domingo, 29 de septiembre de 2013

¿CÓMO SE ESCRIBE?
Escribe Carlos Sforza
La pregunta viene a cuento puesto que hay lectores que se preguntan desde dónde y con qué antecedentes escriben los que escriben ficción. Es decir, cómo nacen en su imaginación la trama y los personajes de cuentos y novelas.
Isabel Allende, la conocida escritora chilena autora de libros como “La casa de los espíritus”, “Paula” y otros, en una entrevista ha dicho que “a la literatura cuando se le pone un adjetivo disminuye. La literatura no tiene género, la palabra tampoco”. Y agrega: “Pero uno escribe desde la perspectiva propia, está determinada por tu circunstancia y, por supuesto, el género determina una parte enorme de tu forma de ver el mundo”. Ella habla del género referido a si quien escribe es una mujer o un varón.
Es indudable que la circunstancia influye en el autor. Lo dijo ya en Berkeley Julio Cortázar. Y es un hecho que cualquier escritor lo rubricaría. No vivimos, como se decía entre los mentores del arte por el arte, en una esfera de cristal, aislados del “mundanal ruido”. Estamos inmersos en un mundo en el que recibimos influjos, apretujones y bonanzas desde el nacimiento hasta el fin de los días.
Aparte de ello, y es una cosa que no podemos obviar, la niñez es uno de los momentos que impregnan la vida del escritor en su posterior desarrollo de adolescencia y adultez. Lo que uno recibe en la niñez es algo que nos marca para siempre. Y, de una u otra forma, cuando ese niño se convierte en un escritor, recibe inconsciente y subconscientemente, aquello que bebió y asimiló sin darse cuenta quizá, en la niñez.
Precisamente muchas veces he citado lo que escribiera en “La niñez perdida” el admirado gran novelista inglés Graham Greene. Él habla de la influencia de los libros en aquella primera edad de los juegos y la inocencia. Dice: “Tal vez únicamente en la niñez los libros tienen una influencia honda en nuestras vidas. (…) en la infancia todos los libros son  libros como de adivinación, que nos hablan del futuro, y ellos –del mismo modo que el adivino ve un largo viaje en las cartas o la muerte por agua- influencian nuestro porvenir. Supongo que por ese motivo los libros nos excitaban tanto”.
Esa influencia de las lecturas en los niños se asimila sin uno darse cuenta y afloran, muchas veces, en hechos que ese niño devenido escritor, los coloca en sus narraciones.
Los ejemplos de circunstancia de la infancia que aparecen en obras de ficción, pueden rastrearse en muchos cuentos y novelas. Mi experiencia personal lo atestigua también.
Hay lugares, objetos, movimientos que aparecen en cuentos y novelas que han sido parte vivencial de mi infancia. No como una transcripción textual de lo que aconteció en la niñez, sino como una recreación, la mayoría de las veces impensada y escrita susurrada por el subconsciente.
Hay en mis narraciones elementos que nutrieron mi infancia. Por ejemplo un laurel de jardín que aparece en varias de mis obras, un chico montando un triciclo y dando vueltas alrededor de ese laurel. Y así podrían sumarse ejemplos de cómo la circunstancia, la memoria y el olvido, recrean situaciones que encajan perfectamente en un relato ya sea a través de un cuento o de una novela.
He dicho muchas veces que en cuanto escritor, no creo en la inspiración sino en la imaginación. A la que hay que ayudarla con el trabajo constante, “sudar la camiseta” para tomar una expresión deportiva que reitero. Imaginación y trabajo son los elementos de los que nos valemos quienes nos dedicamos a escribir ficciones. No hay otra fórmula. Admitido, claro, el don que cada uno puede tener para llegar a ser un escritor. Pensemos, con Umberto Eco, que “La literatura, ante todo, mantiene en ejercicio a la lengua como patrimonio colectivo. La lengua, por definición, va donde quiere ella: ningún decreto desde arriba, ni por parte de la política, ni por parte del mundo académico, puede detener su camino, hacer que se desvíe hacia situaciones que se pretenden óptimas”. De allí que, como dice el novelista y semiólogo italiano,”La literatura, al contribuir a formar la lengua, crea identidad y comunidad”.
Para que todo ello suceda a través de la palabra convertida en obra literaria por el escritor, éste se ha nutrido de elementos que ha visto, vivido, sentido, imaginado. Todo es materia apta para el novelista. Gran observador, nada se le escapa y todo o parte de ese todo, puede servirle en la confección de una obra. En el acto de crear una novela o un cuento, todo es materia que sirve. De allí que al decir de Mauriac, el novelista sea el testigo por excelencia. Lo que nos da una novela que es ficción, es decir mentira, se trastoca en una verdad que es reflejo del hombre y del pueblo donde se desarrolla la trama de esa ficción.



lunes, 23 de septiembre de 2013

JOSÉ MANUEL ESTRADA
Escribe Carlos Sforza*
El 17 se septiembre se celebró el Día del Profesor. Muchos, que desconocen porqué ese día está dedicado al Profesor, deben saber que es en memoria de José Manuel Estrada que falleció, precisamente un 17 de septiembre de 1894 a las l6,25 siendo Ministro Plenipotenciario en el Paraguay.
La figura de Estrada es un ejemplo para cualquier generación. Hoy cuando escasean tanto las figuras ejemplares por sus valores morales e intelectuales, cuando pareciera que todo se faramduliza, que se confunden la Biblia con el calefón como escribiera Discépolo en su siempre actual tango “Cambalache”, recordar y rescatar la figura de José Manuel Estrada es una necesidad y, a la vez, un reconocimiento a un hombre que no claudicó de sus ideas y se paró con firmeza ante la prepotencia del poder.
Con motivo del 31 aniversario del fallecimiento de Estrada, en la Cámara de Diputados de la Nación dijo Sánchez Sorondo que “Su inteligencia precoz asombra desde sus primeras manifestaciones. Contaba 16 años cuando obtiene por concurso el premio que el Liceo Literario acordaba al mejor trabajo sobre el descubrimiento de América; 17 cuando escribía el Signum Federis, imbuido del más generoso nacionalismo en los momentos más álgidos de la lucha fratricida entre la Confederación y Buenos Aires; 19 cuando refuta al doctor Minelli con “El génesis de nuestra raza”; 20 cuando escribió “El Catolicismo y la Democracia” y 21 cuando inicia con “Los Comuneros del Paraguay” la serie inolvidable de sus estudios históricos”.
EL PROFESOR
Se ha dicho que Estrada fue un maestro por excelencia. Supo atraer a la juventud con sus clases inolvidables y sus escritos sentidos y a la vez, llenos de una erudición que habla de su formación sólida y recta.
Inauguró la Cátedra de Historia Argentina en la Escuela Normal de Buenos Aires en 1866. Sarmiento lo designó para que inaugurara la mueva cátedra de Historia Argentina e Instrucción Cívica en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Fue catedrático de Derecho Constitucional y Administración en la Facultad de Derecho y Ciencia Sociales de Buenos Aires y posteriormete Académico Honorario. Asimismo fue el primer Decano de la Facultad de Filosofía y Humanidades (que es la antecesora de la de Filosofía y Letras). Dentro de la labor educativa, Estrada ocupó varios cargos como Presidente del Consejo de Instrucción Pública de la Provincia de Buenos Aires, Jefe del Departamento General de Escuelas con jurisdicción en la ciudad y provincia de Buenos Aires, Jefe de la Dirección General de Escuelas Normales, Rector del Colegio Nacional.
Todo ello habla de su trayectoria como maestro, profesor, docente al fin de cuentas.
Esa docencia se trasladó a los numerosos libros y artículos que escribió a lo largo de su vida.
EL CATÓLICO
Estrada fue católico y, como escribiera Luis Gorosito Heredia, “como tal defiende su libertad de serlo”. Recibió sin dudas las influencias que desde Francia llegaban a través de los escritos de pensadores católicos que en muchas ocasiones se apartaban de las enseñanzas tradicionales de la Iglesia como institución. Como se sabe, después de autores como Chateaubriand, Bonald y Del Maistre, aparecieron otros que siguieron sus huellas. Tal el caso de Montalembert, Lacordaire y Lammenais. Ellos se nuclearon en el diario “L`Avenir” y constituyeron lo que se denominó un catolicismo liberal.
José Manuel Estrada se adscribió a esa corriente de pensamiento y defendió los principios que creía eran los mejores para la gente y para el país. Le tocó actuar en una época en que se enfrentaban pensamientos dispares y supo defender con altura los suyos. De allí que ese pensamiento de católico liberal, que en el siglo veinte retoman pensadores como Jacques Maritain entre otros, haya suscitado enfrentamientos con sectores opuestos al catolicismo e incluso, sectores de dentro del propio catolicismo que no admitían ciertas corrientes de un pensamiento católico liberal que pugnaba por establecer con todas sus fuerzas la democracia dentro de la república.
Hasta tal punto llegaron en su tiempo los enfrentamientos que por sus ideas y por no compartirlas, los que detentaban el poder, a José Manuel Estrada lo separaron de sus cargos de Rector y Profesor del Colegio Nacional y poco después como Catedrático de la Universidad. Ello no aminoró sus entusiasmo y no hizo mella en sus convicciones. A tal punto que, cuando recibió a sus alumnos para despedirse ellos, entre otras cosas valiosas y rescatables, les dijo:
“Os esperaba y he querido pensar lo que debía deciros  en esta despedida. Cerca de veinte años de mi vida pasados en la Cátedra, me han enseñado amar la juventud. Ha sido para mí la enseñanza un altísimo ministerio social a cuyo desempeño he sacrificado el brillo de la vida, las solicitudes de la fortuna y la alegría de mi familia. (…) Vosotros creéis en la justicia: no esterilicéis esa Fe sagrada y noble de la primera edad. Servidla mis jóvenes amigos, con abnegación, con sacrificio, con virilidad. (…) De las astillas de las cátedras destrozadas por el despotismo, haremos tribunas para enseñar la justicia y predicar la libertad”.
José Manuel Estrada había nacido el 13 de julio de 1842.