viernes, 25 de mayo de 2012


VISIÓN DE CARLOS FUENTES SOBRE LA NOVELA

Escribe Carlos Sforza*

Poco antes de su muerte, se publicó la última obra de Carlos Fuentes. Se trata de “La gran novela latinoamericana” (Alfaguara, Buenos Aires, 2012, 448 p.). Se trata de un estudio realizado por el escritor mexicano sobre la génesis, desarrollo y actualidad de la novela latinoamericana.

Si bien incluye en ella al brasilero Machado de Asís y otros autores que escriben en portugués e, incluso, al español Juan Goytisolo, esencialmente el libro de Carlos Fuentes no sólo hace referencia a la novela de autores de Latinoamérica y otros lares, la obra es un verdadero y esencial tratado sobre la novela en sí misma. Tiene por ello un doble valor, mostrar la novela a través de autores conocidos y algunos no tanto, remontarse a los que escribieron las crónicas de la conquista, y el estado actual de la novelística de esta parte del mundo, sino a la vez, dar una lección magistral sobre lo que es la novela.

Fuentes sostiene que “la aproximación a la palabra no puede ser excluyente o restrictiva”. Porque hay que tener presente la oralidad que empleamos todos los días. De allí que sostiene que “Toda esa profusa corriente de la oralidad corre entre dos riberas: una es la memoria, la otra la imaginación. El que recuerda, imagina. El que imagina, recuerda. El puente entre las dos riberas se llama lengua oral o escrita”. En nuestra América las literaturas, conforme afirma el mexicano, se inician y perpetúan “en la memoria épica, ancestral y mítica de los pueblos del origen”.

Es interesante el análisis de Fuentes sobre como la disolución de la unidad del medioevo y el descubrimiento de América, provocan las respuestas de Maquiavelo, Moro y Erasmo. Sería el “esto es”, “esto debe ser” y “esto puede ser”. Europa, con el descubrimiento de América busca una utopía, un esto debe ser. Pero no todo se plantea así ante la realidad de los pueblos indígenas con sus culturas, de la llegada de la negritud a través del tráfico de esclavos, y de los españoles que no vienen de paso, sino a quedarse por eso Cortés quema las naves. Y ese quedarse, esa confluencia de los autóctonos y de los africanos, produce un mestizaje que provoca a la vez una nueva visión de lo que son estas tierras, híbridas en su composición racial inmensas, desconocidas, con espacio americano a descubrir.

De allí que en la visión que nos da Fuentes en su gran libro, América ha sido imaginada por Europa y Europa imaginada por América. “Esa imaginación, en sus inicios cobra un carácter fantástico” dice el autor.

EL TIEMPO

Carlos Fuentes recurre en cuanto al tiempo, a las teorías de Giambattista Vico quien opuso a la razón abstracta la razón histórica en el siglo XVIII. Recordemos que en su refutación de los filósofos de su tiempo, el napolitano Vico sostiene que “los grandes poetas nacen no en las edades de reflexión, sino en las de imaginación, denominadas de barbarie. Así Homero en la barbarie antigua” y “Dante en la retoñada barbarie de Italia” (Scienza Nuova Segunda”). Por eso para Vico la poesía es “la lengua común de todas las naciones” (Scienza Nuova Primera).

La importancia que Carlos Fuentes da en su libro a los primeros cronistas es fundamental para entender y comprender la visión que tiene de la novela de Latinoamérica. Por eso coloca a Bernal Díaz del Castillo que llegó a América en 1514 y en 1519 se unió a la expedición de Hernán Cortés de Cuba a México. Por eso el autor del libro considera a Díaz del Castillo como el primero que se incorpora a la memoria compartida de los futuros escritores de América.

El mundo que evoca el español había desaparecido cuando escribió sobre él. Dice Fuentes: “Está en busca del tiempo perdido: es nuestro primer novelista. El lugar y el tiempo se conjugan para que el escritor pueda imagina. Y al hacerlo, escribir, usar la palabra y transformar sus dichos en novela.” De allí que Carlos Fuentes sostiene que “(…) el pasado de nuestra memoria aquí y ahora, y el futuro de nuestro deseo presente: éste es el horizonte de nuestros constantes descubrimientos y éste es el viaje que debemos renovar cada día, Para ello escribimos novelas”.

Precisamente Fuentes, cuando examina “Pedro Páramo” de su compatriota Juan Rulfo recurre a Vico “quien primero ubicó el origen de la sociedad en el lenguaje y el origen del lenguaje en la elaboración mítica Vio en los mitos la universalidad imaginativa de los orígenes de la humanidad: la imaginación de los pueblos ab-originales” (p. 131).

LA NOVELA

El tema central del libro es la novela latinoamericana. Fuentes comprende y explica cómo evolucionó la novela y de qué manera tuvo la latinoamericana una impronta propia. Para ello hace una distinción entre lo que llama la novela de La Mancha y la de Waterloo. La primera es la que inaugura Cervantes con el Quijote y se despliega en torno a esa tradición. La segunda interrumpe a la primera por la tradición de Waterloo, “es decir por la respuesta realista a la saga de la revolución francesa y el imperio de Bonaparte”.

Y es en medio de ambas corrientes que el brasilero Machado de Assís “revalida la tradición de La Mancha que estaba interrumpida. De allí en más, las grandes creaciones de la novelística latinoamericana se inscriben en la tradición de La Mancha y de esa manera surge la grandeza y la potencia de nuestra novela. Dice Fuentes: “La tradición de Waterloo se afirma como realidad. La tradición de La Mancha se sabe ficción y, aún más, se celebra como tal” (p.81).

Analiza a novelistas que trabajaron antes del denominado boom, como Rómulo Gallegos, Azuela y otros, nombres que me son conocidos puesto que de ellos hablábamos en recordadas pláticas con Martín del Pospós. Y entra en la novelística, a través de obras fundamentales, de Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, José Donoso, Nélida Piñón. Desfilan numerosos escritores latinoamericanos, muchos mexicanos que el autor ha leído, frecuentado y cuya obra conoce muy bien, chilenos, argentinos. No soslaya lo que en su tiempo, y desde la poesía, significó e hizo Sor Juana Inés de la Cruz. Todo ello para demostrar el aporte original, fuerte de la literatura latinoamericana en la tradición recuperada de La Mancha y en las innovaciones de la linealidad de la novela, hacia la complejidad que se logra con los autores de esta parte de América.

Ante la pregunta de cómo se resuelve el nivel de la escritura más allá del didactismo y los sermones, Carlos Fuentes responde que “El derecho más elemental de la literatura

es el de nombrar. Imaginar también significa nombrar. Y la literatura crea al autor tanto como crea a los lectores, también nombra a los tres: es decir, también se nombra a sí misma”. Y como admira a Milan Kundera, no elude citarlo cuando sostiene que “En el acto de nombrar se encuentra el corazón de esa ambigüedad que hace de la novela, en las palabras de Kundera, una de las grandes conquistas de la humanidad”.

Carlos Fuentes, gran novelista él, nos da verdaderas lecciones sobre la novela a través de los autores que analiza y, obviamente, gracias a su experiencia y capacidad enorme que tiene como creador de novelas. Reivindica, como no puede ser de otra manera, el valor imprescindible de la imaginación en quien escribe novelas. Asimismo dice: “La novela es un cruce de caminos del destino individual y el destino colectivo expresado en el lenguaje. La novela es una reintroducción del hombre en la historia y del sujeto en su destino; así, es un instrumento para la libertad. No hay novela sin historia; pero la novela, si nos introduce en la historia, también nos permite buscar una salida de la historia a fin de ver la cara de la historia y ser, así, verdaderamente históricos” (p. 104 y sgts.).

Carlos Fuentes muestra con claridad lo que es el barroco en nuestra literatura latinoamericana. Porque precisamente, con el encuentro de las etnias originales y las que llegaron en los buques, los escritores se vieron ante una realidad desconocida para Europa. Era eminentemente un producto de estas nuestras tierras. Escribe Fuentes que “(…) el ascenso de nuestro señor barroco en Hispanoamérica es veloz y deslumbrante. Se identifica con lo que Lezama llama la contraconquista: la creación de una cultura indo-afro-iberoamericana, que no cancela, extiende y potencia la cultura del occidente mediterráneo en América”. Afirma asimismo, que la obra de Sor Juana Inés de la Cruz hizo que “el barroco fue el refugio de la mujer y, por ser el de esta mujer, se identificó con la protección de la palabra, con la nominación misma que he venido señalando como uno de los centros de la narrativa hispanoamericana”.

En su exhaustivo análisis, Carlos Fuentes aparte de la revolución mexicana, trata el tema de los caudillos, los tiranos, los dictadores, que en América han sido temas de muchos novelistas. A lo cual se refiere con citas precisas de obras de diversos autores.

Asimismo justifica que incluya en el libro el nombre de Juan Goytisolo ya que en el español se da el encuentro con el otro, “el reconocimiento del otro. El abrazo a él o ella que no son como tú y yo”. Porque en el novelista Goytisolo “el mestizaje de la forma se funde con el de la materia. Para Goytisolo meztizar es cervantizar y cervantizar es islamizar y judaizar. Es abrazar de nuevo lo expulsado y perseguido. Es encontrar de nuevo la vocación de la inclusión y trascender el maleficio de la exclusión” (p. 411).

“La gran novela latinoamericana” es una obra valiosísima. Lo es porque cala hondo en los meandros de nuestra novelística. Y lo hace con saber y precisión. Expone, incluso, su visión de lo que es no sólo la novela latinoamericana, sino la novela a secas. De allí que termine esta nota con las palabras finales que escribe en su libro Carlos Fuentes: “Se escribirán novelas y ninguna novedad técnica o divertida cambiará esta necesidad y este goce vitales, anteriores a todo marco ideológico o tecnocrático. De allí la fuerza, de allí la molestia, de allí el goce que se llama novela”.





lunes, 21 de mayo de 2012

SENTIDO POÉTICO EN LA OBRA DE JORGE ISAÍAS


Escribe Carlos Sforza*

Acaba de aparecer un nuevo poemario de Jorge Isaías, el poeta de Los Quirquinchos, que desde hace años reside en Rosario (Santa Fe). Se trata de “Lluvia de marzo” (Colección de Poesía ÍCONO, Edit. Ciudad Gótica, Prólogo de Graciela Cariello, Rosario, marzo de 2012, 120 p.).

Al leer este nuevo libro de Isaías, encuentro que hay una continuidad en su poética. Y la hay porque como sostiene Jacques Maritain, “El sentido, en la obra, corresponde a la experiencia poética en el poeta.” Y el filósofo francés agrega que “El sentido poético significa, a través del complejo conjunto de todos los elementos y cualidades de la obra, la subjetividad oscuramente aprehendida en su misma noche conjuntamente con alguna realidad transparente que resuena en ella. Este sentido o significación es lo que confiere al poema su conformidad interior, sus configuración necesaria y sobre todo su ser y existencia” (“La Poesía y el Arte, p. 307/308).

Jorge Isaías ha sigo consecuente con un tiempo determinado: el otoño. Lo ha sido en obras anteriores; lo es, ahora, en ésta. Ello no significa, claro, que todo sea otoñal en sus poemas de “Lluvia de marzo”. Pero sí que hay una constante presencia de ese tiempo que se une a un lugar determinado y confiere un tono ocre a muchos poemas.

Esa constancia en el tiempo y en el lugar, no es sino lo que el crítico ruso Mijail Bajtin llama el cronotopo (cronos, tiempo y topos, espacio). Jorge Isaís logra identificar, unir, conjugar el tiempo y el espacio. De allí que este “Lluvia de marzo” nos haga vivir un tiempo determinado y, a la vez, un espacio también determinado.

Es claro que para que ello suceda, el poeta recurre a una forma que da carnadura a esa conjunción

Es evidente que Isaías poetiza con una levedad que convierte sus versos en poesía. Así, si aditamentos: poesía. Para ello recurre a comparaciones y, sobre todo a metáforas e imágenes que sostienen el sentido poético de todo el libro.

Hay versos que son un adjetivo, un sustantivo, un verbo. Pero esa disposición lingüística de palabras solas en medio de otros versos, dan fuerza e intensidad a cada poema. Por otra parte, se advierte la actitud existencial del poeta. El ser parte del mundo y el saber unir su memoria, su imaginación, con el presente del estar aquí y ahora. El vuelo de las bandurrias, que aparece en más de uno de los poemas del libro, no es sino ese andar mismo de la vida que, si bien en algunos momentos se evoca con nostalgia (como cuando recuerda a la madre), no se detiene. Y al fin hace que el poeta se pregunte por el sentido mismo de la vida. Esa pregunta que es la que se ha hecho el hombre siempre, clara u oscuramente pensada o expresada, hace que uno se sumerja en la poesía de Isaías y sienta que allí no sólo está la pregunta sino la misma respuesta. Se da en el vuelo de las aves que ennegrecen el cielo diáfano, en la mansedumbre de la lluvia otoñal, en el sentir el latido de los campos y ver en su inmensidad, las inmensas posibilidades que nos brinda la vida. Que, como sabemos, “son las aguas que van al mar que es el morir”. O, como lo recordó Heidegger, el hombre es el único ser que sabe que va a morir.

No obstante ello, la palabra poética mantiene enhiesta la esperanza. Y para que ello sea así, Jorge Isaías recurre a versos a veces desnudos, ascéticos. Y en muchas ocasiones a la metáfora. A esa metáfora que como escribió Carlos Fuentes, “(…) es el encuentro de dos imágenes –de dos carnalidades verbales que se reconocen como tales- (y que) tiende a su vez hacia la analogía, echa redes a fin de encontrar la semejanza de las cosas, es decir su verdadera identidad”. Y agrega el mexicano: “En la metáfora, el lenguaje y la realidad pierden su carácter incompleto o fragmentario y se convierten no sólo en lenguaje y realidad en cuanto tales, sino también en todo lo que evocan o provocan. En la metáfora el mundo de la realidad inmediata, sin dejar de serlo, puede convertirse en el mundo de la imaginación” (“La gran novela latinoamericana”, p. 227/228).

En el Poema 70 dice en los versos finales Isaías: “Pero algo acudió de pronto/ a lo lejos/ una inmensa bandada de bandurrias/ cruzó en silencio el cielo/ y yo me quedé absorto/ ante tanta maravilla”. Y en el comienzo del poema siguiente (el 71), expresa: “Observando/ ese puñado/ de carbones/ que mancharon/ un instante el cielo bruñido/ y herido y distante./ Entonces/ guardé/ todos/ estos papeles/ inútiles/ e intenté captar/ toda esa belleza/ fugitiva” (p.89 y 90).

Vemos cómo el poeta transforma las bandurrias en carbones y cómo ese andar fugitivo de la belleza, que es el andar de la vida, lo deja extasiado y hace que con sus versos nos transmita el sentido poético que tiene.

“Lluvia de marzo” es, sin dudas, un nuevo y valioso aporte de uno de los buenos poetas argentinos que desde el país interior (a veces silenciado), ilumina la poesía argentina.

viernes, 11 de mayo de 2012

EL TÁBANO DE SÓCRATES


Escribe Carlos Sforza*

Si tuviera que arriesgar una definición sobre el filósofo Tomás Abraham cuando se ocupa de la cotidianidad de nuestra sociedad, lo llamaría el tábano de Sócrates. Aquel que según se autodefinió el filósofo griego, está sobre el noble corcel para picarlo y mantenerlo despierto.

Todo esto viene a cuento porque he seguido las notas de Abraham en diversos diarios, en su blog y en sus libros. Pero concretamente ahora en “La lechuza y el caracol” (Sudamericana, Buenos Aires, 2012, 288 p.).

El título llamativo por cierto del libro, lo explica Tomás Abraham al decir que “La lechuza es el ave de la filosofía. Vela cuando todos duermen. Da vuelta la cabeza ciento ochenta grados como algunos maestros de yoga. Fue el ícono de Atenas y la inspiración de Sócrates”. Y agrega que “El caracol según algunas fuentes es el molusco de los cínicos. Diógenes no tenía otra identidad y posesión que lo que llevaba puesto (…) el filósofo se desplazaba con el tonel que ocultaba su desnudez mientras desafiaba al poder con una política de gestos” (p. 9).

Hecha la aclaración de por qué el libro lleva ese título, debo decir que la pluma del filósofo Abraham en las páginas de esta obra, se adecua perfectamente al alcance del lector común, sin necesidad que éste esté revestido de estudios filosóficos. Pero

siempre lo hace con la profundidad y el convencimiento que su estar en el mundo, su ser un pensador de los valiosos que hay en el país debe expresarse y llegar al pueblo a través de sus escritos. Y es de esa forma que introduce su escalpelo en la realidad del presente argentino.

No elude un mirada retrospectiva sobre el país y su gente. Y al decir gente hablo de quienes lo habitamos y de quienes, en diversos estamentos, dirigen y manejan las riendas de los poderes que se disputan la primacía en la Argentina.

Con plena lucidez no escatima ningún tema que haga a la problemática nacional. Y al contexto internacional en el cual la Argentina está inserta, aunque muchos quieran librar una batalla utópica en un aislamiento imposible de sostener en el mundo globalizado del siglo veintiuno.

EL LIBRO

Abraham aclara lo que ha pretendido con la publicación de “La lechuza y el caracol” (que tiene un añadido al título: “Contrarrelato político”). Y por eso escribe: “Este libro sin dejar de pertenecer a la actualidad, no pretende ser una crónica de hechos ni una crítica a medidas de gobierno. No creo que se restrinja a cuestiones de coyuntura, sino que nos habla de un nuevo relato que se nos quiere imponer, que, como todo experimento discursivo de esta especie, se pretende fundacional”. Y agrega: “Llamo a este relato el sistema de los 70. (…) La lectura crítica de este sistema no tiene complicidades con posiciones de sectores políticos y mediáticos que hacen del antikirchnerismo un intento de que no pierdan vigencia ideologías que reivindican algún pasado. Sin embargo, el mentado callarse la boca o mentir lo que se pueda para no beneficiar a la derecha o hacer del silencio una contribución a la causa no sólo evoca a la política sometida a un régimen, sino que es la muerte del pensamiento. Y pensar es disentir, y el disenso es el barómetro de la libertad” (p. 16/17).

Aparte de la Introducción, el libro está dividido en siete capítulos que, a la vez, se interrelacionan entre sí: Intelectuales, Ideología, Batallas culturales, Jóvenes, El enemigo, El Uno o la Una, Sistema 70.

El pensamiento de Tomás Abraham, forjado en una permanente e intensa actividad de estudio, investigación, reflexión y también agregaría una praxis, se refleja en lo concreto, en la filosofía política, en la sociología, en el análisis profundo de nuestra realidad, en este libro.

Diría que estamos ante una obra que recibirá adhesiones y repulsiones. Lo que pasa es que Tomás Abraham “no se casa con nadie”. Dice su pensamiento y lo hace consciente de lo que hace. Es decir, afronta las posibles loas y los posibles improperios que el libro puede (y de hecho lo hace, provocar). Pienso que T. Abraham es un pensador libre. Y como tal no elude ni se achica para decir lo que piensa y cómo ve la realidad argentina hoy y su proyección hacia el futuro. El filósofo ha transitado muchos caminos y como él mismo dice cuando habla de educación y de los jóvenes, “Yo también fui joven. Me echaron de la facultad a los diecinueve años con bastones largos. En esos años militaba en una agrupación de izquierda (…) En París participé del Mayo francés con adoquín en mano. En el 73 voté por la lista de Abelardo Ramos. Con el tiempo dejé de ser joven. Ser joven no es lo mismo que ser lúcido y entusiasta” (p. 160).

Por supuesto que todos los grandes temas que hoy acucian, interpelan y preocupan a la gente de todos los sectores, desfilan por las páginas clarificadoras de “La lechuza y el caracol”.

Es evidente que se pueden o no compartir las aseveraciones, las reflexiones, las conclusiones en muchos casos, que nos ofrece Tomás Abraham. Lo que no se puede dejar de reconocer es que el pensamiento del filósofo está expuesto y cae sobre la realidad como una lluvia por momentos mansa y de a ratos torrencial. Y es bueno que haya pensadores como el autor de este libro, que, como dije al principio, como el tábano de Sócrates nos pica para mantenernos despiertos.



martes, 1 de mayo de 2012

MIGUEL ÁNGEL ANDREETTO


Escribe Carlos Sforza*

El 28 de abril, a la edad de 91 años, falleció en Paraná Miguel Ángel Andreetto. La suya fue una larga y continua trayectoria en la docencia, la investigación y el periodismo.

Realizó sus estudios y egresó como Maestro Normal Nacional en la Escuela Normal Superior “José María Torres” de Paraná, su ciudad natal.

Luego cursó estudios y se recibió de Profesor de Castellano y Literatura en el Instituto Nacional del Profesorado de la capital entrerriana.

A partir de allí, desarrolló una labor docente tanto en el mencionado Instituto como en la Escuela Normal. Asimismo lo hizo en otros establecimientos educacionales y siempre, como era su costumbre, estuvo ligado a la educación como integrante y colaborador de diversas instituciones. Tal el caso de la Universidad Popular del Paraná creada por el Profesor Elio C. Leyes.

Trabajó como inspector de Enseñanza Secundaria y Especial y Subinspector General de Escuelas, presidente de la Junta Superior de Calificaciones y asesor técnico del Consejo General de Educación de la Provincia.

Durante muchos años y hasta el fallecimiento, Andreetto era periodista de “El Diario” de Paraná integrando la redacción del mismo. Hasta tal punto que, el domingo 29, el día siguiente al fallecimiento, se publicó una de sus habituales columnas dominicales que él titulaba “Disgresiones”.

El docente

Miguel Ángel Andreetto dictó durante su larga vida, diversas materias en las cátedras que ocupó. En el Instituto Superior del Profesorado se desempeñó como catedrático de Latín y Literatura I, II y III, Literatura Castellana I, II y III, Lengua Castellana I, II y III, Literatura Argentina e Historia de la Lengua, en la Sección Castellano, Literatura y Latín, en Inglés y Latín en Francés. Fue, asimismo, catedrático de Literatura Española II en la Facultad de Letras de la Universidad Católica de Santa Fe. Docente de alma, sin dudas, aparte de las nombradas, dictó cátedras en establecimientos nacionales de enseñanza secundaria, normal, especial y técnica en Paraná.

Colaboró con temas de su especialidad en diarios, revistas y publicaciones de nivel académico del país y el extranjero.

Obtuvo diversos premios por su labor periodística y de investigación en concursos realizados en diversas provincias de la Argentina.

Fue redactor de diarios paranaenses ya desaparecidos como “La Mañana”, “Noticioso”, “La Causa” y durante 18 años fue corresponsal en Paraná del diario porteño “La Prensa”.

No obstante gozar de su jubilación jamás descuidó el periodismo y murió perteneciendo a la redacción de “El Diario”.

En ese medio, trabajó durante muchos años y, cuando fue expropiado, pertenecía al equipo del mismo y allí conoció a José Gobello que, desde Buenos Aires, viajó a Paraná donde se desempeñó un breve tiempo en el matutino capitalino. Gobello en el libro que sobre él escribió con entrevistas, Marcelo Héctor Oliveri, dice en una de sus respuestas dice que “En aquella experiencia paranaense conquisté un amigo que aún me acompaña como correspondiente de la Academia Porteña del Lunfardo en Entre Ríos, el profesor Miguel Ángel Andreetto” (“José Gobello –sus escritos, sus ideas, sus amores” p. 34).

El escritor

Como Andreetto era no sólo docente y periodista, sino un investigador, dio a luz varios e importantes trabajos publicados en libros. Tal el caso de “En torno a Montaraz de Martiniano Leguizamón” (1954), “De Literatura Regional” (1965), “El periodismo y los periodistas entrerrianos en la historia argentina” (1969), “La unicidad literaria del Martín Fierro” (traducido al rumano en 1971), “Charlas y antiensayos”,”El periodismo de Entre Ríos” (2009, publicado por la Academia Nacional de Periodismo) y que tengo a la vista con una dedicatoria fechada el 26 de abril de 2011. Es evidente que la labor de escritor de Andreetto se volcó en forma especial al ensayo y la investigación histórica referida al periodismo de nuestra provincia.

Indudablemente, Andreeto como escribió Julio C. Pedrazzoli, “integra el grupo de intelectuales, que en silencio y sin pausa, estudia seriamente, produce y sirve a la comunidad”.

Como dice Gobello, era en Entre Ríos, uno de los tres Académicos Correspondientes de la Academia Porteña del Lunfardo, junto a Héctor César Izaguirre (Concepción del Uruguay) y quien esto escribe.

Miguel Ángel Andreeto era una figura señera de Paraná. Una de esas personas que, como diría Guillermo Alfieri, pertenecía plenamente a la comarca. Su andar lento, era tradicional, como era verlo deambular hacia un destino determinado o regresar a su casa, por calle La Paz, a una cuadra y metros de la mítica plaza San Miguel, que, sin dudas, habrán doblado las campanas de la Iglesia que cantara Alfonso Sola González, en una despedida y recuerdo elegíaco hacia quien hasta ayer nomás, y de ahora en adelante a través de sus trabajos, de persona de carne y huesos se convertía en un personaje netamente comarcano.