jueves, 27 de diciembre de 2012

“LA GUERRA DE LOS HUESOS”


En la primera semana de enero sale mi nueva novela

Se trata de la sexta novela, editada por Ediciones del Clé que dirige el escritor Ricardo Maldonado en Paraná.

La obra que aparecerá esta semana que comienza tiene como ilustración de tapa un Óleo de Ruth Sverdlov, fotografía del autor de Celso Rendos y una síntesis biográfica del autor en las solapas. El libro, de 272 páginas, está impecablemente impreso y estará a disposición de los lectores en el mes de enero.

Como un anticipo del mismo, reproduzco a continuación lo que se ha escrito de la obra en la contratapa:



“Una vez más el escritor Carlos Sforza aborda el género novela en La guerra de los huesos. Y lo hace narrando la historia de cuatro generaciones cuyas vidas se inscriben en la compleja y apasionante trama de la historia argentina. Para ello utiliza la simultaneidad de planos temporales y espaciales permitiendo un movimiento de lectura que le imprime un ritmo y estilo propios de la tradición literaria inaugurada por James Joyce.

La vida de los Martínez –protagonistas de la historia en esta novela- está atravesada por las mismas pasiones, padecimientos y sueños que caracterizan a cualquier familia argentina, con las marcas propias del contexto que corresponden a cada generación, con un riguroso cuidado de las referencias políticas e históricas.

La trama captura el interés del lector quien, como aquel último lector de Ricardo Piglia, …se pierde en los múltiples ríos del lenguaje.

En el juego permanente entre lo real y lo suprareal se advierte la inscripción de La guerra de los huesos en lo que Carlos Fuentes llamó la tradición de la Mancha.

De este modo las letras entrerrianas vuelven a contar con el aporte del escritor victoriense quien demuestra una vez más maestría en el manejo del lenguaje, destreza en el desarrollo narrativo y conocimiento de la condición humana a través de la configuración de los personajes que pueblan la historia, la que cobra relevancia literaria ya que no sólo destaca por lo que cuenta sino por cómo lo cuenta.

Por último se enfatiza el compromiso de Sforza con su entorno más próximo. Las historias que crea se asientan en nuestra propia tierra, conjugándose lugares y tiempos que el lector puede reconocer y que enraízan con algún fragmento de su propia historia, constituyéndose de este modo en un lector comprometido a la vez que atento y voraz con el relato que se despliega.”





jueves, 29 de noviembre de 2012

LA EXPERIENCIA A TRAVÉS DE LA NOVELA


Escribe Carlos Sforza*

Pienso que la novela depara al lector muchas experiencias. Precisamente como escribiera Umberto Eco, el que lee una narración vive dos veces. Su propia vida y la vida de quienes pueblan lo que ha leído. Esas experiencias que el autor de una novela o de un cuento transmite a través del texto escrito, sirven sin dudas al lector desconocido que transita por las líneas de la escritura.

Pero, a la vez (y antes), ha sido el propio escritor el que ha recibido esas nuevas, a veces impensadas, experiencias que va hilvanando en la narración.

Cuando corregí las pruebas de galera de mi novela “La guerra de los huesos” que aparecerá en enero próximo, advertí muchas cosas que tenía olvidadas y que están insertas en el libro. Son esas experiencias que uno mismo recibe y que, dormidas en el original, despiertan cuando quien las ha escrito las vuelve a experimentar a través de la nueva lectura, lápiz en mano, al hacer las correcciones de lo que en las galeras se ha plasmado ya con la diagramación que tendrá la obra.

Dice Jacques Rancière en “La palabra muda”, que “La novela es entonces la destrucción de toda economía estable de la enunciación ficcional, su sumisión a la anarquía de la escritura. Y con toda naturalidad ha tomado como héroe fundamental al lector de novelas, al que las toma por verdaderas, no porque su imaginación esté enferma sino porque la novela misma es la enfermedad de la imaginación, la abolición de todo principio de realidad de la ficción a través de las aventuras de la letra errante.” Y agrega también: “Lo que está en el centro de la locura de Don Quijote es, como se ha dicho, esta abolición. Su locura consiste justamente en rechazar la división que todos le propone (…)” (p. 114). Y enumera esas propuestas: la de Maese Pedro, el ventero, el cura… Porque “Don Quijote es el héroe de esa literalidad que ha destruido por adelantado, clandestinamente, el sistema de la imitación legítima, el sistema de la representación” (p. 115).

Precisamente es de esta forma, como nace con Cervantes la tradición de La Mancha en la novelística. Que se prolonga hasta nuestros días con los narradores iberoamericanos. Al releer las pruebas de galera, encuentro mucho asidero a las reflexiones del filósofo francés citado habida cuenta que se juegan planos reales y suprarreales, cuestiones y situaciones imaginadas pero que se “burlan” de la realidad. El principio de mimesis se trastoca para crear una nueva realidad.

El lector, en la medida en que se encuentre con esa nueva realidad y la asuma como tal, estará viviendo una nueva experiencia vital. Su existencia será otra en la medida en que se consustancie con lo que el narrador le dice a través de su verbo. Siempre claro, que la forma en que se lo diga sea verosímil por más que se aparte de la realidad. Allí está lo que el propio escritor debe lograr: hacer verosímil lo que puede no serlo. Y que quien reciba el discurso narrativo, lo tome así: como verosímil.

Cuando Italo Calvino, el gran investigador y narrador italiano, buceó en las tradiciones de las narraciones que se transmitieron oralmente en los pueblos de su país, llegó a la conclusión que los cuentos de hadas son verdaderos. Dice al respecto que son tomados de acontecimientos humanos, “(…) una explicación general de la vida, nacida en tiempos remotos y conservada en la lenta rumia de las conciencias campesinas hasta llegar a nosotros; son un catálogo de los destinos que pueden padecer un hombre o una mujer, porque sobre todo hacerse con un destino es precisamente parte de la vida: la juventud, desde el nacimiento que a menudo trae consigo un augurio o una condena, al alejamiento de la casa, a las pruebas para llegar a la edad adulta y la madurez, para confirmarse como ser humano” (“De Fábula”, p. 32 y siguientes).

Por ello es que los cuentos de hadas, como hoy las narraciones de ciencia ficción, o antes las locuras de Don Quijote, y toda la narrativa que en cuentos y noveles siguen esa tradición, son verdaderas. Porque prima una verdad escondida muchas veces por hechos que parecen no ser de la realidad pero que esconden, en su simbolismo, muchísima realidad.

Todo ello depara una verdadera experiencia al escritor. Y, por supuesto, al destinatario de su escritura: el lector.

martes, 13 de noviembre de 2012

SOBRE LA FICCIÓN


Escribe Carlos Sforza*

Normalmente cuando he publicado un libro de ficción no lo he vuelto a leer. Eso me ha pasado con las novelas en forma especial. Pero sucede que por razones especiales he vuelto a leer dos novelas publicadas: “Rostros del hombre” y “Como a través del tiempo…” Esas lecturas, después que ambos libros han andado por diversos andariveles de lectores y lecturas, me han mostrado una forma especial de mi escritura y sobre todo, del estilo y la estructura novelesca. Estructura que comenzó con mi tercera novela: “Historias en negro y gris” Precisamente sobre esta última obra, Gustavo García Saraví escribió: “Su novela me ha parecido excelente y bien a la altura de las que pasan a ser best seller en el tramposo mundo contemporáneo. Formidable la idea de aglutina las historias alrededor de aquella fecha (!!), muy bien manejados los elementos primarios (pero no elementales) que las componen y la existencia de un pueblo que verdaderamente lo es, y excelente también la técnica y el manejo (cada vez más dificultoso) de lo novelístico”.

Ese comentario del recordado escritor argentino significó un verdadero aliento para mi nueva manera de encarar la escritura de la ficción novelística.

Cuando escribí la novela que le siguió a ella, continué con la misma técnica que había empleado en “Historias en negro y gris”. La novelista Syria Poletti, en los fundamentos que escribió como Jurado para recomendar el libro para el Premio Fray Mocho de novela (1980), dijo: “Se destaca “Rostros del hombre” por la originalidad de la estructura novelística, por la forma lograda de redondear una novela, por la verosimilitud y gravitación de los personajes, por rastrear formas de vida tan típicamente entrerrianas, por rescatar léxicos y características bien regionales y el retorno a los valores tradicionales de la novela argentina”.

Todo ello ha significado un camino dentro de la novela que comenzó en 1965 con “Patio cerrado” y llegó hasta “Como a través del tiempo…” (1986) y que se va a continuar. Precisamente al dar término a la corrección de originales que ya están en la editorial para ser publicados, de mi nueva novela, “La guerra de los huesos”, he constatado que mi técnica y mi inserción en la temática latinoamericana, con la presencia de elementos reales y suprarreales, como se ha escrito varias veces, con lo mítico y lo real muchas veces en contrapunto, se mantiene intacta y, creo, superada en la novela que aparecerá próximamente.

Es indudable que el escritor, como lo he dicho en otras ocasiones, sufre influencias inconscientes de autores que lee y a los que se asimila como lector partícipe de la ficción.

Dice Jacques Rancière en “La palabra muda”, que “la finalidad de la ficción es gustar. En esto coincide Voltaire con Corneille, que a su vez coincidía con Aristóteles”. Se trata del viejo principio de los antiguos cuando definían una obra bella: lo que visto u oído, gusta.

El filósofo francés que he citado, en su libro también dice que “A la epopeya perdida sucedía la novela, género sin género, género de la mezcla de los géneros, en el que el relato, el canto o el discurso iban a manifestar de un modo distinto el principio de poeticidad. A la epopeya homérica, en la que el poeta se esfumaba detrás de la representación de un mundo poético, se oponía la novela Don Quijote, que nos presentaba el principio poético personificado en un personaje, en su encuentro con el mundo de la prosa y en su combate por poetizar cualquier realidad encontrada.” (p. 83/84).

De allí que después de Cervantes y gracias a él, nace prácticamente la novela moderna. Ese género sin género (tal vez por eso Camilo José Cela decía que novela es aquella obra que debajo del título se le puede escribir ¡novela!), que tiene en el siglo pasado un quiebre en la concepción novelística a partir del Ulises de James Joyce y que evoluciona constantemente. Dejó de ser la obra lineal para convertirse en una obra que se muestra en diversos planos, con simultaneidad de acciones en el tiempo y el espacio, con interacción de elementos míticos, pero siempre, claro, conservando la verosimiltud que hace que la obra se convierta, pese a que es ficción, en una verdad que el lector recibe y de la que participa y hasta continúa cuando su imaginación se lo pide. Es lo que hoy buscamos quienes escribimos novelas. No para un lector ideal ni predeterminado, sino para el lector desconocido que un día abre el libro y se sumerge en él porque simple, sencillamente, le gustó.

jueves, 25 de octubre de 2012

NOVELA PÓSTUMA DE CARLOS FUENTES


Escribe Carlos Sforza+

Carlos Fuentes, el escritor mexicano fallecido en mayo, poco antes de morir pudo terminar su última novela: “Federico en su balcón”, que en estos días aparecerá editada por Alfaguara.

La revista ADNCultura, del diario La Nación de Buenos Aires, en su edición del 12 de octubre ofreció un anticipo de la obra póstuma del mexicano.

Según se anticipa, en la novela hay una conversación desde un balcón a otro contiguo, entre el filósofo alemán Federico Nietzche y un personaje que, evidentemente es el propio Carlos Fuentes. Esa charla entre una madrugada a otra, es una conversación sabrosa entre el pensador que declaró la muerte de Dios y que, conforme al eterno retorno, Dios lo hace regresar a la tierra y así poder entablar el diálogo con el autor mientras a su lado se desarrollan historias “ejemplares”.

Los dos fragmentos de la nueva novela de Carlos Fuentes publicados como anticipos de la obra, muestran, a las claras, la potencia del gran narrador que es el mexicano.

Sabemos de su calidad a través de toda su obra publicada. De sus aportes teóricos a la novelística, de sus adaptaciones al cine y sus obras de teatro.

Conocemos su trayectoria y los premios que su labor literaria ha merecido: premio Biblioteca Breve, premio Rómulo Gallegos, premio Nacional de Literatura de México, premio Cervantes, VI Premio Internacional Menéndez y Pelayo, premio Príncipe de Asturias de las Letras, Premio Internacional Alfonso Reyes, Premio Real Academia Española, Premio Galileo, Premio Internacional Don Quijote de la Mancha, para citar algunos de los más importantes galardones que mereció la labor literaria de Carlos Fuentes.

LA NUEVA NOVELA

Al leer los adelantos de la nueva novela del mexicano, uno se encuentra con una obra que tiene la potencia, la creatividad y el dominio de los diálogos y las descripciones justas, que son características de su obra narrativa.

El encuentro –balcón por medio- entre el autor de “La muerte de Artemio Cruz” y el de “Así habló Zaratustra” es presentado con una prosa que desnuda la presencia de una escritor que no sólo sabe narrar sino que a la narración la ambienta de una manera impecable.

Dice el narrador: “Lo conocí por casualidad. Era una noche más que caliente, pegajosa, enojosa, inquieta. Una de esas noches que no alivian el calor del día, sino que lo aumentan. Como si el día acumulase, hora tras hora, su propia temperatura sólo para soltarla, toda junta, al morir la tarde, entregársela, como una novia plomiza y mancillada, a la larga noche. Salí de mi cuarto sin ventilación, esperando que el balcón me acordase un mínimo de frescura. Nada. La noche externa era más oscura que la interna. A pesar de todo, me dije, estar al aire libre pasada la medianoche es, acaso psicológicamente, más amable que encontrarse encerrado sobre una cama húmeda con el espectro de mi propio sudor, una almohada arrojada al piso; muebles de invierno; tapetes ralos, paredes cubiertas de un papel risible, pues mostraba escenas de Navidad y un Santaclós muerto de risa. No había baño. Una bacinica sonriente, un aguamanil con jarrón de agua –vacío-. Toallas viejas. Un jabón con grietas arrugado por los años. Y el balcón. Salí decidido a recibir un aire, si no fresco, al menos distinto del horno inmóvil de la recámara. Salí y me distraje. Y es que en el balcón de al lado, un hombre se apoyaba en el barandal y miraba intensamente a la gran avenida, despoblada a esta hora (…)”.

Es realmente admirable la descripción que hace Fuentes en estas primeras líneas. El sopor, la noche con una serie de adjetivos que al lector, pienso y creo, lo hace sentir ese ambiente casi incandescente de la pieza sin ventilación. Y la salida a buscar un aire, si no fresco, al menos más liviano, más puro que el de la habitación. Los elementos que describe enumerándolos y que están en el cuarto, crean una sensación agobiante de la que el lector participa. Y luego el balcón. Y ese hombre silencioso apoyado en la baranda del balcón contiguo que, a la postre es Federico Nietzche.

El diálogo se entabla y de allí en más sigue la narración.

El otro fragmento es una de las historias que se entrecruzan con la conversación de Nietzche y el narrador. Se trata en este caso de la historia de Aarón Azar, un abogado que lucha consigo mismo en cuanto a lo que es la culpa en los casos tribunalicios que debe defender. Y la pintura de este abogado es una verdadera creación artística de Fuentes. Como lo es la del procesado que defiende ante el tribunal, Rayón Merci. La presentación de la defensa, los diálogos entablados, todo se conjuga en una prosa narrativa de primer nivel que anticipa el deseo de poder estar con la novela en las manos y leerla para así, como sucede con otras obras de Carlos Fuentes, poder gozar de una narrativa que es de superior calidad y, sin dudas una nueva muestra de la fuerza creadora de uno de los grandes novelistas de la segunda mitad del siglo veinte y de lo que va de este siglo.





lunes, 8 de octubre de 2012

IMPORTANTE APORTE A LA BIBLIOGRAFIA ARGENTINA


Escribe Carlos Sforza*

Mi nieta Sofía, residente en Paraná, me regaló este año un libro que puede definirse como un importante aporte a la bibliografía argentina.

Se trata de CONTORNO Edición facsimilar, publicación realizada por la Biblioteca Nacional (Buenoas Aires, 2007, 328 p.). Esta obra que reúne la colección completa de la revista y los cuadernos de CONTORNO, tiene una introducción valiosa de quien fue fundador y primer directo de la publicación, cuyo primer número apareció en noviembre de 1953, Ismael Viñas.

Precisamente I. Viñas cuenta la historia del nacimiento y evolución de la publicación y, como es una recordación que surge de la memoria, no soslaya aportar algunas anécdotas que ponen un buen condimento a la breve historia que desarrolla el escritor.

La revista CONTORNO fue una especie de bisagra dentro de las publicaciones dedicadas a la literatura y la cultura. Rodríguez Monegal llamó a los integrantes, que fueron sumándose a lo largo de la publicación de cada número, “los parricidas”. Ismael Viñas y su compañera Susana Fiorito pusieron sus ahorros para poder comenzar con la edición de la revista que, conforme dice el primer director en la breve historia que precede a la edición facsimilar, que la publicación no era solamente una revista crítica a la literatura sino a la cultura argentina, como lo ha afirmado Juan José Sebreli que escribió un artículo sobre Los Martinfierristas en el primer número.

Ismael Viñas sostiene que era una revista “denuncialista”. Y aclara, ya que posteriormente muchos lo han dicho, que pese a esa apreciaciones o calificaciones de estudiosos posteriores, que los que escribían la revista eran sartreanos no era tan así. Y el escritor atribuye ese calificativo al hecho que todos o casi todos los que escribían en CONTORNO eran escritores “comprometidos”. E, incluso, aclara que él era un lector asiduo de Marx y que cuando comenzó la revista no había leído nada de Sartre. Y lo dice expresamente: “(…) porque sartreanos sólo eran algunos de los colaboradores. Yo, por cierto, no lo era por simple ignorancia en aquel entonces pues no había leído nada de Sartre. Después lo leí y no me gustó demasiado; y me interesó muy poco como filósofo” (p.V). Asimismo aclara que, por ejemplo, León Rozitchner protestó cuando lo llamaron sartreano “pues él era discípulo de Merlou-Ponty.” Y asevera que los que eran sartreanos lo han proclamado como Sebreli, Correas y Massotta y agrega “aunque no advierto en lo que he leído de ellos, tal influencia”.

ALGUNOS TEMAS DE CONTORNO

Es sumamente interesante leer los números de la revista ya que se dedicaba cada publicación a temas determinados. Por ejemplo al análisis exhaustivo, desde el punto de vista de los que componían el grupo que escribía en la publicación, de Roberto Arlt. Como el tema del “voseo” en la literatura argentina. No olvidemos que hasta que la Real Academia aceptó la forma del voseo, muchos escritores eludían utilizarlo en los diálogos, hasta el punto que en una novela Eduardo Mallea no usa el diálogo para no caer en el uso del voseo al transcribir el lenguaje coloquial.

Al respecto yo tengo una anécdota real y que planteó una disyuntiva que por suerte fue solucionada satisfactoriamente. Cuando Ediciones Paulinas de Buenos Aires publicó mi primera novela, “Patio cerrado”, en 1965, el responsable de las ediciones me planteó el dilema del uso del voseo en los diálogos habida cuenta que la novela se iba a distribuir y comercializar en la Argentina, México y España. Y, obviamente, en estos dos últimos países no se usaba el voseo sino el tú. Yo, con criterio, me negué pues era desvirtuar el lenguaje coloquial de nuestra gente. Al fin, aceptaron mi decisión y conservaron el voseo. Y de esa forma mantuvo la obra el matiz de nuestro hablar cotidiano.

Hecha esta salvedad sobre un tema que en la mitad de los sesenta aún se mantenía vigente, vuelvo a la edición facsimilar de CONTORNO. Es de destacar que la revista estuvo presente en los últimos años del segundo gobierno de Perón y, por supuesto, hizo malabares para no caer en la censura que algunos imponían a ciertas publicaciones. Esa actitud está muy bien explicada por Ismael Viñas en la pequeña historia prologal de esta publicación.

Luego de la caída de Perón en 1955, continuaron con la revista y los cuadernos hasta abril de 1959, embarcadas las publicaciones en una mirada más que hacia la literatura y la cultura, hacia la política, apoyando en muchas notas el programa desarrollista de Arturo Frondizi.

Susana Cella sostiene que “En conjunto, la experiencia de CONTORNO no sólo marca una irrupción bien delineada de una crítica respecto de determinadas figuras de la literatura argentina, sino que explicita los fundamentos desde los cuales efectúa dicha actividad introduciendo entonces un cambio de perspectiva y, claramente, una tensión polémica y desmitificadora que continuaría por diversos cauces en los años siguientes, tanto en lo que respecta a los integrantes de la misma, como a otros actores del campo popular” (Historia crítica de la literatura argentina, “La irrupción de la crítica”, T. 10, p.46).

COLOFÓN

Esta edición facsimilar de CONTORNO viene a suplir la dificultad de acceso a una publicación que marcó un hito importante en la crítica literaria y cultural en el país, en la década del cincuenta del siglo pasado. Y, por supuesto, las secuelas que esa crítica dejó después de su último número publicado.



domingo, 30 de septiembre de 2012

ACERCAMIENTO AL PENSAMIENTO DEL FILÓSOFO RORTY


Escribe Carlos Sforza*

Richard Rorty es un filósofo estadounidense que en la segunda mitad del siglo veinte, cubrió gran parte del pensamiento yanqui y se proyectó al exterior con sus estudios desde la filosofía analítica.

Pero como cada pensamiento es dinámico, Rorty fue desviándose o, mejor, saliendo de la Filosofía analítica y se convirtió en un pensador eminentemente pragmático. Situación que no debe asombrarnos tratándose de un intelectual del país del norte de nuestra América, donde, como es lugar común decirlo, el pragmatismo es una de las características de los hombres que habitan aquel extenso territorio americano.

Precisamente he leído un interesante libro escrito por el filósofo Tomás Abraham sobre el pensador norteamericano. Se trata de “El amigo Americano” (o “Rorty –Una introducción) [Editorial Quadrata, Buenos Aires, 2010, 128 p.].

En el prólogo, Abraham aclara el enfoque que da a su lectura de Rorty. Para ello nos dice que el americano conoce bien el entramado académico donde funcionan los departamentos de filosofía. Y agrega que “Lo interesante del caso de Rorty es que ha formado parte de este entramado normativo y conoce bien el modo del quehacer analítico. Discute con sus ex colegas en sus mismos términos y elogia algunos de sus aportes al tiempo que insiste en la inutilidad y la saturación de su práctica teórica.” También –en la segunda parte- se refiere “a la actividad de Rorty ya fuera del círculo analítico”.

Por otra parte, Tomás Abraham destaca que el americano “libera a la filosofía de misiones que juzgada anacrónicas”. Y es así como, según la visión que nos ofrece el filósofo argentino, Rorty “considera absurda la idea de que los cambios sociales se fundamentan en filosofías. Por otra parte sostiene que los filósofos han dejado de ser maestros de la juventud. Esa función la cumplen los novelistas.”

Se destaca en este estudio de Abraham, la lectura concienzuda no sólo sobre los escritos del americano, sino sobre quienes se han ocupado del pensamiento del filósofo que desde la posición analítica, sale para sumergirse de lleno en un pragmatismo que muchos discuten.

De allí que Abraham, con criterio y no poco sentido del humor, nos diga que “Nuestro amigo americano no sólo se ha mudado de departamento académico sino que ha cambiado de tradición y, además, ha sabido circular con maestría entre la doxa y la episteme. Es decir en los debates entre profesionales sobre cuestiones específicas del oficio y el mundo de la opinión que inquietan al público lector en sentido amplio”.

EL LENGUAJE FILOSÓFICO

Rorty, por su parte, ha evolucionado en cuanto trata de buscar un lenguaje que acerque el pensamiento filosófico a la gente común. En uno de los libros del americano, éste, conforme lo muestra Abraham, “cita al obispo Berkeley quien expresó que el filósofo debía hablar con el vulgo y pensar con el docto” Y agrega que el pensamiento de Bekerley nos quiere decir en suma, que “el filósofo debe estudiar textos eruditos y transmitir su pensamiento en lenguaje ordinario como participante de las preocupaciones de su comunidad”.

La preocupación de Rorty, como la de Deleuze o la idea de Foucault “de un pensamiento del afuera para incursionar por el campo filosófico, nos hablan de un cambio de paradigma en la producción y en la transmisión de la filosofía”. Sucede, conforme lo expresa el filósofo argentino, que no es tan fácil el hacerlo. De allí que sostenga, con buen criterio, que “No se construye un lenguaje del mismo modo en que se adquiere una lata de comestible en un supermercado. Escribir es un asunto inevitablemente personal, y hasta dar un curso lleva la impronta de quien lo da”. De allí que expresarse en un lenguaje ordinario “no exime de la dificultad de la construcción de un vocabulario y de una sintaxis subjetiva en tanto sistema de relaciones entre las palabras y modo de construcción de la idea”. Y agrego: sobre todo que se corre el riesgo, y lo leemos y escuchamos a menudo, de nivelar hacia abajo y hasta “ordinarizar” la palabra que, como se ha sostenido desde añares, es “sagrada”.

A propósito de la lectura de este libro, enseguida recordé “Interpretación y sobreinterpretación” de Umberto Eco, que es el resultado de Las Conferencias Tanner de Clare Hall, Cambridge, donde estuvo como invitado especial el autor de “El nombre de la rosa” y destacado semiólogo en 1990 y para el debate con la presencia de Richard Rorty, Jonathan Culler y Christine Brooke-Rose. Precisamente el tema abordado por el “amigo americano” fue “El progreso del pragmatismo”, partiendo de la novela “El péndulo de Foucault” de Eco. Las palabras de Rorty y las respuestas del semiólogo italiano son sabrosas desde todo punto de vista.

Todo ello me ha deparado la lectura del libro de Tomás Abraham y el relacionarlo con la Conferencia Tanner.

COLOFÓN

Como cierre de esta nota, no puedo dejar de citar lo que Abraham escribe sobre la visión y el optimismo del “amigo americano”: “Mantiene, sin embargo, su fe en una utopía igualitaria en la que iglesias y sindicatos aboguen por una fraternidad hoy degradada. Igualdad y pluralismo son sus ideales. Para ello, sostiene, no hacen falta legitimaciones filosóficas sino discusiones políticas en un lenguaje llano”. Surge de la lectura del libro –que ilustra sobre la doxa y la episteme rortyanas-que estamos ante un pensamiento pragmático esencialmente de estilo americano del norte.



sábado, 29 de septiembre de 2012

LA LITERATURA COMO FORMA DE VIDA


Escribe Carlos Sforza*

Existe en la historia literaria una serie numerosísima de escritores que han asimilado a la literatura como una forma de vida. Esto quiere decir, sencillamente, que buscan en su creación literaria una manera de vivir.

El valorado y a la vez controvertido crítico Harold Bloom sostiene que “(…) cualquier distinción entre vida y literatura es engañosa. Para mí la literatura no es sólo la mejor parte de la vida; es en sí misma la forma de la vida, y esta no tiene ninguna otra forma”.

Ahora bien, la literatura como forma de vida es una decisión que el escritor toma de una vez y para siempre. No es que todo su trajinar vital pase por la literatura. No. Lo que sucede es que al lanzarse al mar de la literatura, el escritor sabe de antemano que se está jugando su propia existencia. Lo que equivale a decir que de ahora en más, no tendrá otra opción que aceptar la literatura como forma de vida.

Por supuesto que no todo en él es literatura ni mucho menos. Lo cierto es que ha optado por algo de lo que no podrá desprenderse más. Vivirá entre sus semejantes, cumplirá con sus obligaciones familiares, sociales, institucionales, como cualquier hijo de vecino. Pero en su intimidad e interioridad, se ha jugado por asimilar a la literatura como forma de vida. Y es allí donde la escritura sirve no sólo para expresarse, para imaginar mundos y otras vidas, sino como una coraza que lo ayudará a afrontar momentos difíciles, que siempre los hay, y para sortear obstáculos que aparecen cuando uno menos los espera.

Como afirma el crítico estadounidense, “(…) Las sombrías influencias del pasado de nuestra nación siguen congregándose entre nosotros. Si somos una democracia, ¿qué vamos a hacer con los evidentes elementos de plutocracia, oligarquía y creciente teocracia que gobiernan nuestro Estado? ¿Cómo abordamos las catástrofes creadas por nosotros mismos, que devastan nuestro entorno natural? Tan tremendo es nuestro malestar que ningún escritor puede abarcarlo en solitario. No tenemos ningún Emerson ni ningún Whitman. Una contracultura institucionalizada condena la individualidad como algo arcaico y menosprecia los valores intelectuales, incluso en las universidades”. Harold Bloom está hablando de la actualidad de su país. Pero, pienso, podemos trasladar sus apreciaciones a nuestros propios países y de allí en más, reflexionar sobre lo que sostiene el crítico y en qué medida se aplican sus opiniones a nuestras realidades actuales.

Esa forma de vida en la literatura hace que el escritor sea el testigo ideal de su tiempo y de otros tiempos (pasados o futuros). Y ese testimonio que se plasma en una obra literaria es el que muestra la validez de la escritura cuando quien la realiza es un verdadero creador.

En su “Anatomía de las influencia”, Harold Bloom habla de la influencia literaria de los escritores anteriores o contemporáneos, sobre la labor de un determinado autor. Y esa influencia, directa o indirectamente se hace presente no como una copia de aquélla ni una imitación, sino como un hálito vital que se incorpora inconscientemente y de alguna manera aflora al crear una obra literaria. De allí que el crítico estadounidense sostenga que “La estructura de la influencia literaria es laberíntica, no lineal”.

Asimismo conviene recordar que uno escribe por necesidad de hacerlo. Es la propia vida la que lo lleva a escribir. No piensa en el lector ideal ni potencial, sino en expresarse conforme a lo que su imaginación le dicta. Por eso Harold Bloom sostiene que “(…) Gertrude Stein observó que uno escribe para sí mismo y para los desconocidos, que para mí significa que hablo para mí (que es lo que la gran poesía nos enseña a hacer) y para aquellos lectores disidentes de todo el mundo que, en su soledad, buscan de manera instintiva una literatura de calidad, desdeñando a los lemmings que devoran a J. K. Rowling y a Stefhen King mientras corren hacia el acantilado rumbo al suicidio intelectual en el océano gris de Internet”.

Quienes hemos leído al crítico estadounidense, sabemos de su afán canonizador y de su ironía para lo que él considera mala literatura. Pero no podemos obviar sus apreciaciones que, podrán ser compartida en su totalidad o en partes, e incluso rechazadas, pero que hablan de una posición crítica seria, responsable y sostenida con argumentos que hay que destruir para demostrar que son erróneos.

Cuando el crítico habla de Leopardi y de su idea negativa de lo sublime, escribe: “Las obras de genio tienen esto en común: que aunque cuando claramente muestran y nos hacen sentir la inevitable infelicidad de la vida, y cuando expresan la más terrible desesperación, sin embargo para una gran alma –aunque se encuentre en un estado de extrema aflicción , desilusión, nada, noia y desesperación de la vida, o en la desdicha más amarga y funesta- estas obras siempre consuelan y reavivan el entusiasmo; y aunque tratan y representan solo la muerte, le devuelven, al menos temporalmente, esa vida que había perdido”.

Es indudable que ese efecto saludable de la literatura no sólo lo es para quien se acerca a una obra sino, y esencialmente diría yo, para quien escribe la obra. Para aquel que ha asumido a la literatura como forma de vida.





martes, 11 de septiembre de 2012

ROBERTO ROMANI Y SU CANTO ENTRERRIANO


Escribe Carlos Sforza*

Con Roberto Romani me une una antigua amistad. Son esas empatías que se dan cuando uno está en un mismo quehacer y cuando encuentra en el otro, la posibilidad de entablar una relación dialógica. Algo tan necesario hoy y siempre.

Recuerdo que en 1986 en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la entonces Dirección de Cultura de Entre Ríos entre los actos del día dedicados a nuestra provincia, se presentó un panel. El mismo, por sugerencia de quien esto escribe, lo coordinó Roberto Romani y en la mesa estábamos Héctor Izaguirre (Concepción del Uruguay), Rosa Sobrón y yo (Victoria). Era entonces un joven poeta y Licenciado en Comunicación Social, que residía en Gualeguay. Yo había leído algunos de sus primeros cuatro libros publicados a esa fecha y veía la calidad incipiente que ya mostraba su estro poético.

A esos primeros libros se sumaron otros y se agregó su labor en discos y compactos, sus actuaciones en diversos escenarios y su canto y su guitarra. Es en este último aspecto, un verdadero juglar de la entrerrianía.

“SUAVES CUCHILLAS”

Su nuevo libro, con olor a tinta fresca, característica que siempre me ha apasionado cuando hojeo un libro recientemente impreso, es “Suaves Cuchillas” –Romancero Entrerriano- (Ediciones del Clé, contratapa de Ricardo Maldonado, Breve prólogo de María Cristina Saluzzi, Paraná, julio de 2012, 180 p.).

Como bien se aclara estamos ante un romancero ampliamente desplegado que es, pienso, una especie de autobigrafía espiritual de Roberto Alonso Romani.

Como buen cultivador del romance, Romani emplea la forma canónica del mismo. Es decir en octosílabos y con rima asonante en los versos pares. Esta forma del romance que, históricamente se remonta en sus comienzos a los siglos XIV y XV, se ha cultivado hasta el presente con diversas entonaciones.

Romani no entra, claro, en alambicados versos para nutrir su romancero. Por el contrario, diría que se planta en una posición que para él es bien definida: la claridad, la transparencia, la sencillez. Pero todo ello hay que manejarlo con la calidad de un creador, de un verdadero hacedor de versos.

Por el romanecero entrerriano que hoy nos ofrece Romani, desfilan situaciones personales, ambientes de diversa índole, personas que han tenido que ver directa o indirectamente con el creador. Y, por supuesto, la tierra entrerriana. Sus pájaros, sus campos, sus flores, sus cielos límpidos o llorando la lluvia. Y a través de ellos las “suaves cuchillas” y el río, sobre todo el Gualeguay, en cuyas aguas se nutre mucho el canto de los poetas y en forma especial, en este romancero, la creación que hace Romani.

Hay romances que se graban en quien los gusta a través de la lectura. Por ejemplo, “Rezaban las casuarinas”. Desde las oraciones junto a la madre y el recuerdo de Araceli, pasando por el rezo de las casuarinas que enmarcan el largo y excelente romance, todo hace que estemos ante una verdadera muestra de la calidad poética que despliega en el libro Romani.

En ese romance, como síntesis de la actitud del poeta, se muestra él como es y como siente y como piensa. Un hombre que es abierto a la amistad, que cree en Dios, que ama al prójimo y que, siempre, muestra un canto esperanzado y por lo mismo alegre pese a los pesares que puede depararle la vida.

Cuando habla de las casuarinas, en sus octosílabos dice: “(…) Ellas cantaban felices/ muy cerca de las glicinas/ y reían como el patio/ en tiempo de golondrinas./ Yo pensaba por las noches/ en sus ramas bailarinas/ y en el misterio lejano/ de sus bellas melodías.// Con los años, otro duende/ se incorporó a mis vigilias,/ trayendo en sus manos buenas/ una inocente caricia,/ la misma que allá en la escuela/ me daba la bienvenida,/ cuando la campana vieja/ convocaba nuevas risas.// Araceli se llamaba/ y tenía dos trencitas/ prolongando el rubio mundo/ de su piel hermosa y gringa./ El celeste de sus ojos era un cielo de alegría,/ y cantaba dulcemente/ como el zorzal de las islas,/ arrullando mi destino/ igual que las casuarinas. (…)”.

Para poder penetrar en la esencia del terruño, hay que vivirlo en plenitud. Y una vez que el hombre lo logra, si es poeta, le canta. Que no es otra cosa que lo que hace Roberto Romani en su romancero. Pero para ello, y al elegir una forma o carnadura para sus versos, como la del romance, hay que tener un dominio del temple interior que se pueda traducir en los octosílabos cantarinos, sencillos y a la vez profundos, que crea el poeta. No otra cosa pasa con los versos de Romani en “Suaves cuchillas”.

Diría que este nuevo aporte del creador a la lírica de la provincia, es un verdadero acierto. Y leer sus romances es un bálsamo para el corazón y el alma de quien se acerca a los mismos.

Con una muy buena impresión y diagramación de Ediciones del Clé, los versos de Romani traen luz y poesía en un mundo donde se necesitan voces claras y profundas que, a la vez, lleguen al lector. Y, está dicho, “Suaves cuchillas” nos hace encontrar romances que causan gozo al leerlos.



lunes, 10 de septiembre de 2012

LIBRO DE ENTREVISTAS Y CRÍTICA*


Escribe Carlos Sforza*

He leído un libro sumamente interesante y con valiosos aportes, muchas veces con hechos y anécdotas desconocidos por el gran público.

Se trata de “Variaciones concertantes a la luz de los crepúsculos” de Tomás Barna (Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, 2011). El autor es narrador, poeta, ensayista, dramaturgo, crítico literario y un hacedor cultural de destacada y larga trayectoria. Estuvo trabajando en París desde 1964 hasta 1988 y actualmente reside en Buenos Aires. En Victoria ha estado en más de una oportunidad y muchos amantes de las letras lo han escuchado en sus disertaciones

El libro de Tomás Barna realiza un paneo por diversos campos de la cultura. Comienza con entrevistas, continúa con una nota sobre Cortázar y el tango y concluye con algunos encuentros con gente que crea arte en diversas expresiones y comentarios de libros y de cine.

Resulta pues, un libro que es una verdadera miscelánea cultural, escrito con amor y cuidada calidad literaria. En la primera parte, Barna hace sabrosas entrevistas a escritores como Abelardo Castillo, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges como asimismo a destacados creadores de tangos como Enrique Cadícamo, Horacio Ferrer, Homero Espósito, Sebastián Piana, Osvaldo Pugliese, el pintor Sigfredo Pastor entre otros.

Los aportes, las respuestas que hacen los entrevistados, son muchas veces revelaciones de lo que está en la “cocina” del creador. Ello hace que gracias a la agudeza de las preguntas de Barna, cada entrevistado haga aportes que iluminan el quehacer de los mismos más allá de sus obras escritas, interpretadas o pintadas.

Un ejemplo de ello es una respuesta de Borges sobre las míticas bohemias de Florida y Boedo que siempre salen al tapete cuando se habla de los escritores de los años veinte en adelante del siglo pasado. La creencia que todo se gestó en una actitud ideológica y hasta se dice, clasista y que Borges desvirtúa y yo no sé si es como él lo dice o es solo una de sus humoradas. Y transcribo la pregunta del autor del libro y la respuesta del creador de “Ficciones”:

“Tomás Barna: ¿Qué importancia le da en las letras argentinas a esos dos grupos literarios que fueron el de Florida y el de Boedo?

Jorge Luis Borges: Sí, yo recuerdo muy bien. Eso fue una broma. Fue tramado por Roberto Mariani y por Ernesto Palacio, que dijeron: En París hay cenáculos, hay polémicas; eso hace que la vida literaria se haga más interesante. Aquí necesitamos eso. Entonces me avisaron a mí y dije: Bueno, yo no conozco la calle Boedo. Pero yo preferiría estar en el Grupo de Boedo porque la calle Florida no tiene nada de particular. Ellos –que ya habían creado ambos Grupos querían contar conmigo. Y don Ernesto me dijo: Ya te hemos puesto en Florida, y como es una broma… no importa. Y luego, eso ha sido tomado en serio por las universidades. Pero nosotros no lo tomamos en serio. Recuerdo que Nicolás Olivari era de Boedo y Florida. Ricardo Güiraldes era de Florida porque le habían dicho que tenía que ser de Florida. Roberto Arlt era de Boedo y era secretario de Güiraldes que -como dije- pertenecía a Florida. Y ya ve: a mí me pusieron en el Grupo de Florida sin que lo quisiera. Si yo estaba escribiendo poemas sobre las orillas de Buenos Aires. Jamás se me hubiera ocurrido escribir sobre el centro. Quizá por eso me interesan las orillas, porque las veo como un poco extrañas.” (p. 43).

Como se puede apreciar, las palabras de Borges echan por tierra lo que la mayoría entendía que era algo ideológico o de separación clasista. De todas formas el lector podrá interrogarse sobre la veracidad o no de la afirmación borgeana. Pero, como dice un refrán popular, “si no es macana, es macanudo”.

Con muy buen criterio, el autor cuando entrevista o habla de compositores y músicos, tiene el acierto de incluir al final de cada nota una antología de las obras de quien habla con sus títulos y los músicos que trabajaron en la creación.

Horacio Ferrer dice en una de sus respuesta que “Entonces pienso que toda la temática tanguística surge de esa singular alma de la ciudad de Buenos Aires, y –por extensión- Montevideo, Rosario y aún Córdoba” (p.104). Por su parte, Sebastián Piana afirma: “Y aquí quiero dejar bien sentado que para componer un tango o una milonga auténticos no hay que alejarse del espíritu del pueblo. La sencillez y el sentimiento son los factores principales; el tango y la milonga se han hecho para escucharlos, sí, pero para poder bailarlos y silbaros. ¡Hay que escribir para el hombre común, para el oído común, la calle!” Y agrega: “No caer en virtuosismos y tecnicismos exagerados. El tango posee un hechizo que le ha permitido resistir a todos esos embates destructores de músicos que sólo han pensado en ellos y no en el verdadero espíritu del tango” (p.114).

Las críticas de libros y películas son de diversos años. Algunas arrancan de la década del cincuenta del siglo pasado. Se nota el espíritu crítico que ya entonces caracterizaba al autor y que en sus años posteriores fue afirmando y demostrando su calidad.

Un libro que merece leerse para acercarse a creadores de distintos géneros del arte y, a la vez, descubrir cosas que ignoramos sobre su quehacer creativo y sobre su pensamiento puesto de manifiesto en las respuestas y opiniones que expresan.

viernes, 24 de agosto de 2012

ALGUNOS APUNTES MÁS SOBRE EL LIBRO DE ECO


Escribe Carlos Sforza*

He creído conveniente explayarme sobre algunos aspectos no explicitados sobre el libro de Umberto Eco, “Arte y belleza en la estética medieval”. Y lo hago para completar en algo lo que da tela para cortar mucho más.

Y tanto es así, que el novelista y semiólogo italiano, nos habla de la visión que hoy tenemos sobre el arte y la necesidad de seguir una línea histórica para, así, fijar los hitos que esa trayectoria ha marcado en cada etapa y lo que ha dejado como legado a la siguiente.

Escribe Eco que “Hoy en día no nos damos cuenta de que la cualidad de una obra de arte no hay que buscarla por la idea concebida por acto de gracia e independiente de la experiencia de la naturaleza: en el arte convergen todas nuestras experiencias vividas, elaboradas y resumidas según los normales procesos imaginativos, salvo que lo que hace única la obra es el modo en el que esta elaboración se vuelve concreta y se ofrece a la percepción, a través de un proceso de interacción entre experiencia vivida, voluntad de arte y legalidad autónoma del material sobre el que se trabaja”. Y, por supuesto, esta discusión ha sido fecunda y ha ido in crescendo a través de los años. Por ello, el autor sostiene “(…) que resulta necesario seguir su desarrollo histórico. La Edad Media entrega al Renacimiento y al manierismo esta temática, aunque en su expresión más importante, es decir, la teoría aristotélica del arte, no consigue explicar el fenómeno de la ideación de forma satisfactoria; o mejor dicho, lo hace de tal modo que no puede ofrecer indicaciones a la discusión posterior” (p.183/184).

Hay que tener en cuenta, al hablar del arte y la belleza en el medioevo, que existían dos teorías: la de la forma que es la que toma Alberto Magno cuando habla del esplendor de la forma conforme lo hiciera Aristóteles, y la de Santo Tomás que habla de la integridad y la proporción, y no piensa tanto en la forma sustancial sino en la sustancia toda, en el organismo en cuanto síntesis de materia y forma. Siglos antes, San Agustín funda la teoría del signo. Dice Eco que Agustín “(…) es el primer autor que, sobre la base de una cultura estoica bien asimilada, funda una teoría del signo (muy afín en muchos aspectos a la de Saussure, aunque con considerable anticipación)”. Y agrega: “En otros términos, san Agustín es el único que se puede mover con desenvoltura entre signos que son palabras y cosas que pueden actuar como signos. (…) El signo es todo aquello que hace que nos venga a la mente algo diferente, más allá de la impresión que la cosa produce en nuestros sentido” (p. 103).

Símbolo y alegoría

Una de las características esenciales del medioevo, conforme lo compendia U. Eco, es la visión simbólica –alegórica del universo. Sostiene que el hombre de esa época, vivía en un mundo poblado de significados, remisiones, sobreentendidos, “manifestaciones de Dios en las cosas, en una naturaleza que hablaba sin cesar un lenguaje heráldico, donde el león no era solamente un león, una nuez no era solo una nuez, un hipogrifo era tan real como un león porque al igual que éste era signo, existencialmente prescindible de una verdad superior”.

En cuanto a la interpretación alegórica apunta el autor que ya se hablaba antes de la tradición escrituraria patrística. Dice que “(…) los griegos interrogaban alegóricamente a Homero”. Y aclara que “La tradición occidental moderna está acostumbrada a distinguir entre alegorismo y simbolismo pero la distinción es bastante tardía: hasta el siglo XVIII los dos términos siguen siendo en gran parte sinónimos, como lo habían sido para la tradición medieval. La distinción empieza a plantearse en el romanticismo y en todo caso con los famosos aforismos de Goethe”. (p.93).

Por su parte, Tomás de Aquino, ha hecho, conforme dice Eco, un “singular operación retórica”. Ello es así puesto que el aquinate “(…) sancionaba, de hecho, -a la luz del nuevo naturalismo hilemórfico-, el fin del universo de los bestiarios y de las enciclopedias, la visión fabulosa del alegorismo universal.”

De esta forma, con Tomás de Aquino “nace una nueva forma de considerar la esteticidad de las cosas”. Y tomando un estudio de Gilson sostiene que se desarrolla “en toda su complejidad una filosofía de la sustancia concretamente existente”.

Jacques Maritain, en su siempre citado “Arte y Escolástica”, sostiene que para los escolásticos “El arte es ante todo de orden intelectual, su acción consiste en imprimir una idea en una materia; reside por tanto, en la inteligencia del artifex, tiene en ella su sujeto de inhesión. Es una cierta cualidad de esa inteligencia” (p. 15). Y si como sostenían los escolásticos, el arte pertenece al orden práctico, al orden del hacer, Maritain sostiene que “El arte en el fondo, sigue siendo esencialmente fabricador y creador. Es la facultad de producir, no ex nihilo, sin duda, sino de una materia preexistente, una criatura nueva, un ser original” (p.78). El filósofo francés, claro, sostiene las teorías de Santo Tomás y las actualiza al siglo XX.





Nueva doctrina de la poesía

En su libro, U. Eco trata también la aparición de una nueva doctrina de la poesía. Ello se produce por parte de “protohumanistas como Albertino Mussato. Este afirma que la poesía es una ciencia que viene del cielo, un don divino”. Dice el semiólogo que los protohumanistas buscan en el repertorio escolástico “la incierta noción del poeta teólogo

y la retoman en la lucha contra los defensores de una posición intelectualista y aristotélica (como el tomista fray Giovannnino de Mantua) y bajo nociones tradicionales pasan de contrabando un concepto nuevo de poesía” (p. 180).

Por otra parte y para concluir esta nota, quiero recordar lo que Umberto Eco sostiene cuando habla de la estructura del pensamiento medieval: “De todos los conceptos matemáticos griegos, la Edad Media acepta como principio metafísico fundamental, a través de la relectura musicológica de Pitágoras, el de proportio. Pero la proporción v acompañada siempre de la claridad y la integridad. Unas cosa e s lo que es y no puede ser otra cosa (…) Solo así puede entenderse no solo que esa cosa es, sino también que es una, que es verdadera y es bella”. (p. 205).

Sin dudas, leer el libro de Eco es adentrarse en la médula del medioevo y encontrar bajo una teoría teocéntrica, variadas posiciones en torno al arte, la belleza y la labor de quienes hicieron y crearon arte en ese largo período de la historia de la humanidad.



lunes, 20 de agosto de 2012

EDAD MEDIA: BELLEZA Y ARTE


Escribe Carlos Sforza*

Hablar de lo bello y del arte es uno de los temas que durante todos los periodos históricos se ha hecho. Es claro que no es sencillo ubicarse en cada uno de esos períodos puesto que, a la distancia, con preconceptos quizá, tenemos una visión propia de lo bello y el arte que incide en nuestra mirada sobre otros períodos.

Stanislas Fumet en la década del cincuenta del siglo pasado, decía que “(…) a partir del momento en que el arte ambiciona transferirnos desde un plano natural a un plano equívoco, sacarnos de nuestra condición efectiva para aclimatarnos en una suerte de Edén sensible, ¿se le puede considerar legítimo. Si es afirmativa la respuesta, ¿en qué consiste entonces ese privilegio excepcional de que goza el arte no bien elige como fin a la belleza en sí; cuál es el nombre de ese talismán que le permite dilatarse con total independencia, con plena autonomía, en el seno de una soledad completa, lejos del humano ruido, entre un crimen y una oración, libre de escrúpulos y aspirando exclusivamente a su propia perfección.” Y agregaba que “He aquí que se introduce un concepto nuevo: lo bello. Su signo esencial es la paz inhumana en la que reina y también cierta indiferencia para todo lo que no es él. (…) El arte invadido por el concepto de lo bello, tiende exclusivamente a glorificarlo y, para no estar por debajo de su tarea, todo lo subordina a ese concepto” (El proceso del arte, p. 17/18).

Es claro que ese concepto es del siglo XX, es decir de la modernidad. Y no es el mismo, aunque tiene ciertas connotaciones, con el concepto de belleza y arte que regía en la edad media.

No debemos desestimar lo que en períodos posteriores al medioevo, se pensaba sobre ese tiempo histórico que se sitúa en medio de la antigüedad y el renacimiento. Para algunos fue una época oscura, sin grandes aportes a la cultura, a tal punto que no hace tanto tiempo, un llamado filósofo argentino, sostuvo en un programa de televisión, que prácticamente no hubo filosofía en esa etapa. Lo cual, por supuesto, es una mentira a sabiendas o una supina ignorancia, puesto que el pensamiento filosófico se desarrolló con distintos matices y enfoques, entre cristianos, judíos y árabes.

EL PORQUÉ DEL TÍTULO DE ESTA NOTA

Todo se debe al libro de Umberto Eco, “ARTE Y BELLEZA EN LA ESTÉTICA MEDIEVAL” (Ediciones DEBOLSILLO, traducción de Elena Lozano Miralles, Bs.As., 2012, 272 p.). Precisamente el pensador y semiólogo italiano afronta un tema que busca dilucidar lo que la denominada leyenda negra, negó o escondió durante mucho tiempo, como una reacción a lo que fue la Edad Media.

En la Introducción, Eco dice: “Este libro es un compendio de historia de las teorías estéticas elaboradas por la cultura de la Edad Media latina desde el siglo VI hasta el siglo XV de nuestra era”. Como bien lo aclara el autor, se trata de un resumen y sistematización de investigaciones previas. Pretende, y lo dice y logra Eco, que el libro sea una “imagen de una época, no una aportación filosófica a la definición contemporánea de la estética, de sus problemas y de sus soluciones”.

Ello quiere decir que el libro busca mostrar las diversas, variadas y sabrosas vertientes del pensamiento medieval sobre un tema que no podemos verlo desde nuestra perspectiva del hoy, sino situarlo en el momento histórico en que se expresó a través de varios siglos y de numerosos pensadores de esos siglos.

Por supuesto que en la Edad Media, lo afirma Eco, existía una “concepción de la belleza puramente inteligible, de la armonía moral, del esplendor metafísico, y que nosotros podemos entender esta forma de sentir solo a condición de penetrar con mucho amor en la mentalidad y sensibilidad de la época”.

Umberto Eco trae en su nuevo libro una serie de aportes sumamente importantes para entender lo que los pensadores y artistas medievales pensaban y practicaban con respecto a lo bello, la belleza y el arte. Desde aquellos que, por ejemplo, creían y sostenía esa creencia, en que las iglesias debían estar despojadas de figuras que lo distrajeran al hombre del pensamiento y la concentración en Dios, hasta los que por el contrario, defendían la presencia de estatuas, pinturas y demás ornamentos de la arquitectura, que hicieran referencia directa o indirecta a Dios.

Así se plantea la utilidad y belleza en el pensamiento medieval. Por ello afirma el autor que “Los teóricos se esfuerzan a menudo en distinguir estas categorías y un primer ejemplo lo tenemos en una página de Isidoro de Sevilla para el cual lo pulchrum es lo que es bello de por sí y lo aptum es lo que es bello en función de algo (doctrina, por lo demás, transmitida desde la Antigüedad y pasada de Cicerón a Agustín y de Agustín a toda la Escolástica)”. Y en cuanto a lo bello en función de la utilidad (o también la belleza didascálica) hace un agregado el autor del libro comentado, que aclara mucho. Dice: “Esos mismos autores eclesiásticos que celebran la belleza del arte sagrado insisten en su finalidad didascálica; la finalidad de Suger es la que ya estableciera el Sínodo de Arras en 1025: lo que los simples no pueden captar a través de la escritura debe serles enseñado a través de la figura; el fin de la pintura, dice Honorio de Autum, como buen enciclopedista que reflexiona sobre la sensibilidad de su tiempo, es triple: sirve ante todo, para embellecer la casa de Dios, para traer a la memoria la vida de los santos y por último para la delectación de los incultos, dado que la pintura es la literatura de los laicos”. En cuanto a la literatura, es común que la misma sea considerada como que debe “ser útil y deleitar”.

El libro abunda en citas de posiciones encontradas, de la evolución del pensamiento sobre la belleza como armonía, del arte, de la numerologia pitagórica a otras muchas expresiones que hacen que la historia de la belleza y el arte medievales, sea más rica de lo que comúnmente se cree.

El concepto de lo bello como venía de la antigüedad clásica, es lo que visto o escuchado, gusta, hasta la belleza como esplendor de la forma, desfilan entre los muchos temas abordados por el autor en este valiosísimo libro.

Sostiene Eco que con la aparición de la caballería, se acentúa un valor básico medieval en el sentido estético. Así El Roman de la Rose, sostiene, “es un ejemplo de ello; el amor cortés, otro. (…) La mujer se convierte en el centro de la vida social y artística: entra en la literatura el elemento femenino que la fuerte época feudal había ignorado. Salen reforzados los valores del sentimiento, y la poesía, de operación objetiva, se transforma en declaración subjetiva.”

Es claro que buena parte del libro lo ocupa Santo Tomás de Aquino y sus conceptos sobre el arte, que está en la línea del hacer. La última parte la dedica a lo acontecido en el tema después de la Escolástica, donde habla de las estructuras del pensamiento medieval, de la estética de Nicolás de Cusa, del hermetismo platónico, de la Astrología versus providencia, de la estética como norma de vida. En suma, estamos ante una obra que no solamente hace el abordaje profundo de una temática apasionante en una época, la Edad Media, que ha provocado muchas polémicas, sino que ese abordaje lo hace sobre textos propios de la época (fuentes) y de los estudios de otros autores y del propio Eco, escritos sobre el tema.

Un libro que, para quienes deseen conocer a fondo, con una visión objetiva, el tema de la belleza y el arte en el medioevo, resulta no sólo interesante sino, diré, fundamental y necesario.





sábado, 4 de agosto de 2012

ONOMÁSTICA, LUGARES Y MEMORIA


Escribe Carlos Sforza*

Para continuar con la novela y demás expresiones ficcionales, hoy dedicaré esta nota a tres puntos capitales que hacen a aquéllos: la onomástica, los lugares y la memoria.

Es indudable que los nombres tienen en la obra de ficción, un puesto importante. Conforme se van enhebrando nombres de los personajes, surgen referencias indirectas sobre la calidad de esos personajes. Ya sea en lo moral, en lo físico y otras expresiones propias del ser humano.

Graciela Maturo en su estudio sobre la novela “SOMBRAS NADA MÁS” de Antonio Di Benedetto expresa: “Guía de todo buen lector de novelas es la onomástica de los personajes, así como la de lugares y objetos que hayan sido destacados con nombres propios”. Es así puesto que hay una relación íntima entre el nombre y la actuación o presencia de lo nombrado. La onomástica es un instrumento valioso en la creación de una obra de ficción. Es claro que muchos se preguntarán, y me lo han preguntado en diversas ocasiones, de dónde el escritor saca ciertos nombres para sus personajes.

En mi caso particular han jugado y juegan un papel importante varios factores. Uno de ellos es la memoria y el conocimiento de ciertos hombres reales que han portado un nombre y que ese nombre es aplicable por sus connotaciones a un personaje determinado. Asimismo muchas veces he recurrido a los libros añosos del archivo parroquial de Victoria, donde en los nacimientos casamientos y, especialmente en las defunciones, he hallado una cantera inagotable de nombres que en el momento de la creación surgen aplicables y, por supuesto, aplicados a un personaje determinado. También es un lugar donde se pueden encontrar nombres a veces esenciales para un personaje, la visita y lectura de las lápidas del cementerio. Aunque parezca mentira, en los viejos mármoles y bronces, se encuentran grabados nombres que son un verdadero hallazgo para el escritor y su posterior utilización aplicado a un personaje. Quizá la mayoría de las veces esos nombres que uno encuentra y atesora, no son usados en la creación ficcional, pero otros sí. Y allí está uno de los grandes proveedores para la onomástica que la imaginación utiliza en el momento de la creación literaria.

Los lugares también son otro de los elementos esenciales en la creación de novelas, cuentos y relatos. Y, por supuesto la ubicación no sólo geográfica sino también onomástica de los mismos.

Pensemos en la Santa María creada por Juan Carlos Onetti. Y en William Faulkner con la creación de ese lugar imaginario donde sitúa la mayoría de sus novelas: Yoknapatawpha. O Arturo Cerretani cuando centra la vida de los personajes en Buenos Aires, y en la zona del puerto de la capital, lugar que solía frecuentar asiduamente. Muchas veces son lugares imaginados por el autor, tomando, claro, rasgos esenciales de otros lugares y poniéndolos como base para la creación.

Hay creadores que sitúan sus ficciones en lugares reales, conocidos o a veces ignotos y remotos. Pero que con nombre real o inventado, son el hábitat que está al servicio de quienes son los personajes que transitan, residen y hasta mueren en ellos. Tal el caso de los innumerables lugares que aparecen en las novelas de Graham Greene, desde Londres, La habana, México y tantos más, hasta Corrientes, en nuestro país, en su novela “El Cónsul honorario”.

En mi caso la mayoría de mis ficciones se sitúan en Victoria y en diversos lugares emblemáticos para la trama de las mismas: el Quinto Cuartel o Barrio de las Caleras, la zona del Cerro de La Matanza en la novela “Como a través del tiempo”, barrios de la ciudad como en varios cuentos de “De casas y Misterios”, y otros libros del mismo género, o en la novela “Rostros del hombre” al que se agregan la ciudad de Paraná y el mítico barrio “Manuelita” de Rosario para confluir a través de sus personajes en Victoria. Otro de los lugares referenciales de algunos cuentos es la zona del puerto y también la gran urbe porteña cuando muere y es velado y enterrado Perón, en la novela “Historias en negro y gris”.

La memoria, a la vez, nutre permanentemente al creador. Porque los recuerdos e incluso, el regreso al pasado, hacen que las ficciones no sólo sean un relato lineal, sino un intercambio permanente en los tiempos del discurso narrativo. Dice en la nota mencionada Graciela Maturo, que hay novelas “que abordan igualmente el relato vital retrospectivo, no meramente como raconto ordenado de experiencias, sino produciendo una nueva y original ordenación que adquiere el valor de un modelo inteligible”. Y la poeta y crítica agrega: “No pensamos que se trata de una figuración casual; antes bien nos inclinamos a pensar que es el acceso del escritor a un punto omega que es zona de clarividencia y comprensión el que dispone esta estructura radial, atomizada, diversificada en nuevos relatos”

Precisamente esa inserción de la memoria en la ubicación del pasado y su cruzamiento con el presente, es una de las formas que la estructura de la novela moderna ha adquirido y ha dado sus frutos. Aparece en muchos autores latinoamericanos. Y, en mi experiencia personal, la técnica la he utilizado esencialmente en mis novelas y en muchos de mis cuentos, donde se entrecruzan los planos temporales y donde aparece la memoria en hechos del pasado (eso mismo está presente en la novela que próximamente aparecerá).

De allí que ante ciertas críticas a algunas novelas latinoamericanas que ha incursionado con esa metodología estructural, Graciela Maturo sostenga que “Tal es a nuestro juicio la clave interpretativa de cierto tipo de novelas latinoamericanas, que siguen siendo interpretadas como obras formalmente experimentales o como acopio exterior de mitos folklóricos, cuando son en verdad una acabada muestra del periplo cumplido por la conciencia creadora en su religación con el origen y el sentido”.

Con esta forma, breve por cierto, he querido mostrar la importancia que la onomástica, los lugares y la memoria tienen en la creación literaria de los escritores que nos dedicamos a crear ficciones ya sea en la forma de novelas, cuentos o relatos.

martes, 24 de julio de 2012

LA CRÍTICA Y LA NOVELA


Escribe Carlos Sforza

Quienes escribimos novelas y, a la vez, hacemos crítica literaria, nos interesamos cuando encontramos trabajos dedicados precisamente a analizar lo que es la crítica de novelas.

Por eso he leído con atención un libro de la poeta y ensayista Graciela Maturo, profesora universitaria y doctora en Letras, que publicó hace unos años. Se trata de “Fenomenología, creación y crítica” (Ediciones García Cambeiro, Buenos Aires).

Es indudable que Graciela Maturo tiene una posición clara y formada sobre la crítica literaria. Específicamente a través de los ensayos que incluye en este libro, sobre la crítica a la novela.

En el subtítulo de la obra explicita su mirada sobre lo que llama “Sujeto y mundo en la novela latinoamericana”. Para hacer el abordaje de las obras, la autora deja de lado los métodos de autores enrolados en el nominalismo y el descontruccionismo y asienta su mirada crítica en la fenomenología. Es claro que ella deja de lado el signo y busca y bucea en el símbolo.

Afirma que “El método fenomenológico se asienta en la intuición, que provee a la conciencia un contacto directo con las cosas mismas. Esta noción de presencia tan importante para la fenomenología, tengámosla en cuenta para enfrentar a la infinita semiosis que propone un tratamiento muy diferente del fenómeno estético”. Y a renglón seguido sostiene: “Es decir, que, el método de la fenomenología consistirá en la pulcra descripción de lo dado. No se trata desde luego de la descripción convencional. (…) La descripción fenomenológica no es de ninguna manera la descripción empírica. Esa diferencia reside en la diferencia que existe entre el mero hecho y la esencia del hecho, que interesa a la fenomenología”.

Al partir de esta postura, Graciela Maturo sostiene que así como otros autores se han apoyado y aplicado la fenomenología a sus estudios sobre la literatura, tal el caso de Heidegger, Sartre, Merleau Ponty y el propio crítico ruso Bajtín en su teoría de la novela, ella busca y da importancia en sus indagaciones a lo que denomina la teoría del escritor.

Es interesante el aporte que hace la autora para la comprensión de la novela latinoaméricana. Sobre todo cuando indaga en los mitos, los símbolos que la nueva novela de esta parte de América presenta. Precisamente es todo un movimiento que tiene sus raíces en el ser americano. Y que, más allá de eso, hay una permanente recurrencia a factores locales, que no es una suma de aspectos folclóricos, sino de realidades que tienen un sentido profundo, enraizados en la realidad del tiempo y del lugar. De esa forma aparecen elementos trasrracionales, símbolos que muestran la esencia de continente y de sus hombres, que hacen aflorar el mestizaje que puebla el territorio extenso y dispar latinoamericano, ya sea en sus zonas poco pobladas, en las villas y ciudades interiores o en las urbes superpobladas.

Sostiene que por su parte, ha tratado de desplegar lo que denomina una “crítica fenomenológico-hermenéutica”. Y expresa al respecto que en ese intento, junto con otro grupo de críticos afines con dicho pensamiento, “(…) hemos intentado revalorar la fenomenología sin imponernos la adopción de un método estricto y sin recaer en la descripción de las figuras de estilo, ni en la división en estratos o consideración objetiva de una estructura ideal. Nuestra frecuentación de la fenomenología nos ha exigido cuestionar la noción saussuriana de signo (…)” Porque, afirma, “Es el mundo de la vida, intuido y contemplado por la conciencia creadora, el que nutre la creación literaria. (…) El mundo es percibido como figura henchida de significación, es decir como símbolo, que por su propia plenitud reclama el ser contemplado en y por la expresión, a la vez que comunicado por ella”.

Sigue las huellas que ha dejado al respecto Paul Ricoeur cuando afirma que “Los símbolos se hacen presentes, primariamente en el sueño, ese umbral inferior de la creación”. Es claro que Graciela Maturo parte de una posición netamente filosófica para desde allí entrar en la tarea hermenéutica, es decir la tarea propiamente interpretativa.

En la evolución de la novela latinoamericana, y en la recurrente postura narrativa de los autores, se advierte un paso hacia la tradición de La Manha de que nos hablaba Carlos Fuentes.

Propiamente hay, y lo digo como novelista, una serie de elementos y de motivaciones, que nos hacen volver al pasado, insertando secuencias de tiempos diferentes en las narraciones, porque en el acto creativo se conjugan no sólo lo abstracto, sino fundamentalmente lo concreto. Es decir el hombre convertido de persona en personaje de una novela, situado en un lugar y tiempo determinados, que no sólo vive esa instancia, sino muchas otras que, desde lo onírico y lo histórico, en este caso a través de los recuerdos, de la memoria, se hacen presentes y juegan un papel, a veces complementario pero que tiene un sentido determinado en la narración novelesca.

Hay, a la vez, historias paralelas que se cruzan en la novela. A mí me ha sucedido en “Historias en Negro y Gris”, “Rostros del Hombre” y “Como a través del tiempo…”. Y también en la novela que he escrito últimamente y que espero se publique dentro de no mucho tiempo.

De allí, dice Graciela Maturo que “Contrariamente a la lingüística que cierra el universo de los signos, la filosofía tiene ante sí la tarea de abrir sin cesar ese universo hacia el ser que es fundamente del lenguaje”. Y agrega: “Es esta una reafirmación del suelo simbólico que preside la concepción de la palabra en Ricoeur. En coincidencia con M. Bajtín, agudo crítico de la lingüística saussuriana, también formado en la fenomenología y en la estética, Ricouer devuelve al lenguaje su pleno carácter de acto de habla, de discurso, de acontecimiento”

Los ensayos que reúne en esta obra Graciela Maturo, y que hacen expresa referencia a la novela en cuanto tal y se centra en obras de autores latinoamericanos como Ernesto Sábato, Leopoldo Marechal, Alejo Carpentier, Antonio Di Benedetto, son verdaderas indagaciones montadas sobre un férreo andamiaje filosófico y una mirada crítica que es clara y definida.

De allí que la autora sostenga que ante el auge que ha tenido dentro de la crítica moderna desde Ferdinand de Saussure, su lingüística, pasando por la etapa formalista, y el post formalista que incorpora el enfoque estructural y recala en una ciencia de los signos, “postulamos una crítica hermenéutica de fundamento espiritual que toma distancia con relación a la reducciones positivas del lenguaje; a la noción del texto literario como artefacto; a la idea de que la verosimilitud narrativa es un disfraz inherente a las leyes del texto; a la negación del sujeto histórico en la novela y a la tesis de que preguntarse por la verdad de un texto literario es leerlo como un texto no literario”.

Un libro, este de Graciela Maturo, que debiera ser leído por muchos que ejercen la crítica literaria o simplemente transitan por ella a través de los estudios académicos y que, se esté o no de acuerdo con lo que sostiene la autora, no se puede sino considerarlo como un valioso aporte para ayudar a dilucidar qué es la crítica literaria.

jueves, 19 de julio de 2012

PROFUNDA VOZ POÉTICA


Escribe Carlos Sforza*

Julio Luis Gómez es un destacado poeta que nació en Santa Fe donde reside. Las primeras creaciones de Gómez que conocí hace varios años, se centraban en la forma de sonetos y, esas composiciones tenían un verdadero valor ya que en la ajustada estructura de los catorce versos, el autor demostraba su calidad poética.

Hacía algunos años que no tenía un contacto directo con Julio Luis Gómez. Precisamente ello ocurrió el 16 de junio en la tercera edición de la feria Paraná Libro 2012.

Después de un caluroso reencuentro, puso en mis manos su poemario “Razón de mí” (Ediciones Universidad Nacional del Litoral, prólogo de Adriana Cristina Crolla, Santa Fe, 2006, 58 p.).

Ha sido, sin dudas, un doble encuentro: físico con el poeta y espiritual con la lectura de su libro. Ello ha hecho realidad que pudiera charlar unos instantes en el ajetreo de la feria con Gómez y, luego, en la tranquilidad de mi casa, haya gozado de su poesía.

Adriana Cristina Crolla en las palabras preliminares, hace una breve pero exhaustiva incursión por lo que es el poeta y la poesía. Lo hace a través de los tiempos desde los griegos con Platón hasta nuestros días. Y es para situarnos frente a esta entrega de Gómez, que realiza ese periplo histórico. Para, con claridad, decir que “Razón de mí, libro de impecable factura, cumple con todos estos requisitos”. Y los requisitos a que se refiere Crolla son los que ha desenvuelto previamente.

Las diecinueve poesías que integran el libro no hacen sino confirmar la calidad lírica de Gómez. Y esa calidad se presenta con una carnadura que no recurre a falsos oropeles, sino a una concentración, muchas veces ascética, en cada uno de los versos.

Hay, sin unas una búsqueda de sí mismo en estas creaciones. Búsqueda que no es sino un mirarse interiormente y encontrar, o al menos tratar de encontrar, la propia esencia que sustenta la existencia en una actitud poética.

No se queda el creador en un autismo que se cierra en el yo. Al buscarse interiormente no hace sino un movimiento hacia sus profundidades para luego regresar a la otredad. El poeta no está solo. Vive en el mundo y comparte un encuentro dialógico con lo exterior y con el otro. Graciela Maturo al estudiar la novela de Marechal, “El Banquete de Severo Arcángelo”, dice que “Nos afirmamos en la noción del lenguaje como creación individual y colectiva que despliega el sentido de la cultura y se hace cauce profundo del devenir histórico; dentro de esta concepción tiene fundamental importancia el lenguaje poético (sin distinción de géneros) por constituirse en lenguaje por excelencia simbólico, y por lo tanto, denso de significaciones conscientes-trasconscientes que desocultan el Ser y manifiestan todo el ámbito de lo humano”.

Julio Luis Gómez bucea en la esencia de la poesía, y lo hace con versos ajustados, con esa levedad que reclamaba Italo Calvino, para de esa manera llegar a la meta, al centro de la creación poética. Los diecinueve poemas del libro no guardan una unidad formal. Pero sí lírica. Pues la carnadura que da a sus versos Gómez es variada. Y, como es un verdadero artífice del verso clásico, concluye la obra con cuatro hermosos sonetos que muestran un estilo y una manera de expresarse, que, diría, es característica del creador.

Todo ello hace que haya sido un gozo la lectura y relectura de “Razón de mí”. Y que

sigan escuchándose voces profundas y verdaderamente líricas como la de Julio Luis Gómez.







miércoles, 11 de julio de 2012

RELATOS Y SUCEDIDOS ESCUCHADOS EN LA INFANCIA


Escribe Carlos Sforza*

Tuky Carboni es una destacada escritora de Gualeguay. Ha incursionado felizmente por la poesía, el cuento, la novela. En poesía, Tuky ha obtenido importantes premios por su labor creadora. Lo mismo ha sucedido en el género cuento. Y en novela, recibió el Premio Literario “Fray Mocho” en dicho género, por su obra “El tan deseado rostro” que, por circunstancias que se dan en la vida, me tocó presentar en la Feria Internacional del Libro, en Buenos Aires, en el Día de entre Ríos allá por mediados de la década de los noventa.

Con ella he compartido encuentros literarios en diversas ciudades y hemos presentado algunos libros de colegas. Hay una amistad de varios años que se mantiene y fortalece con el correr del tiempo.

Ahora acabo de leer su último libro:”La infancia está llamando” (Editorial Dunken, ilustración de tapa de Claudia Irene Carboni, cuadro “Inconcluso”, Buenos Aires, 2011, 64 p.).

La autora en Palabras Preliminares explica de qué se trata el libro. Nos dice que “Estos cuentos y relatos no me pertenecen, aunque forman parte entrañable de mi vida. Yo no los inventé; ya estaban circulando por entre las brasas de los fogones, iluminando con su luz misteriosa el aire nocturno de los campos de mi provincia, cuando yo nací. El privilegio de haberlos escuchado y retenerlos como joyas antiguas en mi memoria, si, es mío. Es una herencia de incalculable valor que recibí de labios de los viejos contadores de historias”. Es decir que la autora con su memoria prodigiosa, recuerda esos relatos y sucedidos, oídos en su infancia, en forma oral, y los fija, transcurridos los años, en forma escrita, convirtiéndolos en literatura y recuperándolos así, del posible olvido.

Nos aclara que “La gran mayoría de estos relatos los escuché en Estación Lazo donde pasé mi primera infancia; de labios de Don Sebastián Atencio, Doña Timotea Luna, Doña Manuela Vega, Don Rudesindo Araya, doña Celia René”. A esas versiones se suman otras que, conforme confiesa la autora del libro, “(…) los escuché en las cercanías de la Garibaldina, a pocos kilómetros de mi pueblo, Gualeguay, en la casa de mis tíos paternos, Juan y Perico González, que también tenían el don de contar historias; aunque en este último caso, no recuerdo que ninguna se haya mantenido igual la segunda vez que la escuché. Ellos introducían otros elementos, cambiaban las situaciones, los nombres, los lugares, Improvisaban de acuerdo al interés del auditorio. Como los legendarios payadores hacen con sus versos cantados”.

Es decir, que Tuky Carboni ha actuado como lo hicieran en otros tiempos y circunstancias, los hermanos Grimm, Perrault y la pléyade de buceadores en los relatos populares que luego los fijaron en la obra literaria.

EL LIBRO

“La infancia está llamando” es un título que de entrada nomás, sugiere el sentido que la autora da al libro. Es un regresos al edén perdido, a la etapa infantil donde, en el campo, en torno al fogón, los contadores de historias reales o inventadas, mantenían la atención

de los oyentes con sus narraciones orales antes de retirarse a descansar en las noches estrelladas o lluviosas de la campiña entrerriana.

Tuky Carboni ha optado por fijar en el papel aquellas narraciones de los contadores de relatos y sucedidos, como una manera de preservarlos del olvido. Estos relatos pertenecen al folklore de nuestra zona. Y una labor que ha realizado con pericia la autora, es mantener el lenguaje coloquial empleado por los criollos, con sus modismos, como el uso de la letra j en medio o al final de muchas palabras (ujte, higoj, entoncej, conquijtar”, cambiando la “s” por la “j”). De esa forma ha preservado en habla de los paisanos en los relatos que hacen y en los diálogos que surgen de los relatos.

Es claro, y conviene aclararlo, que los cuentos, sucedidos y relatos que fija por escrito la autora, son sendillos, pertenecen como queda expresado, al folklore de nuestra zona y no tienen otra pretensión que conservarlos en la memoria del pueblo al convertirlos de lo oral a la escritura. Lo dice expresamente Tuky cuando escribe que “Estas historias han estado y siempre estarán en la memoria de mi corazón: pero no quiero que mueran conmigo: deseo que me trasciendan para que puedan enjoyar la imaginación de los que los lean. De esta sencilla manera, honro el recuerdo de los viejos y viejas criollas que nos los contaron a mis hermanos y a mí, hace ya mucho tiempo”.

Tuky Carboni ha recopilado esta serie de relatos que pasan a fomar parte de lo que el recordado Martín del Pospós denominaba “literatura de entrecasa”. Es decir, una literatura que no buscar la trascendencia de la gran obra de arte, sino que recupera instancias de vida que se hacen perdurar pasando de “ese arte lábil que es la narrativa oral” a la escritura (como diría Italo Calvino).

Por otra parte debemos tener en cuenta que los relatos y sucedidos que oralmente narraban nuestros antepasados, surgían de hechos reales e imaginarios, pero que en todos ellos, muchas veces con la inocencia y también la picardía de los narradores, hacían uso de lo que decía Baudelaire: “La imaginación es la más científica de las facultades”.

Asimismo, y como colofón de esta nota, debo decir que el libro, antes de entrar en los cuentos que pueblan sus páginas, tiene un extenso poema de Tuky Carboni que tiene el mismo título del libro y que, sin duda ninguna, muestra la gran fibra lírica que tiene la escritora y que la muestra como en otros poemas, como una excelente hacedora de versos.







domingo, 1 de julio de 2012

VIDAS FILOSÓFICAS


Escribe Carlos Sforza*

Bajo la dirección del filósofo Tomás Abraham se realiza en Buenos Aires el denominado Seminario de los Jueves al que concurren profesores y otras personas de distintas áreas, interesadas en el diálogo y la discusión de temas que hacen a la filosofía.

El resultado de las reuniones de todos los jueves en el año, se plasma en ocasiones en libros que recogen las ponencias de algunos participantes. Es de destacar que ese Seminario se inició en 1984 y en 1988 decidieron publicar el seminario de aquel año: “Foucault y la ética”.

Ahora tengo en mis manos y lo he leído con sumo interés, un nuevo aporte del seminario. Se trata de “Vidas filosóficas” (Eudeba, Bs.As., 2003, 492 p.). En esta entrega del seminario, escriben diversos autores y la presentación está a cargo de Tomás Abraham, así como el último trabajo que cierra el libro titulado “George Soros, un filósofo fracasado”.

El Director del Seminario, en la presentación de la obra aclara bien el sentido y contenido del libro. Dice: “Una vida filosófica implica una disciplina, disciplina que también exige una vida de artista o la vida de un santo. Una vida filosófica no es la distinguida vida de los filósofos, porque los filósofos no tienen ni más ni menos vida que cualquier ser mortal. La vida de un filósofo no es una vida especial. La condición de filósofo no exime de ninguna de las vulgaridades de la más común de las existencias terrestres”. Al fin de cuentas, es un ser humano como cualesquiera de nosotros. Y por ello es interesante conocer aspectos que hacen a esa vida de un filósofo no como una información biográfica, seca, rutinaria y con detalles que no hacen a la misión que ese filósofo determinado se ha propuesto. “La meditación filosófica es una mirada a la condición humana” dice Abraham. Y para poder captar, entender y meditar esa mirada, es indudable que conocer aspectos de la vida del filósofo, sobre todo circunstancias que tengan relación con esa visión, ayuda a comprender lo que piensa sobre la condición humana y otros temas conexos, el filósofo en cuestión.

LOS TRABAJOS DEL SEMINARIO

Quienes aportan con sus trabajos en el libro, son numerosos estudiosos. Lo hacen sobre determinados filósofos y centran sus comunicaciones en aspectos que consideran relevantes o fundamentales en el pensamiento del pensador abordado y de allí en más, hurgan en la vida que tiene relación con esa postura o pensamiento filosófico.

Para citar algunos de los trabajos que integran la obra, diré por ejemplo, que Carlos Correa tiene un estudio interesante sobre J. P. Sastre donde indaga en el pensamiento del autor de “La Náusea” y encuentra rasgos de ligereza, inteligencia y aventurismo, como ha titulado su exposición.

Es interesantísimo el trabajo de Leonardo Sacco sobre Séneca. Allí el pensador romano aparece en toda su plenitud y nos lleva el autor hasta el sentido de la muerte en Séneca. Otro tanto, con el tema de la muerte, desarrolla Mónica Cabrera en “Sócrates: la fundación”. Sigue el periplo de la condena y aceptación de la muerte por el filósofo griego y las consecuencias que ello tiene como afirmación del pensamiento y la fidelidad a ese pensamiento de Sócrates.

El trabajo de Alfredo B. Tzveibel sobre la vida de Aristóteles, no hace sino mostrar los avatares que sufrió el autor de la “Ética a Nicómaco” y cómo fue forjando su pensamiento lógico, metafísico y sus incursiones por la retórica y la poética. Me pareció iluminador el trabajo de Mónica Virasoro sobre la vida de Sören Kierkegaard en base al diario del danés y a otros escritos.

Para quienes han seguido la denominada Escuela de Frankfurt, la comunicación que hace Susana Raquel Barbosa al encarar al fundador y director de la misma, Max Horkheimer, que es una figura “injustamente más postergada que otras en el Institut quizá por el estilo en que expresara sus ideas –“preciso”, llano, sensible y despojado de la genialidad estetizante de Adorno, del pathos melancólico de Benjamín o del tono desmesuradamente provocador de Marcuse-, es sin embargo la más importante del grupo de Frankfurt” conforme lo explicita en su trabajo la autora.

Me parece, asimismo, interesante la inclusión del artículo de Alejandro Rússovich que tituló “¿Quién es Witold Gombrowicz?”. El autor fue una especie de Secretario del escritor polaco, exiliado en la Argentina desde la década del 40 y por varios años. Precisamente yo conocí la vida y obra del escritor polaco gracias a la revista Eco Contemporáneo que apareció en Buenos Aires en los comienzos de los años sesenta bajo la dirección de Miguel Grimberg. En el Nº 5 de la revista hay varias notas sobre Gombrowics que había nacido en Polonia en 1904 y llegó a Buenos Aires en 1939 por dos semanas y se quedó varios años, en el anonimato, salvo ciertas relaciones sobre todo con nuestro comprovinciano Carlos Mastronardi. Y saltó al conocimiento del mundo literario cuando en París, Juliard lanza su novela “Ferdydurke”. Hay notas que rememoro al leer el artículo del libro, que están en “Eco Contemporáneo” como cuando en 1957 viaja el autor a Tandil y allí conoce a algunos jóvenes con los que comparte inquietudes y traza líneas a la literatura del momento. Y en el Nº 10 de la mencionada revista, hay un fragmento de “Diario Argentino”, libro que escribió el escritor polaco donde retrata lo que vio en nuestro país relacionado, en este caso, con la vida literaria.

Por eso afirma en “Diario Argentino” que “El arte es ante todo una cuestión de amor. Si queréis conocer la verdadera posición del artista preguntad: ¿De qué está enamorado?”

Yo diría que el libro (pese a algunos errores de tipeo que llaman la atención en una edición de Eudeba) es iluminador. Porque penetra en la vida y su relación directa con el pensamiento de filósofos y pensadores como Agustín de Hipona, Foucault, Levinas el de la posición dialoguista del yo-tú, es decir, del encuentro con el otro, de Platón y sus viajes, de Hegel, de la sin par Simone Weil, de quien allá lejos y hace tiempo, marcador en mano, leí su libro “La Gravedad y la Gracia”, publicado en 1953 por Sudamericana con una extensa introducción de Gustave Thibon. Por supuesto que no faltan pensadores como Blas Pascal, Edith Stein, Unamuno, Ortega, Heidegger, Simone de Beauvoir, Bergson , y otros cuya lista es larga pero que muestran una labor, la de los asistentes al Seminario de los Jueves, seria, profunda, de investigación, reflexión y diálogo.

El trabajo final de Tomás Abraham es esclarecedor sobre Soros, discípulo de Popper y su fracaso como filósofo a quien define “que no es más que uno de los tantos discípulos de Popper protegido por la fortuna”.

Leer “Vidas filosóficas” entraña descubrir a pensadores que en silencio, trabajan con seriedad y responsabilidad para iluminar el pensamiento. Es parte de esta Argentina oculta que no está en los medios pero que estudia, piensa y hace cultura a través de sus trabajos.







lunes, 25 de junio de 2012

EL ALMA A TRAVÉS DE LAS ESTACIONES


Escribe Carlos Sforza*

He leído el último poemario de Carlos O. Antognazzi que se presentó el sábado 16 de junio en la Feria del Libro de Paraná. Se trata de “Las estaciones” (Ediciones Tauro, contratapa de Roberto D. Malatesta, Santo Tomé, 2012, 72 p.) que como su nombre lo indica se divide en cuatro partes correspondiendo cada una de ellas a un estación cronológica del año.

Dice en la contratapa Malatesta: “Bien podría decirse que a la poesía de hoy ha dejado de importarle “las estaciones”; Antognazzi desestima este punto de vista, él cree en la primavera como cree en el invierno, puntos referenciales de un hombre que se resiste a la masificación y el aislamiento que una sociedad con su tecnología propone”.

El poeta Antognazzi no rehuye pues, la cotidianidad de días que conforman el cronos. Y los poemas de “Las estaciones” pueden leerse con una apertura hacia lo que nos expresa en sus creaciones Antognazzi. Incluso, podrían leerse escuchando “Las cuatro estaciones” de Vivaldi. O en el silencio de un estar en soledad y bucear en los versos del libro, que no solamente nos remiten a cronos sino que nos muestran el estado anímico del poeta.

De allí que el libro no sea solamente un mostrar el paso del tiempo, lo que hace característico a cada estación, sino al alma del creador. Porque en los versos del libro el poeta nos desnuda su interior que, por ubicarlo en el tiempo, se traduce en imágenes indelebles y líricas de cada momento de las cuatro estaciones del año.

Comienza con el verano y nos muestra cómo se vive en esa estación. Pone al descubierto lo que significa externamente el verano y, a la vez, lo que es para el poeta esa estación. De allí que describa líricamente momentos vividos como cuando dice en “Cuerpos cobrizos”: “Cuerpos cobrizos se entrelazan/ al amparo de la luz y brillan con ella, en ella,/ refulgen como con luz propia en la tarde/ de agua y sol/ sobre la arena./ Son esculpidos por la luz./ Surgen del agua como criaturas abisales/ de edad incierta. Nacen y licuan esa/ luz oscura de sus pieles./ Algunos gestos motean el paisaje en movimiento:/ sonrisas, roces, la piel húmeda, el sol/ aspectos inasibles que pregonan, esquivos,/ la bullente desvergüenza/ del ardor” (p. 13)

En los versos de Antognazzi están presentes los elementos de la naturaleza. Y la lluvia, agua caída del cielo, atraviesa parte de los poemas como una presencia más, aparte del agua del río, que se suma para develar el alma del poeta. Y a través de aquella, de la lluvia, se desnuda también el alma del poeta. Dice en “Cae la lluvia”: “Cae la lluvia sobre las cosas, cae con/ ternura sobre las plantas y el embaldosado/ del jardín, cae sobre los vivos y los muertos, cae sobre el césped./ Hoy todo parece más verde, más luminoso y nuevo,/ vital de una manera directa, franca, sin ambigüedades. (…)”. Y más adelante nos habla de lo efímero de cada instante, del sentimiento de pérdida que conlleva ese ver caer y luego desparecer el agua de la lluvia: “(…) La lluvia cae como lavando una herida profunda/ y doliente, con un cuidado y/ un cariño de amante anciano,/ cuando ya los fulgores de los primeros años/ se han ido./ Todo se diluye, finalmente. Nada queda,/ nada perdura. Hasta la memoria/ -ese latido incesante que nos desgarra-/ olvida y muere, fagocitada por otras cosas. (…)” (p. 22).

Estamos sin dudas, ante el paisaje exterior y el tiempo, ese cronos que no cesa de andar, como una expresión del alma del poeta. Antognazzi toma las estaciones del año y a través de ellas, asimila el paisaje exterior que aparece en cada momento ya sea con el verano, el otoño, el invierno o la primavera, no para escribir simplemente versos descriptivos de la exterioridad, sino bucear en su interior, tratando de encontrarse y ser él mismo, para luego devolver esa experiencia, ese conocer su interioridad a través de lo que le muestra cronos, transformada en versos que logran una musicalidad acorde con cada estación y, lo que es fundamental, con el propio estado de ánimo del poeta.

El propio Antognazzi en unas breves palabras preliminares nos aclara que “No hay comienzo ni fin preciso en la naturaleza, y sí, en cambio, un permanente mutar, un continuo. Las estaciones no son rígidas; dependen de la inclinación de la Tierra respecto a su órbita alrededor del sol, en un movimiento que no es por etapas, sino constante y gradual” (p.8). Y el poeta respeta ese continuo pero no sólo, pienso yo, desde lo exterior y mecánico, sino fundamentalmente desde lo interior. Es su visión la que se adecua a cada estación, pero desde su mismidad, lo que equivale a decir, que asimila el paso del tiempo y el cambio del paisaje externo, y lo transforma desde lo profundo de su ser. Por eso estamos ante un poemario que toma las estaciones como tema, pero que profundiza líricamente en el alma del paisaje desde el alma del propio poeta. Y lo hace con un calidad lírica que no es nueva sino que es ínsita en la poesía de Carlos Antognazzi.

* Blog del autor: www.habla el conde. Blogspot. com

viernes, 15 de junio de 2012

EL INMENSO RAY BRADBURY


Escribe Carlos Sforza*

La noticia nos tomó de sorpresa. Anunciaba el fallecimiento de Ray Bradbury ocurrido en Los Ángeles (California) cuando el escritor tenía 91 años. Por la edad no debía sorprendernos el anuncio de su muerte. Pero era un escritor inmenso que parecía perpetuarse en el tiempo y esperar, como siempre lo deseó, poder viajar a Marte.

A Bradbury se lo identifica específicamente con la ciencia ficción, ficción científica o fantaciencia. Él descreía de ello al punto de sostener, quizá socarronamente, que el único libro de ciencia ficción que escribió era “Fahrenheit 451”. En su lápida pidió que se grabara que era el autor de ese libro precisamente.

El escritor estadounidense dedicó casi toda su vida a la escritura. Tanto es así que en el año 2000 declaró: “La gran diversión en mi vida ha sido levantarme cada mañana y correr a la máquina de escribir porque alguna nueva idea se me había ocurrido”.

Indudablemente al nombrarlo como el inmenso, quiero señalar la amplitud y potencia de las creaciones de Bradbury. Escribió relatos, cuentos, novelas, teatro, guiones para el cine y adaptaciones de sus relatos para el teatro. Escribió, asimismo, poesía. Era un autor incansable. Pero no sólo por la cantidad sino, que es lo que le da valor a su obra, por la calidad de su escritura.

La impronta que ha impreso en la literatura Ray Bradbury ha marcado a muchos lectores. Porque no sólo ha incursionado en lo que se denomina ciencia ficción, sino fundamentalmente en la literatura fantástica. Ha creado obras donde los fantasmas conviven con los humanos como en su novela “De la ceniza volverás” (editado en español por Emecé en 2001), del que se escribió en la solapa que es “Un libro de fantasía deslumbrante y lleno de humor que figurará entre sus obras maestras”.

Yo no puedo dejar de mencionar algunos de sus relatos y novelas como “Crónicas marcianas”, “Las doradas manzanas del sol”, “El país de octubre”, “El hombre ilustrado” (que en cada tatuaje había implícita una historia que nos devela el autor), “El árbol de las brujas”, que en su adaptación para la televisión y ganó un premio Emmy., “El vino del estío”. En 1998, Emecé publicó en español el libro que reúne 21 cuentos, “A ciegas”, donde aparecen personajes inolvidables, increíbles, como aquel misterioso encapuchado que tiene una historia terrible de contar, una anciana que planea una venganza contra sus vecinas y muchos más. Del libro se ocupó un comentario publicado en “Publishers Weekly” donde se escribe: “Los veintiún cuentos de la nueva antología de Bradbury están llenos de dulzura y humanidad. Son bocetos y viñetas, extrañas leyendas, anécdotas coloridas, pequeñas tragedias, mentiras hilarantes y hasta un poco de metafísica. Bradbury no pide perdón por ser romántico: la mayoría de sus historias tienen canciones de amor, o tormentas, o ambas cosas. El talento y la profunda humanidad de Bradbury hacen que “A ciegas sea” un libro inolvidable”.

Mucho se ha hablado de la influencia y la profundidad que tuvo durante la denominada guerra fría, “Fahrenheit 451”, como expresión novelística contra la censura. En forma especial, contra los libros que son quemados y al final perviven en la memoria y el recitado a través de la oralidad, de sus páginas. Recordemos que esta novela como “El hombre ilustrado fue llevado al cine por François Truffaut.

Por otra parte, quiero hace hincapié en algo esencial en la narrativa del autor. Es que no sólo entretiene con sus historias sacadas de una potente imaginación, sino que deleita su escritura. Es por momentos poética en sus descripciones. Por instantes es sumamente realista como algunos relatos de “Crónicas marcianas”, en un planeta que va a ser colonizado por los humanos y donde la naturaleza desata muchas veces sus furias, como esos vientos fantasmales que sacuden a los hombres y sus construcciones.

De allí que la forma de la escritura de los cuentos, relatos y novelas de Ray Bardbury sea esencial para crear en el lector la verosimilitud imprescindible en la ficción. El lector se sumerge en la escritura de Bradbury y cree que está sufriendo lo que sufren los colonizadores de Marte. Camina al lado de los fantasmas como si existieran ahí, a su vera en la realidad cotidiana.

En su artículo “El arte y la ciencia ficción” que está incluido en el libro “FUEISERÁ”, dice: “¿Existe alguna relación entre la historia del arte, las historietas de los periódicos de todos los días y de los domingos, los grandes dibujantes y la evolución de la ciencia ficción? ¿La ciencia ficción y su imagen de espejo irreal, la fantasía tienen raíces silvestres en las metáforas del arte del siglo XIX? ¿Acaso todo influye sobre las hordas de magos del cine del siglo XX? Por último, ¿estos genios del celuloide vuelen a influir sobre los demás? También podríamos preguntar: ¿Existen las casas encantadas? ¿Existe la vida en otros mundos? Sí. ¿Cómo es eso? Las casas están encantadas gracias a la imaginación de Fuseli y Blake y Goya. Los mundos lejanos han sido sembrados por los sueños de Frank R. Paul y Robert McCall”. Y continúa la enumeración. Y así llega a decir que “(…) los cuentos de hadas me abrieron los ojos, Wieth y St. John me pusieron de pie y las brillantes tapas de Amazing Stories y Gonder Stories así como Back Rogers en los periódicos de 1929 me lanzaron al universo de una suerte de estallido. Nunca regresé” (p.27 y sigts.).

En 1993 había publicado en español, también en Emecé, la novela “Sombras verdes, ballena blanca” de quien escribió el diario TIME: “El libro más entretenido de una ilustre carrera de cincuenta años”. Y en Publishers Weekley se escribió sobre el libro: “Novela autobiográfica y entretenida (…) La prosa de Bradbury es tan vibrante y característica como el paisaje”.



Ray Bradbury, ansiaba viajar a Marte, como dije al comienzo. No pudo hacerlo porque la muerte y las condiciones actuales de la ciencia y la tecnología no lo permiten. Pero, a manera de deseo y, ¿por qué no?, de posibilidad, me imagino que hoy el espíritu del inmenso Ray Bradbury puede estar visitando y recorriendo la roja tierra marciana como una manera de que se cumpla el gran periplo que nació con su escritura y que culmina en aquel planeta que nos hizo conocer desde la ficción gracias a su imaginación y su calidad para usar la palabra.

Bradbury había nacido el 22 de agosto de 1920 en Waukegan (Illinois).