jueves, 29 de noviembre de 2012

LA EXPERIENCIA A TRAVÉS DE LA NOVELA


Escribe Carlos Sforza*

Pienso que la novela depara al lector muchas experiencias. Precisamente como escribiera Umberto Eco, el que lee una narración vive dos veces. Su propia vida y la vida de quienes pueblan lo que ha leído. Esas experiencias que el autor de una novela o de un cuento transmite a través del texto escrito, sirven sin dudas al lector desconocido que transita por las líneas de la escritura.

Pero, a la vez (y antes), ha sido el propio escritor el que ha recibido esas nuevas, a veces impensadas, experiencias que va hilvanando en la narración.

Cuando corregí las pruebas de galera de mi novela “La guerra de los huesos” que aparecerá en enero próximo, advertí muchas cosas que tenía olvidadas y que están insertas en el libro. Son esas experiencias que uno mismo recibe y que, dormidas en el original, despiertan cuando quien las ha escrito las vuelve a experimentar a través de la nueva lectura, lápiz en mano, al hacer las correcciones de lo que en las galeras se ha plasmado ya con la diagramación que tendrá la obra.

Dice Jacques Rancière en “La palabra muda”, que “La novela es entonces la destrucción de toda economía estable de la enunciación ficcional, su sumisión a la anarquía de la escritura. Y con toda naturalidad ha tomado como héroe fundamental al lector de novelas, al que las toma por verdaderas, no porque su imaginación esté enferma sino porque la novela misma es la enfermedad de la imaginación, la abolición de todo principio de realidad de la ficción a través de las aventuras de la letra errante.” Y agrega también: “Lo que está en el centro de la locura de Don Quijote es, como se ha dicho, esta abolición. Su locura consiste justamente en rechazar la división que todos le propone (…)” (p. 114). Y enumera esas propuestas: la de Maese Pedro, el ventero, el cura… Porque “Don Quijote es el héroe de esa literalidad que ha destruido por adelantado, clandestinamente, el sistema de la imitación legítima, el sistema de la representación” (p. 115).

Precisamente es de esta forma, como nace con Cervantes la tradición de La Mancha en la novelística. Que se prolonga hasta nuestros días con los narradores iberoamericanos. Al releer las pruebas de galera, encuentro mucho asidero a las reflexiones del filósofo francés citado habida cuenta que se juegan planos reales y suprarreales, cuestiones y situaciones imaginadas pero que se “burlan” de la realidad. El principio de mimesis se trastoca para crear una nueva realidad.

El lector, en la medida en que se encuentre con esa nueva realidad y la asuma como tal, estará viviendo una nueva experiencia vital. Su existencia será otra en la medida en que se consustancie con lo que el narrador le dice a través de su verbo. Siempre claro, que la forma en que se lo diga sea verosímil por más que se aparte de la realidad. Allí está lo que el propio escritor debe lograr: hacer verosímil lo que puede no serlo. Y que quien reciba el discurso narrativo, lo tome así: como verosímil.

Cuando Italo Calvino, el gran investigador y narrador italiano, buceó en las tradiciones de las narraciones que se transmitieron oralmente en los pueblos de su país, llegó a la conclusión que los cuentos de hadas son verdaderos. Dice al respecto que son tomados de acontecimientos humanos, “(…) una explicación general de la vida, nacida en tiempos remotos y conservada en la lenta rumia de las conciencias campesinas hasta llegar a nosotros; son un catálogo de los destinos que pueden padecer un hombre o una mujer, porque sobre todo hacerse con un destino es precisamente parte de la vida: la juventud, desde el nacimiento que a menudo trae consigo un augurio o una condena, al alejamiento de la casa, a las pruebas para llegar a la edad adulta y la madurez, para confirmarse como ser humano” (“De Fábula”, p. 32 y siguientes).

Por ello es que los cuentos de hadas, como hoy las narraciones de ciencia ficción, o antes las locuras de Don Quijote, y toda la narrativa que en cuentos y noveles siguen esa tradición, son verdaderas. Porque prima una verdad escondida muchas veces por hechos que parecen no ser de la realidad pero que esconden, en su simbolismo, muchísima realidad.

Todo ello depara una verdadera experiencia al escritor. Y, por supuesto, al destinatario de su escritura: el lector.

martes, 13 de noviembre de 2012

SOBRE LA FICCIÓN


Escribe Carlos Sforza*

Normalmente cuando he publicado un libro de ficción no lo he vuelto a leer. Eso me ha pasado con las novelas en forma especial. Pero sucede que por razones especiales he vuelto a leer dos novelas publicadas: “Rostros del hombre” y “Como a través del tiempo…” Esas lecturas, después que ambos libros han andado por diversos andariveles de lectores y lecturas, me han mostrado una forma especial de mi escritura y sobre todo, del estilo y la estructura novelesca. Estructura que comenzó con mi tercera novela: “Historias en negro y gris” Precisamente sobre esta última obra, Gustavo García Saraví escribió: “Su novela me ha parecido excelente y bien a la altura de las que pasan a ser best seller en el tramposo mundo contemporáneo. Formidable la idea de aglutina las historias alrededor de aquella fecha (!!), muy bien manejados los elementos primarios (pero no elementales) que las componen y la existencia de un pueblo que verdaderamente lo es, y excelente también la técnica y el manejo (cada vez más dificultoso) de lo novelístico”.

Ese comentario del recordado escritor argentino significó un verdadero aliento para mi nueva manera de encarar la escritura de la ficción novelística.

Cuando escribí la novela que le siguió a ella, continué con la misma técnica que había empleado en “Historias en negro y gris”. La novelista Syria Poletti, en los fundamentos que escribió como Jurado para recomendar el libro para el Premio Fray Mocho de novela (1980), dijo: “Se destaca “Rostros del hombre” por la originalidad de la estructura novelística, por la forma lograda de redondear una novela, por la verosimilitud y gravitación de los personajes, por rastrear formas de vida tan típicamente entrerrianas, por rescatar léxicos y características bien regionales y el retorno a los valores tradicionales de la novela argentina”.

Todo ello ha significado un camino dentro de la novela que comenzó en 1965 con “Patio cerrado” y llegó hasta “Como a través del tiempo…” (1986) y que se va a continuar. Precisamente al dar término a la corrección de originales que ya están en la editorial para ser publicados, de mi nueva novela, “La guerra de los huesos”, he constatado que mi técnica y mi inserción en la temática latinoamericana, con la presencia de elementos reales y suprarreales, como se ha escrito varias veces, con lo mítico y lo real muchas veces en contrapunto, se mantiene intacta y, creo, superada en la novela que aparecerá próximamente.

Es indudable que el escritor, como lo he dicho en otras ocasiones, sufre influencias inconscientes de autores que lee y a los que se asimila como lector partícipe de la ficción.

Dice Jacques Rancière en “La palabra muda”, que “la finalidad de la ficción es gustar. En esto coincide Voltaire con Corneille, que a su vez coincidía con Aristóteles”. Se trata del viejo principio de los antiguos cuando definían una obra bella: lo que visto u oído, gusta.

El filósofo francés que he citado, en su libro también dice que “A la epopeya perdida sucedía la novela, género sin género, género de la mezcla de los géneros, en el que el relato, el canto o el discurso iban a manifestar de un modo distinto el principio de poeticidad. A la epopeya homérica, en la que el poeta se esfumaba detrás de la representación de un mundo poético, se oponía la novela Don Quijote, que nos presentaba el principio poético personificado en un personaje, en su encuentro con el mundo de la prosa y en su combate por poetizar cualquier realidad encontrada.” (p. 83/84).

De allí que después de Cervantes y gracias a él, nace prácticamente la novela moderna. Ese género sin género (tal vez por eso Camilo José Cela decía que novela es aquella obra que debajo del título se le puede escribir ¡novela!), que tiene en el siglo pasado un quiebre en la concepción novelística a partir del Ulises de James Joyce y que evoluciona constantemente. Dejó de ser la obra lineal para convertirse en una obra que se muestra en diversos planos, con simultaneidad de acciones en el tiempo y el espacio, con interacción de elementos míticos, pero siempre, claro, conservando la verosimiltud que hace que la obra se convierta, pese a que es ficción, en una verdad que el lector recibe y de la que participa y hasta continúa cuando su imaginación se lo pide. Es lo que hoy buscamos quienes escribimos novelas. No para un lector ideal ni predeterminado, sino para el lector desconocido que un día abre el libro y se sumerge en él porque simple, sencillamente, le gustó.