domingo, 30 de septiembre de 2012

ACERCAMIENTO AL PENSAMIENTO DEL FILÓSOFO RORTY


Escribe Carlos Sforza*

Richard Rorty es un filósofo estadounidense que en la segunda mitad del siglo veinte, cubrió gran parte del pensamiento yanqui y se proyectó al exterior con sus estudios desde la filosofía analítica.

Pero como cada pensamiento es dinámico, Rorty fue desviándose o, mejor, saliendo de la Filosofía analítica y se convirtió en un pensador eminentemente pragmático. Situación que no debe asombrarnos tratándose de un intelectual del país del norte de nuestra América, donde, como es lugar común decirlo, el pragmatismo es una de las características de los hombres que habitan aquel extenso territorio americano.

Precisamente he leído un interesante libro escrito por el filósofo Tomás Abraham sobre el pensador norteamericano. Se trata de “El amigo Americano” (o “Rorty –Una introducción) [Editorial Quadrata, Buenos Aires, 2010, 128 p.].

En el prólogo, Abraham aclara el enfoque que da a su lectura de Rorty. Para ello nos dice que el americano conoce bien el entramado académico donde funcionan los departamentos de filosofía. Y agrega que “Lo interesante del caso de Rorty es que ha formado parte de este entramado normativo y conoce bien el modo del quehacer analítico. Discute con sus ex colegas en sus mismos términos y elogia algunos de sus aportes al tiempo que insiste en la inutilidad y la saturación de su práctica teórica.” También –en la segunda parte- se refiere “a la actividad de Rorty ya fuera del círculo analítico”.

Por otra parte, Tomás Abraham destaca que el americano “libera a la filosofía de misiones que juzgada anacrónicas”. Y es así como, según la visión que nos ofrece el filósofo argentino, Rorty “considera absurda la idea de que los cambios sociales se fundamentan en filosofías. Por otra parte sostiene que los filósofos han dejado de ser maestros de la juventud. Esa función la cumplen los novelistas.”

Se destaca en este estudio de Abraham, la lectura concienzuda no sólo sobre los escritos del americano, sino sobre quienes se han ocupado del pensamiento del filósofo que desde la posición analítica, sale para sumergirse de lleno en un pragmatismo que muchos discuten.

De allí que Abraham, con criterio y no poco sentido del humor, nos diga que “Nuestro amigo americano no sólo se ha mudado de departamento académico sino que ha cambiado de tradición y, además, ha sabido circular con maestría entre la doxa y la episteme. Es decir en los debates entre profesionales sobre cuestiones específicas del oficio y el mundo de la opinión que inquietan al público lector en sentido amplio”.

EL LENGUAJE FILOSÓFICO

Rorty, por su parte, ha evolucionado en cuanto trata de buscar un lenguaje que acerque el pensamiento filosófico a la gente común. En uno de los libros del americano, éste, conforme lo muestra Abraham, “cita al obispo Berkeley quien expresó que el filósofo debía hablar con el vulgo y pensar con el docto” Y agrega que el pensamiento de Bekerley nos quiere decir en suma, que “el filósofo debe estudiar textos eruditos y transmitir su pensamiento en lenguaje ordinario como participante de las preocupaciones de su comunidad”.

La preocupación de Rorty, como la de Deleuze o la idea de Foucault “de un pensamiento del afuera para incursionar por el campo filosófico, nos hablan de un cambio de paradigma en la producción y en la transmisión de la filosofía”. Sucede, conforme lo expresa el filósofo argentino, que no es tan fácil el hacerlo. De allí que sostenga, con buen criterio, que “No se construye un lenguaje del mismo modo en que se adquiere una lata de comestible en un supermercado. Escribir es un asunto inevitablemente personal, y hasta dar un curso lleva la impronta de quien lo da”. De allí que expresarse en un lenguaje ordinario “no exime de la dificultad de la construcción de un vocabulario y de una sintaxis subjetiva en tanto sistema de relaciones entre las palabras y modo de construcción de la idea”. Y agrego: sobre todo que se corre el riesgo, y lo leemos y escuchamos a menudo, de nivelar hacia abajo y hasta “ordinarizar” la palabra que, como se ha sostenido desde añares, es “sagrada”.

A propósito de la lectura de este libro, enseguida recordé “Interpretación y sobreinterpretación” de Umberto Eco, que es el resultado de Las Conferencias Tanner de Clare Hall, Cambridge, donde estuvo como invitado especial el autor de “El nombre de la rosa” y destacado semiólogo en 1990 y para el debate con la presencia de Richard Rorty, Jonathan Culler y Christine Brooke-Rose. Precisamente el tema abordado por el “amigo americano” fue “El progreso del pragmatismo”, partiendo de la novela “El péndulo de Foucault” de Eco. Las palabras de Rorty y las respuestas del semiólogo italiano son sabrosas desde todo punto de vista.

Todo ello me ha deparado la lectura del libro de Tomás Abraham y el relacionarlo con la Conferencia Tanner.

COLOFÓN

Como cierre de esta nota, no puedo dejar de citar lo que Abraham escribe sobre la visión y el optimismo del “amigo americano”: “Mantiene, sin embargo, su fe en una utopía igualitaria en la que iglesias y sindicatos aboguen por una fraternidad hoy degradada. Igualdad y pluralismo son sus ideales. Para ello, sostiene, no hacen falta legitimaciones filosóficas sino discusiones políticas en un lenguaje llano”. Surge de la lectura del libro –que ilustra sobre la doxa y la episteme rortyanas-que estamos ante un pensamiento pragmático esencialmente de estilo americano del norte.



sábado, 29 de septiembre de 2012

LA LITERATURA COMO FORMA DE VIDA


Escribe Carlos Sforza*

Existe en la historia literaria una serie numerosísima de escritores que han asimilado a la literatura como una forma de vida. Esto quiere decir, sencillamente, que buscan en su creación literaria una manera de vivir.

El valorado y a la vez controvertido crítico Harold Bloom sostiene que “(…) cualquier distinción entre vida y literatura es engañosa. Para mí la literatura no es sólo la mejor parte de la vida; es en sí misma la forma de la vida, y esta no tiene ninguna otra forma”.

Ahora bien, la literatura como forma de vida es una decisión que el escritor toma de una vez y para siempre. No es que todo su trajinar vital pase por la literatura. No. Lo que sucede es que al lanzarse al mar de la literatura, el escritor sabe de antemano que se está jugando su propia existencia. Lo que equivale a decir que de ahora en más, no tendrá otra opción que aceptar la literatura como forma de vida.

Por supuesto que no todo en él es literatura ni mucho menos. Lo cierto es que ha optado por algo de lo que no podrá desprenderse más. Vivirá entre sus semejantes, cumplirá con sus obligaciones familiares, sociales, institucionales, como cualquier hijo de vecino. Pero en su intimidad e interioridad, se ha jugado por asimilar a la literatura como forma de vida. Y es allí donde la escritura sirve no sólo para expresarse, para imaginar mundos y otras vidas, sino como una coraza que lo ayudará a afrontar momentos difíciles, que siempre los hay, y para sortear obstáculos que aparecen cuando uno menos los espera.

Como afirma el crítico estadounidense, “(…) Las sombrías influencias del pasado de nuestra nación siguen congregándose entre nosotros. Si somos una democracia, ¿qué vamos a hacer con los evidentes elementos de plutocracia, oligarquía y creciente teocracia que gobiernan nuestro Estado? ¿Cómo abordamos las catástrofes creadas por nosotros mismos, que devastan nuestro entorno natural? Tan tremendo es nuestro malestar que ningún escritor puede abarcarlo en solitario. No tenemos ningún Emerson ni ningún Whitman. Una contracultura institucionalizada condena la individualidad como algo arcaico y menosprecia los valores intelectuales, incluso en las universidades”. Harold Bloom está hablando de la actualidad de su país. Pero, pienso, podemos trasladar sus apreciaciones a nuestros propios países y de allí en más, reflexionar sobre lo que sostiene el crítico y en qué medida se aplican sus opiniones a nuestras realidades actuales.

Esa forma de vida en la literatura hace que el escritor sea el testigo ideal de su tiempo y de otros tiempos (pasados o futuros). Y ese testimonio que se plasma en una obra literaria es el que muestra la validez de la escritura cuando quien la realiza es un verdadero creador.

En su “Anatomía de las influencia”, Harold Bloom habla de la influencia literaria de los escritores anteriores o contemporáneos, sobre la labor de un determinado autor. Y esa influencia, directa o indirectamente se hace presente no como una copia de aquélla ni una imitación, sino como un hálito vital que se incorpora inconscientemente y de alguna manera aflora al crear una obra literaria. De allí que el crítico estadounidense sostenga que “La estructura de la influencia literaria es laberíntica, no lineal”.

Asimismo conviene recordar que uno escribe por necesidad de hacerlo. Es la propia vida la que lo lleva a escribir. No piensa en el lector ideal ni potencial, sino en expresarse conforme a lo que su imaginación le dicta. Por eso Harold Bloom sostiene que “(…) Gertrude Stein observó que uno escribe para sí mismo y para los desconocidos, que para mí significa que hablo para mí (que es lo que la gran poesía nos enseña a hacer) y para aquellos lectores disidentes de todo el mundo que, en su soledad, buscan de manera instintiva una literatura de calidad, desdeñando a los lemmings que devoran a J. K. Rowling y a Stefhen King mientras corren hacia el acantilado rumbo al suicidio intelectual en el océano gris de Internet”.

Quienes hemos leído al crítico estadounidense, sabemos de su afán canonizador y de su ironía para lo que él considera mala literatura. Pero no podemos obviar sus apreciaciones que, podrán ser compartida en su totalidad o en partes, e incluso rechazadas, pero que hablan de una posición crítica seria, responsable y sostenida con argumentos que hay que destruir para demostrar que son erróneos.

Cuando el crítico habla de Leopardi y de su idea negativa de lo sublime, escribe: “Las obras de genio tienen esto en común: que aunque cuando claramente muestran y nos hacen sentir la inevitable infelicidad de la vida, y cuando expresan la más terrible desesperación, sin embargo para una gran alma –aunque se encuentre en un estado de extrema aflicción , desilusión, nada, noia y desesperación de la vida, o en la desdicha más amarga y funesta- estas obras siempre consuelan y reavivan el entusiasmo; y aunque tratan y representan solo la muerte, le devuelven, al menos temporalmente, esa vida que había perdido”.

Es indudable que ese efecto saludable de la literatura no sólo lo es para quien se acerca a una obra sino, y esencialmente diría yo, para quien escribe la obra. Para aquel que ha asumido a la literatura como forma de vida.





martes, 11 de septiembre de 2012

ROBERTO ROMANI Y SU CANTO ENTRERRIANO


Escribe Carlos Sforza*

Con Roberto Romani me une una antigua amistad. Son esas empatías que se dan cuando uno está en un mismo quehacer y cuando encuentra en el otro, la posibilidad de entablar una relación dialógica. Algo tan necesario hoy y siempre.

Recuerdo que en 1986 en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la entonces Dirección de Cultura de Entre Ríos entre los actos del día dedicados a nuestra provincia, se presentó un panel. El mismo, por sugerencia de quien esto escribe, lo coordinó Roberto Romani y en la mesa estábamos Héctor Izaguirre (Concepción del Uruguay), Rosa Sobrón y yo (Victoria). Era entonces un joven poeta y Licenciado en Comunicación Social, que residía en Gualeguay. Yo había leído algunos de sus primeros cuatro libros publicados a esa fecha y veía la calidad incipiente que ya mostraba su estro poético.

A esos primeros libros se sumaron otros y se agregó su labor en discos y compactos, sus actuaciones en diversos escenarios y su canto y su guitarra. Es en este último aspecto, un verdadero juglar de la entrerrianía.

“SUAVES CUCHILLAS”

Su nuevo libro, con olor a tinta fresca, característica que siempre me ha apasionado cuando hojeo un libro recientemente impreso, es “Suaves Cuchillas” –Romancero Entrerriano- (Ediciones del Clé, contratapa de Ricardo Maldonado, Breve prólogo de María Cristina Saluzzi, Paraná, julio de 2012, 180 p.).

Como bien se aclara estamos ante un romancero ampliamente desplegado que es, pienso, una especie de autobigrafía espiritual de Roberto Alonso Romani.

Como buen cultivador del romance, Romani emplea la forma canónica del mismo. Es decir en octosílabos y con rima asonante en los versos pares. Esta forma del romance que, históricamente se remonta en sus comienzos a los siglos XIV y XV, se ha cultivado hasta el presente con diversas entonaciones.

Romani no entra, claro, en alambicados versos para nutrir su romancero. Por el contrario, diría que se planta en una posición que para él es bien definida: la claridad, la transparencia, la sencillez. Pero todo ello hay que manejarlo con la calidad de un creador, de un verdadero hacedor de versos.

Por el romanecero entrerriano que hoy nos ofrece Romani, desfilan situaciones personales, ambientes de diversa índole, personas que han tenido que ver directa o indirectamente con el creador. Y, por supuesto, la tierra entrerriana. Sus pájaros, sus campos, sus flores, sus cielos límpidos o llorando la lluvia. Y a través de ellos las “suaves cuchillas” y el río, sobre todo el Gualeguay, en cuyas aguas se nutre mucho el canto de los poetas y en forma especial, en este romancero, la creación que hace Romani.

Hay romances que se graban en quien los gusta a través de la lectura. Por ejemplo, “Rezaban las casuarinas”. Desde las oraciones junto a la madre y el recuerdo de Araceli, pasando por el rezo de las casuarinas que enmarcan el largo y excelente romance, todo hace que estemos ante una verdadera muestra de la calidad poética que despliega en el libro Romani.

En ese romance, como síntesis de la actitud del poeta, se muestra él como es y como siente y como piensa. Un hombre que es abierto a la amistad, que cree en Dios, que ama al prójimo y que, siempre, muestra un canto esperanzado y por lo mismo alegre pese a los pesares que puede depararle la vida.

Cuando habla de las casuarinas, en sus octosílabos dice: “(…) Ellas cantaban felices/ muy cerca de las glicinas/ y reían como el patio/ en tiempo de golondrinas./ Yo pensaba por las noches/ en sus ramas bailarinas/ y en el misterio lejano/ de sus bellas melodías.// Con los años, otro duende/ se incorporó a mis vigilias,/ trayendo en sus manos buenas/ una inocente caricia,/ la misma que allá en la escuela/ me daba la bienvenida,/ cuando la campana vieja/ convocaba nuevas risas.// Araceli se llamaba/ y tenía dos trencitas/ prolongando el rubio mundo/ de su piel hermosa y gringa./ El celeste de sus ojos era un cielo de alegría,/ y cantaba dulcemente/ como el zorzal de las islas,/ arrullando mi destino/ igual que las casuarinas. (…)”.

Para poder penetrar en la esencia del terruño, hay que vivirlo en plenitud. Y una vez que el hombre lo logra, si es poeta, le canta. Que no es otra cosa que lo que hace Roberto Romani en su romancero. Pero para ello, y al elegir una forma o carnadura para sus versos, como la del romance, hay que tener un dominio del temple interior que se pueda traducir en los octosílabos cantarinos, sencillos y a la vez profundos, que crea el poeta. No otra cosa pasa con los versos de Romani en “Suaves cuchillas”.

Diría que este nuevo aporte del creador a la lírica de la provincia, es un verdadero acierto. Y leer sus romances es un bálsamo para el corazón y el alma de quien se acerca a los mismos.

Con una muy buena impresión y diagramación de Ediciones del Clé, los versos de Romani traen luz y poesía en un mundo donde se necesitan voces claras y profundas que, a la vez, lleguen al lector. Y, está dicho, “Suaves cuchillas” nos hace encontrar romances que causan gozo al leerlos.



lunes, 10 de septiembre de 2012

LIBRO DE ENTREVISTAS Y CRÍTICA*


Escribe Carlos Sforza*

He leído un libro sumamente interesante y con valiosos aportes, muchas veces con hechos y anécdotas desconocidos por el gran público.

Se trata de “Variaciones concertantes a la luz de los crepúsculos” de Tomás Barna (Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, 2011). El autor es narrador, poeta, ensayista, dramaturgo, crítico literario y un hacedor cultural de destacada y larga trayectoria. Estuvo trabajando en París desde 1964 hasta 1988 y actualmente reside en Buenos Aires. En Victoria ha estado en más de una oportunidad y muchos amantes de las letras lo han escuchado en sus disertaciones

El libro de Tomás Barna realiza un paneo por diversos campos de la cultura. Comienza con entrevistas, continúa con una nota sobre Cortázar y el tango y concluye con algunos encuentros con gente que crea arte en diversas expresiones y comentarios de libros y de cine.

Resulta pues, un libro que es una verdadera miscelánea cultural, escrito con amor y cuidada calidad literaria. En la primera parte, Barna hace sabrosas entrevistas a escritores como Abelardo Castillo, Adolfo Bioy Casares, Jorge Luis Borges como asimismo a destacados creadores de tangos como Enrique Cadícamo, Horacio Ferrer, Homero Espósito, Sebastián Piana, Osvaldo Pugliese, el pintor Sigfredo Pastor entre otros.

Los aportes, las respuestas que hacen los entrevistados, son muchas veces revelaciones de lo que está en la “cocina” del creador. Ello hace que gracias a la agudeza de las preguntas de Barna, cada entrevistado haga aportes que iluminan el quehacer de los mismos más allá de sus obras escritas, interpretadas o pintadas.

Un ejemplo de ello es una respuesta de Borges sobre las míticas bohemias de Florida y Boedo que siempre salen al tapete cuando se habla de los escritores de los años veinte en adelante del siglo pasado. La creencia que todo se gestó en una actitud ideológica y hasta se dice, clasista y que Borges desvirtúa y yo no sé si es como él lo dice o es solo una de sus humoradas. Y transcribo la pregunta del autor del libro y la respuesta del creador de “Ficciones”:

“Tomás Barna: ¿Qué importancia le da en las letras argentinas a esos dos grupos literarios que fueron el de Florida y el de Boedo?

Jorge Luis Borges: Sí, yo recuerdo muy bien. Eso fue una broma. Fue tramado por Roberto Mariani y por Ernesto Palacio, que dijeron: En París hay cenáculos, hay polémicas; eso hace que la vida literaria se haga más interesante. Aquí necesitamos eso. Entonces me avisaron a mí y dije: Bueno, yo no conozco la calle Boedo. Pero yo preferiría estar en el Grupo de Boedo porque la calle Florida no tiene nada de particular. Ellos –que ya habían creado ambos Grupos querían contar conmigo. Y don Ernesto me dijo: Ya te hemos puesto en Florida, y como es una broma… no importa. Y luego, eso ha sido tomado en serio por las universidades. Pero nosotros no lo tomamos en serio. Recuerdo que Nicolás Olivari era de Boedo y Florida. Ricardo Güiraldes era de Florida porque le habían dicho que tenía que ser de Florida. Roberto Arlt era de Boedo y era secretario de Güiraldes que -como dije- pertenecía a Florida. Y ya ve: a mí me pusieron en el Grupo de Florida sin que lo quisiera. Si yo estaba escribiendo poemas sobre las orillas de Buenos Aires. Jamás se me hubiera ocurrido escribir sobre el centro. Quizá por eso me interesan las orillas, porque las veo como un poco extrañas.” (p. 43).

Como se puede apreciar, las palabras de Borges echan por tierra lo que la mayoría entendía que era algo ideológico o de separación clasista. De todas formas el lector podrá interrogarse sobre la veracidad o no de la afirmación borgeana. Pero, como dice un refrán popular, “si no es macana, es macanudo”.

Con muy buen criterio, el autor cuando entrevista o habla de compositores y músicos, tiene el acierto de incluir al final de cada nota una antología de las obras de quien habla con sus títulos y los músicos que trabajaron en la creación.

Horacio Ferrer dice en una de sus respuesta que “Entonces pienso que toda la temática tanguística surge de esa singular alma de la ciudad de Buenos Aires, y –por extensión- Montevideo, Rosario y aún Córdoba” (p.104). Por su parte, Sebastián Piana afirma: “Y aquí quiero dejar bien sentado que para componer un tango o una milonga auténticos no hay que alejarse del espíritu del pueblo. La sencillez y el sentimiento son los factores principales; el tango y la milonga se han hecho para escucharlos, sí, pero para poder bailarlos y silbaros. ¡Hay que escribir para el hombre común, para el oído común, la calle!” Y agrega: “No caer en virtuosismos y tecnicismos exagerados. El tango posee un hechizo que le ha permitido resistir a todos esos embates destructores de músicos que sólo han pensado en ellos y no en el verdadero espíritu del tango” (p.114).

Las críticas de libros y películas son de diversos años. Algunas arrancan de la década del cincuenta del siglo pasado. Se nota el espíritu crítico que ya entonces caracterizaba al autor y que en sus años posteriores fue afirmando y demostrando su calidad.

Un libro que merece leerse para acercarse a creadores de distintos géneros del arte y, a la vez, descubrir cosas que ignoramos sobre su quehacer creativo y sobre su pensamiento puesto de manifiesto en las respuestas y opiniones que expresan.