenos Aires de aquellas décadas. Y aparece claro ese aspecto de inventor cuando concurre a la Escuela Militar Palomar de Caseros donde inscribían a aprendices de mecánicos y al enterarse por el oficial que lo atiende que está llenas todas las vacantes, con desparpajo, le dice al militar que él es inventor. Y lo escuchan preguntando qué había inventado y ahí desarrolla todas las teorías de lo que eran sus inventos: un señalador automático de estrellas fugaces y una máquina de escribir con caracteres de imprenta. Habla de sus conocimientos de cinemática, dinámica, motores a vapor y explosión y sobre explosivos. Era lo que el pueblo, representado por Silvio, sabía y con ese saber buscaba un lugar en la sociedad. Quería aplicar sus conocimientos folletinescos y de manuales populares, para crear inventos que pudieran reportarle un buen pasar.
En la novela “Los siete locos”, el Astrólogo recurre a Endorsain que maneja saberes que pueden servirles al grupo de revolucionarios nihilistas. La unión de estos personajes produce una complementación muy bien tratada por Arlt ya que Endorsain sostiene conocer cómo se fabrica un gas letal que el Astrólogo y su gente pueden utilizar para terminar con una sociedad que ha caído en la podredumbre.
Como dice Beatriz Sarlo, “Frente a los saberes de la elite letrada, aparecen estos saberes prácticos, que no se adquieren sólo en la universidad sino en las páginas de los diarios y en la relación con los nuevos artefactos”.
De allí que la destacada investigadora citada, sostenga que “Las máquinas de Arlt son máquinas sociales, urbanas, y máquinas de guerra: desde las invenciones más elementales de los muchachos de “El juguete rabioso” hasta la fábrica de gas letal que Endorsain diseña en “Los siete locos”.
EL PERIODISTA
Roberto Arlt aparte de escritor, autor de las dos novelas citadas y de las dos más que publicó: “Los lanzallamas” (1931) y “El amor brujo” (1932), y de dos libros de cuentos: “El jorobadito” (1933) y “El criador de gorilas” (1941) y de varias obras de teatro como “Trescientos millones”, “Saverio, el cruel” “El fabricante de fantasmas” y otras, fue un destacado periodista. Sus Aguafuertes publicadas en el diario El Mundo, han hecho historia en el periodismo argentino. Escribió las Aguafuertes porteñas y las Aguafuertes españolas entre otros trabajos periodísticos. Su labor en la redacción de El Mundo desde 1928 hasta 1942, lo señalan como uno de aquellos periodistas que se formaron como escritores en las redacciones de diarios, periódicos y revistas. Aberto Gerchunoff es uno de los más notables, como lo hizo Borges en sus comienzos porteños, y como fue, en los Estados Unidos, Truman Capote.
La tarea periodística de Arlt fue intensa y proficua. Bien afirma Beatriz Sarlo que “Se podría decir: Arlt fue escritor porque fue periodista. Aunque se quejara de escribir un número fijo de líneas por día y se rebelara ante la necesidad de encontrar un argumento diferente para esas líneas de la crónica diaria. Como sea, los iluminados, los locos, los marginales, los utopistas, los autoritarios y los revolucionarios de sus novelas, son personajes de la crónica tanto como de la literatura, nocturnos visitantes de las redacciones adonde llevaban sus extravagancias, parroquianos de los bares que rodeaban a los grandes diarios. Casi todos ellos pueden ser delincuentes o futuros delincuentes; en todo caso, siempre son marginales por exageración de alguna cualidad”
Arlt fue un redactor destacadísimos de El Mundo. Él firmaba su columna y el diario, que era impreso en tabloide y tenía gran entrada en las clases populares, lo hizo uno de los periodistas insustituibles hasta el punto que dejó la redacción al momento de su muerte.
Además, como dice Roberto Retamoso, en el caso de las Aguafuertes, hay que tener presente que se las considera de carácter periodístico por una convención genérica de lo que es tal y lo que es literatura. De allí que este crítico sostenga que “los textos periodísticos de Roberto Arlt han desafiado y desafían este tipo de distinciones, ya que por su peculiar lenguaje, por sus formas descriptivas y narrativas, por su temática o por sus recursos y dispositivos retóricos, nunca dejan de evocar la presencia de los discursos literarios”.
COLOFÓN
He querido evocar a Roberto Arlt como una forma de reivindicar a uno de los grandes escritores y cultores del periodismo de nuestro país. Arlt es dentro de las décadas del 20 y del 30 del siglo pasado, una bisagra que rompe con las estructuras, válidas por cierto, de grupos literarios enraizados en Buenos Aires y alineados ideológicamente en sectores diferentes. Por eso, como sostiene Beatriz Sarlo, “nunca ha tenido mucho sentido la discusión sobre el contenido ideológico de la ficción arltiana. El extremismo es de izquierda o de derecha; no habla tanto de contenidos sino de situaciones de crisis que provocan la acción y anuncian la inminencia del cambio. Es una forma. El extremismo arltiano es la ideología de quien desprecia a las ideologías por reformistas, ellas también modos de la ensoñación consoladora de masas”.
Otro de los tópicos de la literatura de Arlt es el dilema de los que planteaban y plantean que escribía mal. Así puede decir B. Sarlo que “Arlt es un narrador extra-ordinario y por eso el problema de su “mala escritura” es un falso problema. No se puede ser buen narrador y mal escritor al mismo tiempo”.
De allí que en este escorzo de Roberto Arlt, yo pueda decir que el escritor recordado tiene hoy la misma o mayor vigencia que hace cincuenta años cuando la muerte lo alejó de este mundo. Asimismo, me atrevo a agregar que por muchas de sus páginas desfila una literatura de fantaciencia o ciencia ficción. Una literatura de anticipación. Que agrega, claro, un condimento más a la obra de Roberto Arlt.